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Sebastián Abreu: confesiones de un hombre récord

Con 43 años y una carrera en 29 clubes, El Loco sigue en actividad, volvió a la televisión en horario central y no piensa en el retiro

Con 43 años y una carrera en 29 clubes, El Loco sigue en actividad, volvió a la televisión en horario central y no piensa en el retiro

Dos palabras fueron necesarias para revolucionar la tarde en La Tele: “Está llegando”. Las dijo el recepcionista del canal cuando vio aproximarse la camioneta Porsche negra con vidrios oscuros y matrícula extranjera terminada en 13. Un productor se acercó al estacionamiento, después otro; algunos curiosos que estaban en la entrada miraron el auto para ver quién bajaba. La puerta del conductor se abrió y descendió Sebastián el Loco Abreu, con ropa deportiva, championes, barba impecable y un pelo tan oscuro y prolijo como el vehículo. Alguien le hizo un comentario, otro preparó el celular, dos señoras se codearon y lo señalaron. Él sonrió, aceptó las fotos e intercambió alguna broma. Lejos de divismos o exigencias, se detuvo a hablar con cada uno que tenía algo para decirle.

La escena transcurrió en Enriqueta Compte y Riqué, pero podría repetirse en cualquier esquina de Uruguay, porque pasan los años y el Loco sigue provocando admiración. Lo aclaman los hinchas de Nacional, donde jugó en seis etapas y fue campeón uruguayo dos veces; pero también lo respetan y aprecian los de Peñarol, porque a pesar de haberlo padecido en algún que otro clásico, no se olvidan de aquel penal picado frente a Ghana en Sudáfrica 2010 que provocó una locura colectiva. También lo idolatran en Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y El Salvador, por mencionar solo algunos de los países en los que jugó.

Con 43 años y sin imaginarse aún el retiro de las canchas, Abreu ostenta el récord mundial de ser el futbolista que jugó en más equipos profesionales: 29. Más allá de las estadísticas, el Loco es un personaje multifacético: el delantero de la Selección que resucitó la pasión celeste; el deportista que vuelve a su ciudad natal para reencontrarse con su pasado; la celebridad que incursionó en la publicidad y en la televisión; el fiel creyente en la Virgen del Verdún que, desafiando cualquier presagio de mala suerte, eligió identificarse con el 13 en su camiseta, un número que repite en el auto, el celular, y cada vez que puede elegir.

En una época en que la selección uruguaya reunió a algunos de sus máximos exponentes históricos, como Luis Suárez, Edinson Cavani o Diego Forlán, la identificación del público con el Loco trasciende los goles y pasa por otro lado: su empatía, sentido del humor y simpleza. Además de las conquistas, y los títulos conseguidos, Abreu sigue siendo —al menos en la apariencia— aquel minuano de 1,97 de estatura que llegó en 1994 a jugar a Defensor, para convertirse en protagonista de un fútbol uruguayo que le cuesta abandonar.

Abreu despierta una sensación de familiaridad poco común en un deportista, cualidad que lo hace reconocible en todas las edades y sectores sociales. Fue rubio, morocho y pelado; entró en canchas de todo el mundo con cuatro hijos que crecieron ante cámaras; lloró en programas de televisión recordando a su familia y a sus amigos; jugó al básquetbol en Trouville; hizo reír a compañeros de equipo; sumó distintivos a una camiseta que usa contra el cuerpo y escudos a un mate que lo acompaña en su periplo profesional alrededor del planeta; fue jugador y entrenador al mismo tiempo; hizo goles de campeonato; la picó una, dos, tres, quién sabe cuántas veces. Y sigue en carrera.

Por todo eso, cuando el Loco llega al canal, es imposible que pase inadvertido. Fotos, autógrafos, comentarios de fútbol, alguna referencia a Minas. No parece tener apuro, por eso sonríe a cada uno que se le cruza, y presta atención a las indicaciones que le da el equipo de producción de Trato hecho, el programa de entretenimiento que se emite de lunes a jueves a las 21 horas (ver recuadro).

