Artista plástico y un profesional defensor de un concepto ético de la arquitectura: pensada para servir a la sociedad y a sus habitantes
Artista plástico y un profesional defensor de un concepto ético de la arquitectura: pensada para servir a la sociedad y a sus habitantes
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá"Este es mi refugio", dice Rafael Lorente Mourelle e invita a entrar. Su estudio es un cómodo apartamento de dos niveles, piso y entrepiso, ahí donde Palermo se mezcla con Barrio Sur, frente a lo que era el viejo conventillo Ansina, hoy un complejo habitacional. Es un lugar cómodo y agradable, donde predomina uno de los mundos al que este arquitecto hoy jubilado se ha dedicado en cuerpo y alma: el de las artes plásticas. Arriba están el baño, una computadora y un sofá cama, por si se hace tarde y prefiere quedarse ahí a volver a su casa en Pocitos. Abajo hay una heladera, un aire acondicionado, un horno microondas y, contrastando con tanta modernidad, una radio a válvula marca Opus de los años 50, que hizo restaurar y que suena bárbaro. Pone jazz.
Y en ambos niveles hay obra, mucha obra: carpetas, libros, cuadros, bocetos, collages con maderas, cuerdas y semillas, y nidos de piedra de una exposición suya en 2006 pensada para un público no vidente, hechos con cantos rodados cortados y pulidos del balneario Bella Vista, ahí donde tiene una casa. "Eso es otro refugio, claro que sí. Y de ahí salió todo esto". "Esto" es una serie de dibujos a acuarela y tinta creados durante la pandemia, buena parte de la cual pasó en ese lugar, frente a la costa de Maldonado. Hay mares, cielos, pájaros, nubes cada vez más grises y pesadas, hay cruces que representan muertos, hay un caballo, está la Sierra de las Ánimas, de la cual tiene una vista privilegiada.
"¿Ves? Todos estos son paisajes de las sierras. Hay ojos, figuras, seres, cosas que te van surgiendo espontáneamente. No es que yo los quiera hacer, los vas liberando", dice este hombre de 81 años, casado dos veces, padre de cinco hijos, abuelo de ocho nietos, apodado Pali (por Palito, flaquito) e hijo del también reconocido arquitecto Rafael Lorente Escudero. "Ojo, no digo que sea algo automático, porque yo mezclo lo que surge con elementos más racionales", aclara.
- Eso en las artes pláticas. ¿Y en la arquitectura?
- No, la arquitectura es otra cosa. En primer lugar, la arquitectura es un servicio a la sociedad. Yo soy un servidor, no se debe hacer obra arquitectónica con un sentido individualista, subjetivo, de pura expresión personal. Es cierto que la arquitectura tiene elementos de expresión personal, pero la tenés necesariamente que vincular con el destinatario y con la sociedad.
Pali Lorente nació en Montevideo el 21 de marzo de 1940. A vuelo de pájaro, entre sus creaciones arquitectónicas -que plasmará en un libro que espera que pronto vea la luz- está la sede de la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay (AEBU), realizada junto con su padre, los reciclajes del Centro Cultural de España, el Centro Cultural de México y la embajada de este último país, la nueva sede del Museo Gurvich y el nuevo Liceo Francés, en la rambla del Buceo. En la plaza del Entrevero diseñó las tensoestructuras, con mástiles y lonas tensadas, sobre el lucernario del Subte Municipal. El Monumento a la Justicia ubicado frente al Palacio Piria (donde funciona la Suprema Corte de Justicia), con tres bloques de granito oriental y uno de granito negro, también es una obra de sus manos. Es que ambos mundos, más que transcurrir en compartimentos estancos, en él se han retroalimentado.
- ¿Quién llegó primero en usted? ¿El arquitecto o el artista plástico?
