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Rosa Montero: “Yo no creo en la cordura, esa es la cuestión”

En su nuevo libro, El peligro de estar cuerda, la autora indaga en el vínculo entre creación y locura, exponiendo sus propios “agujeros negros y los de otros escritores y enlazándolos con hallazgos científicos, datos estadísticos y reflexiones propias
Editora de Galería

En su nuevo libro, El peligro de estar cuerda, la autora indaga en el vínculo entre creación y locura, exponiendo sus propios “agujeros negros y los de otros escritores y enlazándolos con hallazgos científicos, datos estadísticos y reflexiones propias

Cada noche, cuando era niña, Rosa Montero le hacía el mismo pedido a su madre: que escondiera un calderito de cobre de adorno que había en la casa. No quería verlo ni quería saber dónde estaba. El peculiar pedido tenía una explicación: la niña había leído que el cobre era venenoso y su miedo era levantarse sonámbula y empezar a lamerlo. Aunque ni siquiera era sonámbula, su imaginación había construido muy vívida la imagen de ella misma chupando el objeto.

El relato ocupa los primeros párrafos del último libro de la escritora y periodista española: El peligro de estar cuerda. Después escribe: “Una de las cosas buenas que fui descubriendo con el tiempo es que ser raro no es nada raro, contra lo que la palabra parece indicar”. Esta es, nada más y nada menos, que la premisa de este trabajo, que la llevó a sumergirse cuatro años en una bibliografía tan vasta y variopinta como las mismísimas páginas del libro (va de la neurociencia, a las biografías de escritores y artistas, a la ficción) y que lleva como título uno de los versos de un poema de Emily Dickinson.

Según un estudio sueco que cita Montero, los escritores tienen 50% más probabilidades de suicidarse que el resto de las personas. Los motivos van desenvolviéndose con el pasar de los capítulos, pero una hipótesis que esboza es la posibilidad de que “la diferencia entre la creatividad y lo que llamamos locura sea tan solo cuantitativa”. Y eso es lo que explora, el vínculo entre creación y locura.

Para llegar al fondo del asunto, la autora, que ya había expuesto fragmentos de su propia vida en La loca de la casa y de su duelo en La ridícula idea de no volver a verte, vuelve a prestarse como objeto de estudio en este libro —un híbrido entre ficción y no ficción que ella define como un “artefacto literario”— para llegar a conclusiones como: “La existencia es un caos y uno de los servicios que prestamos los novelistas (una de las razones primeras por las que me lees, por las que yo leo) es dar una apariencia de causalidad y de sentido a una realidad que es solo furia y ruido”.

La cita con Rosa Montero es por Zoom. Se conecta puntual y de fondo se ve su sala, amplia y luminosa, justo como uno imaginaría la casa de alguien que ha descifrado su vínculo con la locura y está en armonía con su psiquis. Y que ha concluido que escribir, su medio de vida, lo que lleva haciendo por más de 40 años, “es danzar”.

 Tiene media hora, e intentamos hacerla rendir.

¿De dónde vino la valentía para abrirse sobre un tema como la salud mental, que sigue siendo tabú, y escribir un libro tan íntimo y personal?

Siento que es el libro de mi vida, porque de alguna manera es un libro que he estado escribiendo desde siempre. Pensando y escribiendo. Como dice la primera línea del libro, siempre supe que había algo que no funcionaba bien dentro de mi cabeza. Así que me estuve preguntando cómo funcionaba esa cabeza desde siempre. Y esta sensación y esta pregunta se hizo más crítica cuando empecé a tener ataques de pánico, cuando tenía 16 años. Ahí ya tenía que cuestionármelo de una manera casi de supervivencia, porque piensas que estás loca. Y eso iba unido con otra pregunta también, que es por qué tenía la cabeza tan llena de imaginaciones por esa actividad tan rara de los novelistas que consiste en invertir las mejores horas de tu vida durante semanas, durante meses, y durante años, en inventar mentiras. Es una actividad verdaderamente estrafalaria, entonces no puedes menos que preguntarte por qué lo haces, y por qué es tan importante para ti, y por qué funciona así también tu cabeza. Estas dos cuestiones me han estado persiguiendo toda la vida. He escrito mucho en artículos y en mis libros sobre la salud mental. Siempre he sido una luchadora justamente contra el estigma del trastorno mental, y maravillosamente en el último año parece que se está empezando a levantar. La pandemia ha empeorado tanto la salud mental en todo el mundo… y la parte buena de esto, que es muy malo, es que de repente la presión ha sido tal que ha saltado la tapa, y empieza a hablarse abiertamente de ello. Admitir que los trastornos mentales forman parte de la realidad del ser humano nos va a hacer mucho más libres y más felices a todos. La Organización Mundial de la Salud dice —y yo creo que es un cálculo superconservador— que el 25% de los seres humanos van a tener, antes o después, un trastorno mental en su vida. ¿Qué quiere decir eso literalmente? Que todo el mundo, o bien va a pasar por un trastorno mental, o bien va a tener a alguien cerquísima, de su propia familia, un amigo íntimo, una pareja, un hermano, un hijo, que va a pasar por un trastorno mental. Es una de las realidades más básicas de lo que somos, así que admitirlo es absolutamente esencial.