No es la primera vez que Abreu está en la pantalla; fue comentarista de torneos de fútbol, antes condujo Noche de locura en Canal 10, tuvo un programa en la televisión chilena junto al exfutbolista Dante Poli, e incluso hizo apariciones fugaces en Video Match en la década de los 90, cuando era figura en San Lorenzo, el equipo de Marcelo Tinelli. Por eso, a esta altura, las cámaras, el maquillaje y la producción le resultan casi tan familiares como los entrenamientos matutinos en Boston River, el humilde equipo que lo trajo de nuevo a la Primera División del fútbol uruguayo.

En el vestuario que tiene asignado en el canal ya está lista la ropa para el rodaje: pantalón, saco y camisa. Ya pronto, sube la escalera hasta la zona de maquillaje y atraviesa un lugar que parece el detrás de escena de un desfile: modelos con ruleros, otros   que miran el celular y algunos que comen algo, para matar el tiempo mientras todos se preparan. “¿Cómo está la chica que se sintió mal ayer?”, pregunta Abreu. “Bien”, le responden, “le bajó la presión”. El Loco se sienta frente a la maquilladora, que comienza a hacer su trabajo, mientras él conversa con galería, con alguna pausa para que la peluquera le acomode con el secador un jopo rebelde.

¿Qué lo atrajo de este programa?

Primero, conocer historias que son ejemplos de vida, y también ayudar a entidades o personas que pasaron por alguna dificultad o tienen que ayudar a alguien. Eso lo trato de hacer a través del deporte y con acciones individuales, si se dan las condiciones de poder generar felicidad.

Está grabando el programa mientras juega con Boston River. ¿Cómo maneja los tiempos?

No cambia con respecto a los muchachos que trabajan a la tarde. Uno está acá porque quiere y le gusta, hay muchachos que lamentablemente por los salarios que reciben en el fútbol tienen que tener otro tipo de trabajo, con otras dificultades. Lo tomo como algo para disfrutar, divertirme y aprender de un trabajo en equipo que se nota día a día.

Hace algunas semanas trascendió que iría a jugar a Brasil, al União Cacoalense, que se convertiría en el equipo número 30 de su carrera...

No, por ahora no. No hay declaraciones mías. 

Con una carrera tan larga y a su edad, se habla mucho de su retiro. ¿Tiene alguna idea en ese sentido?

Desde los 33 años vienen hablando de mi posible retiro. No me he puesto ningún tipo de límites. El día que no lo sienta, que ya no lo disfrute o no pueda con las exigencias, porque no me genera la pasión que me genera hasta hoy... Hay gente más preocupada por mi retiro que yo.

¿Qué le dejó su experiencia como entrenador del Santa Tecla de El Salvador?

Fue una experiencia cortita y linda. Es algo a futuro, todo en su momento. Hay que saber elegir cuándo dejar esto tan hermoso para pasar a una etapa diferente, prepararme bien. Mientras tenga la posibilidad de jugar... Recuerdo a compañeros que decían: “Cuando estés cerca del retiro, que no te agarre el ¿y ahora qué hago?”. Es bueno que cuando dejes el fútbol sigas con una rutina para contrarrestar el golpe anímico, la angustia y la sensación de levantarte a la mañana y no ir a entrenar. 

 

Maquillado y peinado, Abreu baja una escalera y se sienta a firmar tres camisetas infantiles de Nacional. A pesar de que su último pasaje por el club no fue de los mejores, sigue siendo un emblema tricolor.  Como jugador de Nacional, dice, cerró un ciclo, pero sueña en volver como técnico. Hay quienes especulan —un poco en serio, un poco en broma— que cuando eso suceda, su hijo Diego, futbolista de Defensor y de la selección mexicana juvenil, podrá vestir la camiseta tricolor. “Sería lindo, pero no quiero que por cumplir un sueño mío le corte la carrera a él”, dice.

Cada día, después de la práctica, en el club que sea, Abreu llega a su casa y anota en un cuaderno lo que le dejó el entrenamiento. Las cosas buenas van en azul; las otras, en rojo. En esas anotaciones está la fecha, el nombre del entrenador, y las referencias al momento del equipo. A esta altura, lo que empezó siendo una libretita se convirtió en una colección de cuadernolas, porque antes de llegar a Boston River Abreu jugó en equipos de varios países: Defensor, Nacional y Central Español (Uruguay); San Lorenzo, River Plate y Rosario Central (Argentina); Deportivo La Coruña y Real Sociedad (España); Gremio, Botafogo, Figueirense, Bangú y Río Branco (Brasil); Tecos, Cruz Azul, América, Dorados de Sinaloa, Monterrey, San Luis y Tigres (México); Puerto Montt, Audax y Magallanes (Chile); Beitar Jerusalem (Israel); Aris Salónica (Grecia); Aucas (Ecuador), Sol de América (Paraguay) y Santa Tecla (El Salvador).