- Las dos cosas fueron paralelas y se fueron alimentando. El dibujo siempre me acompañó. Yo empecé a pintar de muy chico, a los cuatro o cinco años, con palitos, con arena. Y siempre tuve el impulso de trabajar en el arte. Yo fui discípulo de José Gurvich (a su vez, el discípulo más reconocido de Joaquín Torres García) a los 18 o 20 años; cuando él se va al Cerro a dar clases yo lo seguí también. Ya había entrado a la Facultad (de Arquitectura) y hubo un año y medio o dos que dejé de estudiar para dedicarme a la pintura y al dibujo. Luego retomé. Tuve muy buenos maestros tanto en la facultad como en el arte; aquí tuve a Gurvich, Guillermo Fernández y luego, en otra etapa de mi vida, Julio Alpuy. De hecho, yo fui el curador de una función retrospectiva de Alpuy justo antes de la pandemia en el Museo Nacional de Artes Visuales. Tuve una gran complicidad con él tanto en el arte como en lo personal.
- ¿La arquitectura no representó el sustento económico para desarrollar el arte?
- No, yo siempre he hecho exposiciones. ¡Yo no soy un pintor dominguero! Mi interés por el arte es permanente. Si tenía poco trabajo como arquitecto me dedicaba a pintar, a mis esculturas. Fue un trabajo de ida y vuelta. Por otro lado, el arte me dio muchos elementos muy útiles en la arquitectura: el dominio del color, de la luz, de los materiales, las texturas, las oposiciones. Son un tipo de cosas que si no tenés una disciplina artística atrás, te la tenés que hacer a los ponchazos porque la facultad no te la da. Y por otro lado, la arquitectura me dio una disciplina que en el arte me ayudó mucho, en el sentido constructivo de las obras, el dominio del espacio. Es cierto que si bien no son cosas opuestas eran vistas en distintas carreteras, pero a lo largo de la historia eso no siempre fue así: Miguel Ángel fue un arquitecto fabuloso, Rafael y Leonardo da Vinci también. En el Renacimiento no se concebían las cosas separadamente, ¿dónde y hasta dónde estaba el artista y el arquitecto?
- Tienta preguntar: ¿eso le hace sentir un poco renacentista?
- A mí me encanta el hecho de poder transitar por distintas disciplinas. No es un ida y vuelta, entre uno y otro. El cine y el teatro también te dan elementos para trabajar con tu herramienta. Cuando viví en España, entre 1987 y 1994, vi la tradición de la gran pintura: Velázquez, Goya o el Greco. Pero también vi expresiones contemporáneas que... vos veías un desfile de moda y notabas creatividad, uso del color, cosas que me daban ideas para mi trabajo.
De maestros y sus enseñanzas. En el mundo de la arquitectura tuvo también muchos maestros. De niño acompañaba a su padre "a la confitería del Ferrocarril" a escuchar las conversaciones sobre arte, pintura y arquitectura que este sostenía con su colega Ernesto Leborgne. Este último fue, recuerda Pali, uno de los primeros en apoyar al Taller Torres García y a la Sociedad de Arte Constructivo. Lorente Escudero, por su parte, fue gestor de buena parte de las obras de Ancap, incluyendo la Oficina Técnica, la planta de La Teja, la de Capurro y un buen número de las estaciones de servicio en todo el país. "Yo de rebote escuchaba las charlas y las distintas miradas sobre todos esos temas. Por eso para mí es un mundo tan natural. Te formás en él y te sentís como pez en el agua".
Más que consejos, su padre le dio mucha libertad; también, oportunidades. "Mirá, Pali, vamos a presentarnos", le dijo cuando uno ya era un "señor arquitecto" y el otro un joven aún no recibido para anotarse en el concurso para construir la sede de AEBU, en 1964. Ganaron entre más de treinta postulantes. "Encarar una obra como esa fue un espaldarazo impresionante". Lorente Escudero pensó en el ingeniero Eladio Dieste, que ya había maravillado a todo el mundo con la Parroquia de Cristo Obrero en Estación Atlántida, para el cálculo. Este se excusó por compromisos ya asumidos pero les "cedió" a su mano derecha, Marcelo Sassón.
