Con colores vibrantes, en formato de pintura o instalación, hecho a partir de maderas, ramas, papel o témperas mezcladas con huevo, el arte de Rita Fischer es reflexivo y difícil de definir. O, como prefiere describirlo la propia artista, es “una invitación hacia otra dimensión u otro mundo”. Así también se siente conversar con ella en el living de su apartamento en Ciudad Vieja. Su pelo —rizado, voluminoso y de color anaranjado—, contrasta con el blanco del sillon sobre el que se sienta a tomar mate. Lleva un vestido largo, algo hippie, dice, que tomó prestado de su madre. La escena se completa con la presencia de Osi, su cachorro enérgico y juguetón, grandes mesas tapizadas por pinceles y témpras y su cuadro Fluo-flou, de grandes dimensiones y color rosado, colgando en una de las paredes.
¿Qué fue lo que la inspiró a realizar esta serie?
No sé si hay algo concreto. Es una sumatoria de cosas. La vida misma. Todo. A veces me pongo a pensar en qué es lo que me mueve específicamente y la verdad es un misterio. No me es fácil saber qué me inspira. En este caso, por ejemplo, es la misma serie pero no son las mismas pinturas, son tres muestras diferentes. Es lo mismo pero a la vez no lo es.
¿Le gusta trabajar con materiales naturales?
Sí, intento hacerlo lo más posible, pero es difícil saber cuándo algo es del todo natural y cuando no, no se sabe qué tanto algo puede estar intervenido por el hombre.
¿Se podría decir que la naturaleza es una de sus grandes fuentes de inspiración?
Sí, tengo una conexión con el paisaje y el mundo vegetal. Cuando ves mi trabajo, no sabés si lo que estoy haciendo es con ramas, venas u otras cosas. En los materiales que uso hay cierta familiaridad, con la que se puede reconocer el material pero tampoco sabes qué son exactamente. Además, puede pasar que ese material se asemeje a algo pero quizá no es eso a lo que se parece. Incluso sucede con los colores que uso. Y si hablamos de la obra completa, esta no es completamente abstracta pero tampoco es lo contrario. Es más como una atmósfera.
“Cuando yo era niña, subía al techo de mi casa para observar el cielo fijamente: esperaba que una cosa extraordinaria aconteciese... una nave espacial... quería ver extraterrestres... tenía tantas ganas. Es en este espíritu que concibo mi trabajo”, escribió en su página web. ¿De qué manera se relaciona esa búsqueda con su arte?
Se relaciona directamente. Hay una cuestión de fe, de una búsqueda de algo en lo que creer. Los cuadros que yo produzco son una invitación a otra dimensión u otro mundo, una invitación que alguien puede tomar o no, una invitación a entrar a otro lugar con otro tipo de conexiones, alejadas del pensamiento racional, distinto a lo que vivimos a diario.
En su obra El Oráculo invita al espectador a participar. ¿Qué tan importante es el público para sus obras?
El Oráculo fue uno solo, no volví a hacer obras de ese estilo. Lo hice con mi amigo Martín Verges. La idea era que la persona le hiciera una pregunta al oráculo, en silencio, en su cabeza, y que luego agarrara un papel de este árbol, y esa sería la respuesta a esa pregunta. El árbol te respondía con el dibujo que vos agarraras. Era necesario de la persona para que la obra esté completa y había una circularidad interesante en la que vos le hacías una pregunta y él te respondía. Eso me gustó mucho. El público, las personas, son fundamentales, cada uno se va a
llevar lo que se lleve, va a aceptar mi invitación o no. La experiencia de contemplar una obra es muy personal, yo no sé qué es lo que le pasa a la gente cuando ve mis obras. Pero el primer público soy yo, porque sino la obra no es personal.
Vivió varios añós en París y Berlín. ¿De qué manera esas ciudades influenciaron su trabajo?
En Berlín estuve dos años y en Francia diez. No sabría decir de qué manera influyeron en mí (ríe). El pasaje por París me marcó mucho porque fui a la universidad allá. También me acercó a Uruguay. A veces las distancias parece que te alejan pero también te acercan a las cosas, porque podés ver desde otra toma, con otro punto de vista. Es una paradoja, como todo lo que hablamos. Incluso, vivir en una ciudad así grande, muy vibrante, me hizo valorar el vivir en un medio más natural. Valorar el campo, la playa, la tranquilidad, el silencio. Igual allá podés hacer vida más de pueblo, yo tenía mi bici, patines y me iba lejos del ruido.
¿Qué recuerdo tiene de sus inicios como artista en Young?
Recuerdo que iba, acompañada de un amigo, a pintar al aire libre. Sacábamos los caballetes y nos íbamos al plein air a pintar, a la mitad del campo o a calles más tranquilas y que miraban hacia la naturaleza.
¿Qué importancia tiene viajar para un artista?