Abreu, el que grababa horas de entrenamiento y el detrás de los partidos de la Selección, siente la necesidad de registrar su día a día en los equipos porque quiere estar listo para dar indicaciones cuando deje de jugar y asuma como técnico. “En El Salvador, que estuve un mes y medio como entrenador, miraba esas anotaciones para ver qué cosas hacer y cuáles no”, dice.

En 25 años de carrera, el Loco tuvo más de 40 técnicos; asegura que muchos lo marcaron, incluso los malos, pero al momento de elegir cuáles fueron fundamentales, tiene claro los nombres: Hugo de León, Daniel Passarella, Óscar Tabárez, Manuel Pellegrini, Diego Simeone, Miguel Ángel Russo y Daniel Carreño.

¿Es de los jugadores que en su casa miran siempre fútbol?

Soy de mirar entrenamientos que consigo por contactos que tengo, por entrenadores amigos. Hay que estar aggiornado para cuando surja un nuevo contrato. Si algo aprendí de los jugadores que tuve a lo largo de la carrera, como  (Enzo) Francescoli, (Oscar) Ruggieri, Ruben Sosa, (Carlos) Pato Aguilera o Mauro Silva, es que como jugador lo más lindo es que te vacíes. Que el futbolista se vacíe, que diga “ya no tengo más nada, di todo, me voy feliz con el hecho de haber entregado todo a este deporte y ahora voy a tratar de aplicarlo de la línea de cal hacia afuera con otra responsabilidad”.

Para alguien con su trayectoria, ¿cómo es jugar en un club como Boston River?

Por el gerenciamiento que tiene, Boston River está solvente y da buenas condiciones. Estamos en el complejo de la AUF, las canchas están muy bien, vestuarios y gimnasios también.

¿Concentra antes de los partidos?

Concentrar es un mito uruguayo, o suda-mericano. Si ves las notas que le hacen a Suárez, ellos entran dos horas antes al vestuario, vestido cada uno con su ropa, y son los mejores del mundo. ¿Qué dirigente no va a querer cuidarlos? No es relevante concentrar. Puede tener un valor especial cuando hay una seguidilla de partidos, principalmente por una buena alimentación, porque no todos tienen la posibilidad de comer pasta integral, de comprar pescado, de tener la alimentación adecuada para poder recuperar. En ese aspecto sí es importante, por las carencias que tenemos. Por lo demás, la concentración se está dejando. Se acostumbra más hacerlo después del partido para la recuperación, para comer bien, o hacerte un masaje o contraste frío o calor. Hay dirigentes que dicen “ah, no concentraron”, como si fuera una catástrofe. La concentración no gana ni pierde. Son otros los detalles: la infraestructura para entrenar, o las condiciones para que el futbolista tenga los materiales adecuados. Una de las cosas de haber aceptado la invitación de Boston River era saber que tenía ese tipo de respaldo. Diferente fue en Central Español, ahí sí choqué. Desde mi lado fue una experiencia hermosa, pero no le deseo a nadie lo que les toca vivir a los muchachos que se tenían que mantener y continuar jugando en la B. Uno termina valorando más al futbolista uruguayo, porque el fin de semana se ponían la camiseta y era la final del mundo. Pero de  lunes a viernes veías otra realidad, con muchachos que trabajaban en la tarde, no se podía hacer doble turno porque tenían que trabajar y perdían el jornal. Uno puede hablar con propiedad porque las viví todas, estuve en lo más alto, con el mejor nivel, y también me tocó estar en otra situación diferente.

La Selección vive hace años un período de bonanza, pero el fútbol local sigue siendo paupérrimo, ganan siempre los mismos y las participaciones en copas internacionales son muy malas. ¿Por qué es tan grande la brecha?