A poco de recibirse, Pali Lorente también comenzó a dar clases en la Facultad de Arquitectura, en unos talleres dirigidos por Nelson Bayardo. "Él fue otro referente para mí, porque nos inculcó a los docentes más jóvenes un sentido ético de la profesión, el rol que le corresponde a un egresado universitario en relación con la sociedad. Vos no hacés lo que querés, no usás una forma porque sí o no hacés algo por darte un gusto. Vos tenés que pensar en el usuario, en la gente. Y en una sociedad pobre como la nuestra, no tenés derecho a dilapidar los recursos sociales. Al revés, tenés que potenciar la escasez y sacar de ahí la mayor expresividad y eficacia. ¡Esa es la enseñanza de Dieste! Al ladrillo, que es un material pobre, ‘barro y bosta', le dio una proyección estructural y arquitectónica formidable. Eso también es lo que impulsó Bayardo".
Si algo no le faltó al arquitecto Lorente hijo fueron maestros en sus dos mundos.
- ¿Cómo pasó en estos meses de pandemia?
- Mirá, trabajando mucho. Como tengo un mundo interior muy rico, yo no me aburro nunca. Si me tengo que encerrar, del encierro y de la introspección saco mucho para el arte, elementos para desarrollar líneas de trabajo artístico. Lo que sí me pesó fue el tema de los afectos, mi familia, mis nietos, que no los podía ver o abrazar.
- ¿Lo ha podido volver a hacer?
- Moderadamente, sí. Mi nieto más chico tiene seis años, el mayor 21, hay un jugador de fútbol, una diseñadora...
- En estos meses tan atípicos, ¿se le resignificó el valor del hogar, del techo? Usted mismo habla de "refugio" cuando se refiere a su taller, a su casa en Bella Vista.
- El hogar es el lugar sagrado de la familia. Es un refugio pero también es donde se recibe a los hijos, a los nietos, a los amigos...
- Pero en su obra, ya sea en los reciclajes o en trabajos como el nuevo Liceo Francés, ¿le da importancia a ese concepto?
- Yo me formé con una idea de servicio, insisto. No me interesa la arquitectura-objeto sino una en la cual se desarrollen todas las actividades del hombre. Y eso es un refugio. Me interesa más lo espacial y sus relaciones con la ciudad, que el objeto como arquitectura. No me interesa la arquitectura desde el punto de vista de su apreciación exterior, sino a lo que posibilita su relación con la ciudad, con el barrio, con la calle. Una obra de arquitectura no debe estar aislada. Y es fundamental que también se relacione con las personas que la habitan.
Saludables retornos. Su taller lo compró así como está; a su casa en Bella Vista la reformó. "Era un ranchito que estaba solo casi en medio de la sierra. Le agregué espacios exteriores, un deck, una pérgola, le puse color, instalaciones. Lo que hice fue transformarlo en un hogar para adentro y para afuera, porque el hombre es gregario pero necesita su vinculación con el entorno", dice el arquitecto.
Su primera obra arquitectónica importante, la sede de AEBU, se hizo con ladrillo y baldosa de gres, "que se fabricaba en Punta del Este y tiene una resistencia a la abrasión impresionante". Lo que querían eran materiales durables, que no obligaran a los bancarios a invertir cada año o dos en su conservación. Lo mismo, apelar a algo duradero y no costoso, pretendió mucho después con el nuevo Liceo Francés, que se inauguró en 2001. No había ladrilleras en Uruguay que pudieran prometerle la cantidad requerida, por lo que tuvo que ir a Porto Alegre. Los brasileños no entendían al principio que Lorente también buscaba los ladrillos que quedaban más cerca del fuego, los que se consideraban de descarte, para así disponer de distintos colores. "Los pedimos también porque los diferentes colores y texturas dan mucha más vida, son elementos sumamente importantes".
