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Verónica Massonnier: “La felicidad como una meta de vida nos diferencia de generaciones anteriores”

En su libro Claves para el tiempo que viene la experta en tendencias analiza las nuevas formas de vincularse con el trabajo, con los hijos y con el cuerpo, el lujo del tiempo libre, el límite entre autoestima y egocentrismo, y el “mundo espejo” en una sociedad que se mueve por la “fantasía”
Editora de Galería

La vida viene sin manual, y hasta hace un tiempo eso estaba bien. ¿Quién necesita un manual cuando el camino está prácticamente trazado y el futuro es una reedición del pasado? Pero las reglas del juego cambiaron mucho y en poco tiempo. Si algo caracteriza a este momento es la ansiedad ante tantas opciones, y la incertidumbre ante un futuro tan indescifrable.

No necesitábamos manual, antes, pero tal vez ahora sí. Claves para el tiempo que viene, de la licenciada en Psicología especializada en Investigación de Mercado y Tendencias Verónica Massonnier, analiza el escenario en el que vivimos hoy, con sus características tan propias y sus contradicciones, con sus ventajas y sus complejidades. No es un manual. No trata de plantear verdades ni propone caminos infalibles. Lo que sí trae es una sugerencia: mirar el tiempo que viene sin automatismos, con “una mirada más ingenua, como la de un niño, como la de un extraterrestre”. “¿Qué pasaría si venimos con ojos sin preconceptos, con unos ojos más limpios, y miramos? Seguro nos sorprendemos. ¿Así estamos viviendo? ¿Esto es lo que queremos?”, se pregunta Massonnier. 

Conversando con Galería, esta analista del futuro comparte su mirada optimista y ayuda a entender cómo vivimos hoy para intentar predecir cómo viviremos mañana.

¿Por qué necesitamos claves para el tiempo que viene? ¿Estamos desarmados?

Creo que siempre es interesante tener faros. Mirar el tiempo que viene y orientarnos. El libro tiende a buscar claves que incluso ya están en el presente, porque si observamos encontramos las semillas del futuro, lo que nos indica hacia dónde tal vez vayamos. En el fondo las claves para el tiempo que viene están pensadas como para que las personas puedan elegir qué es lo que más sintoniza con cada una de ellas, de todo el repertorio de lo que está pasando, porque hay una tendencia y está su opuesto. Todas las tendencias tienen contratendencias y están vivas las dos. ¿Hacia dónde queremos ir cada uno de nosotros? ¿Queremos sumarnos a una tendencia que tal vez está más fuerte, o nos sentimos más afines con lo opuesto? 

Hay dos tendencias claramente contrapuestas en el tema del consumo. Por un lado está esa voracidad de comprar y descartar, y por el otro está el revalorizar lo que ya existe.

Nosotros venimos de un período, que yo creo que fueron estas décadas pasadas, de deslumbramiento ante lo nuevo. Y eso fue tan avasallante, tan poderoso, que hizo que perdiéramos la sensación de que lo que ya existía tenía un valor; pasó, por ejemplo, con la arquitectura de las ciudades. Hubo unas décadas en que fue todo tirar, romper, destruir. Lo nuevo parecía ser siempre mejor. Lo mismo pasó con distintos aspectos de los estilos de vida. Parecía que lo nuevo siempre era mejor que lo anterior. Hubo incluso mucha soberbia de parte de generaciones más nuevas frente a generaciones anteriores. Entonces se desvalorizó todo lo que era patrimonio de algún modo. Hoy se habla mucho del patrimonio, y creo que alude a lo físico, pero creo que también son patrimonio una cantidad de cosas que no son tangibles y que son parte de nuestra historia como sociedad. Se empezó a notar cómo la gastronomía empezó a recuperar sabores ancestrales, cocinas menos nuevas pero igualmente válidas y atractivas para cada sociedad. Nosotros hemos vivido nuestra recuperación de cierto patrimonio y tradiciones, pero en todo el mundo está pasando esto. Es una movida muy fuerte en el mundo el volver a mirar con nuevos ojos lo que ya teníamos.