Es diferente; los jugadores que viven afuera absorben fútbol de otro nivel, más exigente. El nivel local nuestro es bajo, los equipos grandes marcan diferencia de manera natural. Pero cuando te piden dar el salto de calidad a nivel internacional hay una línea muy lejana en lo competitivo. Hace como 10 años en una nota dije que si quería seguir en la Selección no podía volver a Uruguay. Me criticaron mucho, dijeron que era un desagradecido. Era por esto. Al no tener alta competitividad vas perdiendo espacio. La prueba es que se citan uno o dos futbolistas de acá.

¿Cómo se cambia?

Tiene que haber un cambio profundo. Primero, que los clubes tengan las condiciones de infraestructura, vestuarios, todo lo que hace al nivel de juego. Si entrás a una cancha en mal estado, necesitás tres segundos para parar una pelota. Si vas al Pacaembú, en Brasil, con la cancha mojada y perfecta, resolvés en un segundo. Entonces vas a tener un equipo que está acostumbrado a tomar un balón y recepcionar en tres segundos contra uno que define en uno. Se va a notar la diferencia, por más que el uruguayo tiene rebeldía, tiene esa garra, a la larga la técnica y la dinámica te superan. También habría que disminuir la cantidad de equipos, copiar de otros países que pasaron por esa situación, como Ecuador o Paraguay. Y también mejorar la base de los juveniles.

Hay equipos que sacan buenos juveniles, pero juegan un semestre y los venden. 

Los clubes no analizan eso. Para la competitividad, a los juveniles tenés que darles condiciones para que entrenen. Si entrenan en canchas feas se va a destacar el que tiene condiciones individuales pero en lo colectivo no se va a notar. Uno recorre canchas de inferiores, si las canchas en las que juegan algunos están mal, me imagino lo que será en las que entrenan. Lo otro es que cuando llegan a Primera los venden rápido porque dicen  “aprovechemos el momento, no sabemos qué va a pasar con este juvenil y necesitamos vender porque tenemos deudas”. A veces te sale redondo el negocio, a veces vendes mal.

También ocurre que juveniles talentosos se van al exterior, pero llegado el momento pocos triunfan y muchos retornan a Uruguay, a veces a equipos chicos. 

Ojo, no todos se destacan en lo mediático. Pero podés hacer un scouting de jugadores que han encontrado su lugar en el mundo con mejores condiciones que acá. Eso también es lo que buscan: estabilidad deportiva, económica y familiar. Estoy jugando en Noruega, nadie lo sabe, pero es un país fantástico, con un fútbol dinámico, y me estoy consolidando.

Hay otros que se van y ni siquiera juegan. 

Ahí ponen en la balanza: estoy jugando en Uruguay en estas condiciones, o no estoy jugando pero estoy tranquilo, disfrutando del día a día, entrenando en buenas canchas y esperando el momento para que me puedan poner. Hay que ponerse a pensar que nosotros llegamos todos los días a entrenar y queremos disfrutar. A veces estás renegando de que no tenés cancha, que no hay ropa, o que no tenés agua caliente. Esto también atenta contra el rendimiento, porque uno entiende que todos los días que vas a entrenar tenés que aprender, algo bueno o malo. Si las condiciones no están, lo único que vas a hacer es renegar, enojarte.

¿Qué le dice a su hijo?

Que disfrute.

¿Le recomendaría irse si sale una opción?

Habría que ver qué surge.

No es el caso de la suya, pero hay familias que ven en el hijo futbolista una salvación.

Eso es una presión innecesaria. Es algo que suele suceder y es imposible de evitar, sobre todo para el niño o adolescente que, sabiendo esa realidad familiar, quiere devolver a los padres el sacrificio que hicieron. Hay que ponerse en el lugar de cada uno. También hay algo un poco injusto: a un adolescente se le firma un contrato por 1.500 dólares de sueldo y se le pone una cláusula de rescisión de cinco millones. Si aparece un sueldo muy bueno para él pero no paga la cláusula de cinco millones, paga de tres, le dicen que no. Le mejoran el contrato, pero son situaciones de presión para el adolescente, que en lo anímico siente que no aprovechó o no puede ir al lugar que quería, y le viene el bajón.