Foto: EFE, Thais Llorca Foto: EFE, Thais Llorca

¿Por qué decidió escribir este libro ahora?

Hace como cuatro años apareció en mi cabeza, porque tú no escoges los libros que escribes, si no que los libros, las historias, te escogen a ti; es como si tu inconsciente te mandara un telegrama. Apareció en mi cabeza el telegrama que decía: vas a hacer un libro concretamente y expresamente sobre creación y locura. Entonces empecé a leer de una manera más sistemática y tomando notas sobre el tema, y a releer algunos de los libros que sobre estos temas ya había leído muchos años atrás. Fue muy interesante, son temas que me fascinan. ¿Qué fuentes tiene este libro? Por un lado fuentes de información, libros de neurocientíficos. A mí la ciencia me encanta y la neurociencia me chifla; de psiquiatras, de psicólogos, de expertos en adicciones, y cosas así. Otro bloque (de investigación): biografías de otros escritores, textos de esos escritores de autoanálisis sobre sí mismos. Otro bloque era el autoanálisis mío, porque en el libro hago una especie de disección de mi cabeza. No es un libro testimonial, en absoluto, soy más bien como el escarabajo que el entomólogo escudriña, es decir que soy mi propio objeto de estudio. Miré a ver cómo funciona mi cabeza, porque creo que es como funciona la cabeza de los demás. Otra parte que tiene el libro, entremezclada, es ficción. Llené cuatro grandes cuadernos de notas por ambos lados, leí, releí y anoté decenas de libros, y al final tenía todo eso y tres cartulinas con notas por las dos caras con más de 70 temas que quería tocar, y cada uno no tenía que ver con el otro. De repente me puse ahí, con toda una mesa cubierta de este papelío  —una nueva palabra que ha inventado una amiga mía de Facebook, que es preciosa—, y dije: “Dios mío, no voy a ser capaz de abrirme paso aquí, a través de esto”. Fueron como cuatro días de oscuridad total porque pensé que no sería capaz de sacar algo en limpio de esa locura, de ese caos y de esa montaña de datos. Estuve a punto de tirar la toalla pero entonces lo que hice fue abordar este libro exactamente igual que hago con mis novelas: el novelista maduro es aquel que tiene la humildad de dejarse contar la historia por sus personajes, y aquí me dejé contar la historia por el material en sí. Cuando tienes un libro en la cabeza, en los primeros momentos, antes de llegar a la escritura, lo tienes como una especie de nube cósmica que da vueltas, llega a ser preciosa. Claro, lo complicado es pasarlo a lo real, pero es una nube cósmica que tiene como luces, y chispas, y movimiento, y música; una música esencial, un ritmo, un latido. Entonces lo que hice fue sintonizar con esa música, y realmente de todos mis libros creo que ha sido el que ha tenido una música más poderosa, y creo que eso se nota. Cuando estaba empezando a hacer la promoción del libro aquí en España, hace un mes, un periodista me dijo: “Tiene algo de libro de detectives, de indagación de un misterio”, y me pareció acertadísimo; yo lo he sentido también así. Iba persiguiendo la contestación a esas preguntas e iba por un bosque incierto, y de repente llegué, siguiendo esa música, a responderme estas preguntas que me he planteado toda mi vida de una manera suficientemente buena para mí.

Con este libro retomó una costumbre de los inicios de su carrera como escritora, de dar a algunos amigos a leer el texto en partes, antes de terminarlo. ¿Por qué?

Sí (risas). A unos cuantos, pobrecitos, los torturé. No sé por qué lo hice, un vicio. Porque es un vicio, verdaderamente. Cuando empezaba lo hice hasta que llegó una pareja mía y me dijo: “Ni se te ocurra, hasta que no tengas el primer borrador”. Es verdad, así no se puede juzgar. Pero no sé, es un libro raro, ya te digo, el libro de mi vida; es como un diálogo conmigo misma probablemente, pero también con los otros. Y estos pobres amigos tuvieron que leerse el libro cachito a cachito.