Otra faceta de lo que él considera su trabajo fue su reciclaje del Centro Cultural de España, culminado en 2003. "Empecé a picar y encontré cosas históricas y ocultas tras unos cielos rasos: unas bóvedas de hormigón que databan de 1917. Eso fue un trabajo casi que de arqueólogo. ¿De qué se trata entonces la arquitectura? De poner en evidencia todos los materiales disponibles, toda la historia. Y en eso tuvo que ver el trabajo del escultor, que va de afuera hacia adentro", ejemplifica.
- ¿Qué cosas han cambiado en la arquitectura? Se lo pregunto a usted, que sostiene que debe estar siempre al servicio de la sociedad.
- Hay cosas que han cambiado para mejor o para peor. La arquitectura, como el arte, como toda actividad humana, se va desarrollando en el tiempo. Y las nuevas generaciones, cuestionadoras como es todo lo de la juventud, te van aportando una vitalidad necesaria, si no te vas quedando en el tiempo. Los cambios se dan por gravedad y las necesidades de los países cambian, como cambian las tecnologías y las familias: ya no tenés una familia extensa, ahora hay una pareja con un solo hijo y el hijo quizá se vaya pronto de la casa. Entonces, las necesidades sociales van modificando los programas. La arquitectura y el urbanismo van interpretando esos cambios. La pandemia, por caso...
- ¿Qué cambió?
- La pandemia fue una reubicación de los elementos más importantes de la vida del hombre, de su relación con la naturaleza, con el lugar, con sus semejantes, en poder valorar las pequeñas cosas; estábamos distraídos en la carrera del consumo. Éramos una sociedad donde el consumo importaba mucho y se fue apoderando de la economía, de la sociedad, teniendo eso sus aspectos positivos y negativos.
- Usted dice que estamos volviendo a lo simple.
- Por supuesto que sí. Ya el tema de las grandes torres está en cuestión. El urbanismo de las décadas de 1979, 1980 y 1990 pasaba por hacer las torres más altas y con las técnicas más avanzadas. El hombre fue olvidando su esencia y se inclinó hacia su costado más consumista y especulativo.
- Y usted, por caso, ¿está volviendo a su esencia?
- Yo nunca abandoné ciertos conceptos y criterios con los que tuve la suerte de formarme desde muy joven. Desde luego que eso no significa repetir esa historia. Hoy las cosas van por otros lados. El tema de la sustentabilidad es muy importante; el de la reutilización de los materiales, también. Todo el daño a la naturaleza que significó el exceso de consumo fue terrible. Todo eso ahora está en cuestión. El urbanismo y la arquitectura se replantean desde otro nivel, el de la consideración de la naturaleza y de la historia, donde se tenga como centro al hombre, no ya a la hazaña de tener la torre más alta. En Nueva York se construyó una torre de una altura fenomenal donde se vendían los apartamentos a costos enormes. Pero hubo unos problemas de cálculos, porque se previeron unos vientos y resultaron otros, porque la naturaleza va más allá de lo que vos podrías prever. Se rompieron cañerías y algunos propietarios muy notorios empezaron a vender sus apartamentos (N. de R.: No lo nombra, pero refiere al 432 de Park Avenue, de 426 metros de altura, que a su inauguración en 2015 era el edificio residencial más alto del mundo, diseñado por Rafael Viñoly). ¿Qué necesidad tenés de hacer un edificio más alto que el de tu vecino? Eso, querer tener un lugar en las nubes, es especulación y consumismo desatados, ¿y por qué?
- ¿Y por qué le gustaría ser recordado a usted?
- Estoy escribiendo un libro sobre mi obra y lo estoy terminando. Es un testimonio, nada más. Pero si vos me decís por qué querría ser recordado, yo te diría que por los afectos. Me gustaría ser recordado por mis nietos, que mis nietos dijeran qué bien lo pasaba con el abuelo, en un museo, en un paseo, en una exposición, en un comentario sobre algo que me hizo descubrir algo nuevo. Me gustaría por eso, porque todos vamos a terminar abajo de la tierra. Me gustaría poder disfrutar y seguir trabajando en mis cosas, siempre cerca de mis afectos.