 

Las redes sociales dieron una proyección inusitada a las familias de los futbolistas y por eso, en los últimos años, los hijos de los deportistas de elite cobraron protagonismo. La familia de Abreu no es la excepción. En su caso, sin embargo, la exposición comenzó mucho antes, cuando se casó con Paola Firenze en 1998, porque el delantero siempre mostró ante los medios a su entorno más cercano. Abreu es padre de Valentina, Diego y los mellizos Franco y Facundo. 

Desde que nacieron, los hijos de Abreu acompañaron a su padre por el mundo y fueron mascotas de los equipos en los que jugó. En 2013, él y su señora resolvieron que los chicos se establecieran en Montevideo, para seguir con la escolaridad sin interrupciones. Él empezó a mudarse solo, y la familia trataba de reunirse cada vez que podía. De todos los lugares en los que vivió, Abreu recuerda con especial cariño Rosario, por las similitudes que encontró con Uruguay.

A la exposición de la esposa e hijos de Abreu se suma la de otras figuras de su entorno que también son reconocidas: Clarissa, su hermana modelo, y su madre Marita, un personaje muy popular en Minas. Antes eran conocidos solo en Lavalleja, pero de la mano de Abreu trascendieron el departamento.

Al Loco le gusta hablar de su familia y de su ciudad natal, que dejó hace 25 años para probar suerte en el fútbol profesional.

¿Cómo hace para mantener los pies en la tierra más allá de la fama y el éxito?

Eso te pasa a los 25 años, cuando tenés un momento espectacular y podés comprar todo lo que se dice. Después de los 30, si ya pasaste esa etapa, lo vivís con naturalidad. Valorás que otros disfrutan lo que hacés, muchos se identifican con uno como algo positivo, no para mirar por arriba del hombro a otras personas. Una cosa es ser un futbolista con recorrido, otra es ser un futbolista con trayectoria, y otra un futbolista con jerarquía. Cuando podés tener un futbolista de jerarquía, el club y los compañeros tienen que aprovecharlo. A mí me tocó sentarme en un vestuario con Francescoli, Ruben Sosa, Pato Aguilera, Ruggeri. Sabía que eran jugadores de jerarquía. Trataba de observarlos. También a (Santiago) Ostolaza y Carlitos de Lima, a los que conocí en Defensor Sporting, que fueron campeones de América y del mundo con Nacional. Eran diferentes, tenían jerarquía, llegaron al lugar que todos soñamos. Todos somos iguales, pero dentro de la profesión hay diferencias lógicas. Uno ha podido construir algo,  otros están en camino de construirlo y tienen que absorber experiencias. Les digo a los jóvenes: “Ustedes absorban la experiencia, yo les voy a absorber la juventud”. Es un ida y vuelta. 

En varias oportunidades habló de su infancia humilde en Minas, muy distinta a la que tienen hoy sus hijos. ¿Qué trata de transmitirles a ellos?

Cuando vos te manejás de una manera, ellos te ven y lo incorporan, sobre todo los más grandes. Diego está en el liceo y en el fútbol; Valentina, en facultad. En el entorno en el que están hay personas que tienen otras dificultades. Tienen relacionamiento constante con mi familia en Minas, ven otras realidades. Disfrutan lo que tienen, pero saben muy bien que no todo es esa realidad.

¿Hizo terapia alguna vez?

Conmigo mismo.

¿Nunca necesitó ayuda profesional?

No necesito que me hablen cuando miro para atrás y sé de dónde salí. Siempre digo a los jóvenes: cuando anden mal, hagan un viaje al pasado y vuelvan al presente.

¿Cómo maneja la exposición de su familia?

Desde chiquitos han convivido con eso.

¿Les pide algo en particular?

Les pido que piensen lo que van a escribir en las redes sociales, porque no escribe cualquiera, lo van a relacionar conmigo y van a pensar que es una opinión mía. Tienen libertad de hablar, pero vean de qué manera.

Su madre en Minas está identificada con el Partido Colorado. ¿Le dijo algo?

No. Yo soy apolítico. La que está militando es ella, nunca me participa ni participo. 

 

 

TRATO HECHO

El programa que desde hace algunas semanas conduce Sebastián Abreu en Canal 12 se trata de un formato internacional que tuvo como primera versión Deal or No Deal, en Estados Unidos. En esta zona del mundo se hizo conocido por el argentino Julián Weich y la dinámica consiste en que distintos participantes compiten por un premio mayor de un millón de pesos.