Yo creo que los viajes no necesariamente tienen que realizarse de manera horizontal. Uno puede viajar a otro lado estando en el mismo lugar. Si hablamos de viajar horizontalmente, ir físicamente a otro país por ejemplo, te despierta cosas pero no lo creo necesario. Como todo, depende de cada uno. Yo no sé qué hubiera pasado si me hubiera quedado en Uruguay, porque mi camino fue otro. A cada artista le toca lo que le toca o lo que busca. No creo que viajar sea una regla, en el arte no hay reglas a seguir.
¿Y la formación académica?
Hay muchísimos artistas autodidactas que son más que respetados, son grandes artistas. Y muchos artistas académicos que no lo son. Es relativo. Esto del arte es un camino de mucho andar, perseverancia,
resistencia, goce, disfrute, alegría y tristeza. Es todo junto, es muy parecido a lo que es la vida misma, por eso digo que para mí es algo natural, porque el camino del arte es muy parecido a lo que es un organismo vivo.
Desde hace un tiempo parece que se está desarrollando un art hub en el Este uruguayo. ¿Lo nota así?
Sí, se está armando una escena más internacional que antes y eso es interesante, porque puede traer movimientos varios para los artistas y aficionados. Todo se está armando en esa zona y eso es por el dinero. Va muchísima gente de vacaciones, tiene playas espectaculares, agrestes y allá también hay más medios. Siempre se ha dado así, el Este siempre tuvo su movida artística y ahora, sin duda, está creciendo.
El arte digital gana cada vez más terreno. ¿Qué opinión tiene al respecto?
Me parece interesantísimo cómo se desarrolla la tecnología en el arte. No tengo mucho conocimiento al respecto, pero es algo que está desde los 90. Recuerdo una Bienal de Venecia que visité, allá por el 2000, y era todo video, video, video y había un solo pintor belga. Su trabajo resaltaba porque era el único que no había aplicado nada virtual en su obra. Si bien lo que yo hago es muy low tech, la relación con la tecnología y el arte es algo que tengo presente en mi trabajo. En mis obras se puede notar cierta semejanza con el glitch, ese “error” digamos que se puede encontrar en un sistema digital. Descubrí con el tiempo que mi trabajo podría dar la sensación de ser algo similar a ello. Lo mismo con mis obras de colores vibrantes, me han dicho que parecen colores web. Podrían serlo como no. Antes trabajaba con una forma de pintura que quería acercarse, por medio de la poca tecnología, a lo digital. Agregaba una pantalla transparente que tapaba la pintura, como un velo. Eso habla de un futuro tecnológico, es como un guiño a lo tecnológico que me salió así, no lo busqué. Entonces, en mis trabajos anteriores se encuentra ese guiño, por los distintos planos, y en los de ahora se ve menos pero se puede ver una semejanza con el glitch.
¿Cómo es su proceso creativo? ¿Tiene un método a seguir a la hora de crear?
Yo genero algo y luego voy conversando con eso que genero, tengo diálogos con mis obras. Pero en general trabajo en series y creo que eso podría ser un método. En las últimas pinturas e instalaciones he trabajado con criterios, que no sé si eso sería un método. Estos tratan de manifestar cierto conflicto, que yo misma manifiesto y que, por ende, se encuentra en la obra, e intento ordenarlo. Entonces mis obras tratan de entrar en algo conflictivo y de poder salir de eso, a veces se hace más evidente que otras. Cada trabajo pasó por tensiones, por momentos en donde parece que algo se salva o se arruina todo.
No podemos ignorar la pandemia. ¿Cómo la afectó?
Dentro de todo pude hacer una exposición súper importante y produje un montón de piezas. Me agarró bien en ese sentido pero hubo muchos momentos angustiantes, en los que no podía producir. Hay momentos y momentos, unos productivos y otros reflexivos. Hubo muchos de estos. Momentos de lectura y escritura que me hicieron muy bien. Leí Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, en el que los personajes viven una especie de pandemia. Me acompañó muchísimo y me gustó. También leí mucho a Marguerite Duras.
¿Cómo describiría su arte?
Hace tiempo que estoy trabajando con la idea de la incertidumbre. desde mucho antes de la pandemia. Es mi hilo conductor. Al ser el mundo algo tan incierto, manejo códigos inciertos y por eso hay muchas preguntas que no sé responder. Al describir lo que hago pienso en eso. También me gusta trabajar en las zonas medias, en las que hay algo que se forma y a la vez no se forma, que no se sabe si se construye o se destruye. Me encuentro en esos medios. En esta casa (dice señalando el cuadro colgado en su pared) hay mucha gente de acá que me dice que es su casa, pero yo lo hice en Francia. En mi trabajo también hay una búsqueda por una apertura, que algo se abra y se produzca algo que no sé que es. Tiene que ver con la fe, de creer en algo que nos movilice. Muchos artistas trabajamos para tratar de que algo pase.
¿El arte es catártico para usted?
Sí y es algo natural para mí. Es casi como respirar.