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Nombre: Sergio Blanco• Edad: 51• Ocupación: Dramaturgo y director de teatro• Señas particulares: Se levanta todos los días a las cinco de la mañana, aprendió el mapa de París por completo a los 17 años, leyó a los grandes de la literatura rusa a los 15
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Vive en París hace 30 años. ¿Se siente más uruguayo o francés? Me gusta sentirme en el medio. No me siento ajeno a lo francés ni a lo uruguayo. La mezcla de ambas nacionalidades suspende la idea de la identidad reducida. Hoy se la reduce a naciones, lenguas, comportamientos, orientaciones sexuales, partidos políticos. Me parece aberrante reducir. Me gusta que la identidad de uno sea una multiplicidad de varias, incluso algunas opuestas entre sí.
Está avergonzado del género masculino. ¿Por qué? Sin lugar a dudas es un género que no se ha portado muy bien. Desde hace siglos viene oprimiendo al género femenino. En ese sentido, siento que pertenezco a un género del que me siento avergonzado. Estoy en un largo trabajo de deconstrucción. Estoy mucho en contacto con gente de entre 18 y 27 años, por los seminarios que doy todos los meses alrededor del mundo. Me hacen estar atento a ciertas cosas.
¿Qué cosas? Hay un empoderamiento de la mujer que es fundamental y que apoyo. Como hombre tengo que sospechar constantemente de mí mismo, porque se ejercen un montón de microviolencias y abusos que ya tenemos naturalizados. Toda la sociedad. Cuando presento la bibliografía a estudiar en los seminarios que doy en las universidades, me ocupo de explicar a los estudiantes por qué el 80% de los autores son hombres. Siento la obligación como académico y catedrático de hacerlo. Son cifras aberrantes.
Se crio en el Prado. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia y adolescencia allí? Recuerdos hermosos. Especialmente de la llegada de la primavera con los jacarandás. Quienes pertenecemos a ese barrio tenemos un sentimiento de pertenencia. Si bien mi familia ya no vive ahí, siempre que voy a Uruguay voy a caminar por 19 de Abril, Lucas Obes y Lugano.
¿Cuál fue el primer libro que lo marcó?La Isla del tesoro de Stevenson. También Los tres mosqueteros, El libro de la selva de Kipling. Horacio Quiroga. En la adolescencia descubrí a Balzac, Zola y Stendhal. Recuerdo especialmente el libro El rojo y el negro de Stendhal, fue un antes y un después. Lo leí con 13 años. El tercer impacto literario fue la literatura rusa. Se lo debo a una tía mía, Sol Ayestarán. Yo estaba sufriendo una historia de amor, ella me vio triste y me dio Dostoievski, Turguénev y Tolstói.
¿Cómo pasó de ser un aficionado de la lectura a la escritura? A los 12 años me inscribí en un taller de Elsa Lira Gaiero y fui su alumno por tres años. El taller era de literatura para niños y también tenía una revista, que se publicaba cada tanto. Esa fue la segunda vez que aprendí a escribir. Es decir, ya no era esa escritura de alfabetización que me ayudaba a ordenar las palabras, sino que con Elsa aprendí a escribir de verdad. En el taller me enfrenté por primera vez a tener una consigna y de ahí escribir, a leer mi texto para otros, a escuchar el texto de otros, a entrevistar gente para la revista. Empecé a conectarme con el mundo de la escritura y de la cultura, por fuera de mi familia.
¿Cuándo empezó a aprender francés? En ese mismo período. Estaba aprendiendo inglés en un instituto fuera de mi colegio y no me gustaba. Tampoco me gustaba la cultura británica. En mi colegio tuve una clase de francés, apenas lo escuché quise aprender más. Les pedí a mis padres para cortar con el inglés y empezar clases en la Alianza Francesa. Con el francés mis oídos se abrieron por primera vez a la belleza acústica de una lengua. A partir de eso supe que quería vivir en Francia. Fue más una decisión lingüística que territorial. Quería vivir en francés. Me empezó a fascinar toda la cultura francesa. Desde su música, sus escritores, hasta su historia. Después de mis clases en la Alianza, pasaba horas en su biblioteca leyendo sobre su cultura. Leí Los miserables a los 16 años.
¿Cuándo visitó Francia por primera vez? A los 20 años. Gané una beca para estudiar en París, me fui a estudiar a la Comedia Nacional Francesa. A los 17 pegué en mi cuarto el mapa de París. Aprendí el recorrido del metro y las calles. Me enamoré de la ciudad al segundo de pisarla. Fue como con las aplicaciones de citas cuando el encuentro con el desconocido sale bien.
¿Sigue enamorado de París? Me sigo emocionando al caminar por sus calles. Me gusta su gente. Me atrae su arrogancia, soberbia y egoísmo. Tienen algo similar a los porteños. Me gusta su mal clima, me ayuda a concentrarme. Me levanto siempre a las cinco de la mañana a trabajar. Me fascina su diversidad cultural.
¿Cuándo conectó con el teatro? La primera experiencia que tuve, que no tiene nada que ver con ir al teatro, pero en la que sí se ejerce algo teatral fue cuando tenía siete años. Era 1978 y liberaron de la cárcel al papá de un amigo de mi escuela. Recuerdo que mis padres compraron masitas y me dijeron que fuera a saludarlo. El papá era un esqueleto vivo. Tuve que estar en el living, soportar una especie de cuestión social y yo siento que fue mi primera escena teatral. Tuve que aparentar un estado de felicidad, pero en el fondo sentía miedo y angustia. Quería irme de ahí. Fue la primera vez que el teatro me salvó de alguna manera. A los 10 años mis padres me llevaron por primera vez al Teatro Solís y mi vida cambió. Cuando se levantó el telón me di cuenta de que en el teatro pasaban cosas mucho más interesantes que en la vida real. Quedé atrapado ahí para siempre. Es un mundo en el que lo imposible sucede.