Estarían encantados.

Decían que estaban encantados, pero es que me quieren también.

El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero. Seix Barral, 358 páginas, 790 pesos. El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero. Seix Barral, 358 páginas, 790 pesos.

Su padre le dijo más de una vez que su mayor miedo era la locura. ¿Usted le tiene más miedo a la locura o a la cordura?

Yo ya no le tengo miedo a la locura. Le tuve mucho miedo al principio, hasta llegar a colocar mi agujero negro. Creo que lo que tenemos que hacer es aprender a convivir con nuestras oscuridades, y a perderle el miedo al miedo; lo más inhabilitador es el propio miedo al miedo. Entonces yo no creo en la cordura, esa es la cuestión. Es la tesis del libro, de alguna manera. Lo que llamamos cordura es una construcción cultural. La universidad de Yale hizo un estudio en 2018 y llegó a la conclusión de que, efectivamente, la normalidad no existe, que no es más que una construcción estadística. Y claro, no debe haber nadie en el mundo que atine con todos los parámetros de esa medianía estadística, por lo cual todos somos divergentes en una manera o en otra. Desde luego que hay gente que es mucho más divergente que otra, pero lo normal es ser raro. La humanidad está compuesta por un abanico enorme de raros diversos, entonces uno lo que tiene que hacer es encontrar su propia manada de raros, aquellos que se parezcan más a uno. Con eso pues eres lo suficientemente feliz.

Tuvo sus primeros ataques de pánico a los 16 años, en un momento totalmente inesperado que no presentaba aparentemente amenazas. ¿Pudo alguna vez identificar los motivos?

Sí, en mi época y en mi clase social en aquella España nadie te llevaba a un psiquiatra, ni a un psicólogo, ni a nada. Así que yo me pasé las tres etapas que he tenido de ataques de pánico —que duraban todas como un año, año y medio— a pelo y sin un ansiolítico, lo cual pues no es necesario, la verdad es que los ansiolíticos ayudan, verdaderamente. Pero lo que sí decidí con el primer ataque de pánico fue estudiar psicología en la universidad, precisamente para intentar entender qué me pasaba, comprender por qué estaba tan chiflada. Yo creo que es por lo que estudian psicología el 98% de los psicólogos, y no está mal, porque eso proporciona mayor empatía con el paciente. Aprendí ahí que es uno de los trastornos mentales más básicos, que le pasa a muchísima gente; es primo hermano de los ataques de angustia, cada uno tiene sus especificidades, y aunque cuando viene efectivamente el ataque viene de fuera con una despersonalización y pierdes el contacto con la realidad, te sales de la realidad, la sensación es como si llegara un gigante, te pegara una patada y te sacara del mundo. Es de improviso y además completamente inesperado; no es que estés más nerviosa. Entonces no sabes a qué tienes pánico, que es otra de las cosas desconcertantes; es simplemente un ataque de terror absoluto sin saber a qué, pues en definitiva es miedo a la muerte, miedo al sufrimiento, al dolor. A no ser capaz de sujetar la vida frente a tanta oscuridad.

Además de estar escrito en primera persona, el libro le habla directo al lector, como una conversación de dos (“te recomiendo”, “te cuento”). ¿Por qué eligió esa forma?

También sale solo. Todo lo que escribimos es algo que quieres contar de una manera determinada. Es tan importante el fondo como la forma. La manera altera el contenido, y el contenido altera la manera. Entonces, cada vez que se me ocurre una novela o un libro, el que sea —porque esto no es una novela, es un artefacto literario (risas)—, se me ocurre primero el huevecillo, el germen, el impulso que te hace pensar en ese libro, y lo siguiente que se me ocurre es cómo va a sonar, cómo va a ser, qué forma va a tener. Así que vino con ello puesto y no sabría decirte por qué, porque son elecciones que hace el inconsciente.

El tono es de una cercanía impresionante, y en ciertos momentos se arriesga incluso a dar consejos a lectores que estén atravesando momentos difíciles.

Me están pasando con este libro cosas maravillosas. Este libro habla de creación y locura, pero hay muchísima gente que creo que tiene esta misma cabeza, aunque no lleguen a tener una obra completa, aunque no hagan nada creativo oficialmente. Mi teoría es que somos como un 15%. Así que un montón de gente se está sintiendo identificada y están pasando cosas increíbles, algunas preciosas y graciosas, como esta que voy a contar de una muy amiga mía. Somos amigas desde hace 20 años y es una tía muy sensata, muy serena. Entonces me manda un e-mail diciéndome: “Estoy leyendo tu libro y quiero que sepas…”, y empieza a contarme una ristra larguísima de manías suyas que yo ignoraba por completo. Por ejemplo, me cuenta esta, que es genial: "No puedo dejar la lectura de un libro en una página que tenga el número siete. Así que menos mal que hay pocos libros que tienen más de 800 páginas, porque en ese caso tengo que leerme 100 páginas de un tirón”. Como eso me cuenta un montón de cosas más, y me dice al final: "Menos mal que no se me nota" (risas). Y luego añade una frase que me encantó: "Creo que este libro te autoriza a no ser cuerda". Eso me pareció precioso. Cosas como esta por la parte exultante, y otras conmovedoras, extraordinarias. Recibí una carta que me saltó casi las lágrimas de una mujer de la que no voy a dar muchos datos para que no se identifique, pero que me cuenta que su madre se había suicidado, que ella había tenido varios intentos de suicidio, y que me daba las gracias por el libro porque, decía: "Me has salvado la vida, de ahora en adelante, esperaré un día, esperaré una semana". Me mató.

¿El libro nació también de una necesidad de poner en papel y para el mundo su experiencia con la Otra?

La Otra es muy importante. Es la historia de una impostora que me ha seguido durante 40 años. A la gente que se nos conoce un poco públicamente siempre tenemos, en un momento u otro, impostores. Ese personaje de la Otra tiene partes que son ficción y partes que son totalmente verdad notarial. Y no voy a decir cuáles son; ahí que el lector escoja lo que quiere creer. Las partes que son ficción de este libro son paradójicamente las más verdaderas, en el sentido de que explican de una manera más plástica, más gráfica, más profunda y más clara la manera en que yo veo el mundo. Para mí la realidad y la fantasía están entremezcladas. La frontera entre una cosa y otra es tremendamente porosa, borrosa. Es más, gran parte de nuestra vida es imaginación; la memoria, por ejemplo, lo que creemos recordar. Y esa memoria cambiante es la base de nuestra identidad. Además, como digo en el libro, para mí se juntan tanto que cuando pasan 20 años de un recuerdo, muchas veces no sé bien si lo he vivido, si lo he soñado, si lo he escrito, si me lo han contado, si lo he leído; y todas esas posibilidades tienen la misma sensación de vivencia para mí. Así que ahora mismo podría contar —cosa que no voy a hacer, porque no quiero hacerlo— exactamente de todas las veces que aparece la Otra, qué partes son verdades notariales y qué parte verdad narrativa. Hoy podría, pero a lo mejor dentro de 10 años ya no podría saberlo, ya no podría recordar qué parte es verdad y qué parte no. Todo para mí es igualmente verdadero.

Ya bastante avanzado el libro, cuando el lector ha ido haciendo las paces con todas sus rarezas y sus pequeños indicios de locura, Montero introduce un concepto inventado por el escritor francés Romain Rolland. Se trata de los “momentos oceánicos”, que define como “esos instantes de aguda y trascendente intensidad, cuando tu yo se borra y la piel, frontera de tu ser, se desvanece, de manera que te parece sentir que las células de tu cuerpo se expanden y se fusionan con las demás partículas del universo”. Son “instantes místicos”, en los que un paisaje natural se vuelve sobrecogedor y la empatía por el sentir de otro ser humano convierte la sensación en abrumadoramente propia. Son momentos de comunión pura y de belleza. Todos hemos tenido esos momentos, alguna vez, pero la autora cuenta que, por la reacción del terapeuta al escucharla cuando se lo contó, entendió que los vivía con mayor frecuencia que la mayoría de las personas. Por algo bautiza ese capítulo Yonkis de la intensidad.

¿Se nace y se muere siendo una “yonqui de la intensidad”?

Sí, me temo que sí. Lo que pasa es que hay que intentar no pasarse de rosca. Es decir, hay que intentar no tener una sobredosis, vamos.

El capítulo Bajo la cama y aullando habla de la vejez, y dice que usted no es la de las fotos del ayer, ni “la vieja” que hoy la “ha secuestrado”. ¿Quién es entonces?

Pues un proyecto de superviviente. Yo qué sé. ¿Qué somos? Dice (Henri) Michaux que "el yo es un movimiento en el gentío". Somos una muchedumbre dentro de nosotros, y el yo en cada momento es una especie de espiral que se mueve entre esa muchedumbre. Así que intento ser una persona más serena, intento ser una persona viva hasta el final, intento ser una persona alegre. Y a veces se consigue y a veces no.