En el libro también dice que el concepto de vivir para trabajar está cayendo en desuso. Y ya se ve en las generaciones más jóvenes, que vienen con otras prioridades.

Eso cambió mucho, y creo que tiene que ver con que también las generaciones jóvenes se hicieron más conscientes del concepto de la finitud. La vida no es para siempre, nada es para siempre. Las generaciones jóvenes son algunas de las más atentas a este concepto: el presente es lo que hay seguro. La apuesta al futuro como algo certero es mucho más dudosa. Entonces, si no disfrutamos hoy, si nos perdemos el cumpleaños del niño pequeño, si nos perdemos una fiesta de Año Nuevo con la familia o con los amigos, si nos perdemos las cosas que son el disfrute, ¿lo hacemos con qué objetivo? Ese objetivo se pone en cuestión. El objetivo de, por ejemplo, el ahorro, el objetivo de generar horas extra... Trabajar un 31 de diciembre podía tener un pago adicional y en una cultura vinculada con el mañana, con el futuro, con el ahorro, se renunciaba a algo del día de hoy que era lindo y disfrutable, o se postergaban las vacaciones, porque se estaba tratando de generar más dinero para un futuro lejano. Eso ha cambiado. Hoy el tiempo libre está siendo supervalorado, es uno de los grandes lujos del presente. Como contraposición obviamente a una etapa en la cual el trabajo ocupó espacios enormes de la vida. Hubo familias que se rompieron, parejas que se rompieron, y muchas pérdidas afectivas vinculadas con un trabajo que ocupaba toda la pantalla. Los hijos de esas familias que trabajaron padre y madre todo el día, que sintieron cierta soledad o cierta ausencia, hoy son otra clase de padres. Están teniendo otro tipo de vínculo con el trabajo y con los hijos, y todo eso es el presente y es el futuro.

Eso de vivir el hoy sin pensar tanto en el mañana ¿tiene que ver también con lo impredecible que es ahora el futuro?

Sí, sin duda. Si miramos la cultura, que siempre nos da un montón de información sobre qué está sintiendo y pensando la sociedad, vemos que hay muchas propuestas de futuros distópicos: series, películas, cuentos infantiles que nos plantean futuros apocalípticos, como algo que se puede terminar. Ninguno de nosotros sabe qué nos espera en el futuro, pero las certezas se han ido debilitando, eso es real. Eso nos induce a mirar más el presente, mucho más.

¿Tiene su lado positivo esa actitud? En el libro se la percibe muy optimista al respecto. 

No puedo evitar transmitir mi forma de ver las cosas. Hace un tiempo hice un trabajo en el que tenía que preguntar en un focus group a muchas personas cómo veían el pasado, el presente y el futuro, si lo veían como algo esperanzador o no; si estábamos mejor que antes. Yo tenía mi propia idea, y consideraba que la respuesta iba a ser: estamos mejor, vamos a estar mejor. Pero muchas personas decían: “No, estamos peor. No hemos podido resolver la desigualdad, no hemos podido terminar con las guerras, hemos perdido el encuentro cara a cara en muchísimos sentidos, hemos perdido muchas cosas que eran valiosas”. Otras personas decían: “Pero tenemos una vida mucho más prolongada. La esperanza de vida se extendió, la medicina ha logrado curar un montón de enfermedades, y vamos en ese camino, y ese camino es mejor”. Y las dos miradas son válidas, porque las dos son reales.

En el libro se refería a las operaciones estéticas como una “plataforma para la fantasía”. ¿Hoy estamos dispuestos a jugar más con el cuerpo, a ser menos conservadores?

Exacto, tenemos hasta con el cuerpo un vínculo más flexible. Un ejemplo es el tatuaje, la cirugía, sin duda. Se toma el cuerpo también como una plataforma de experimentación, como el lienzo de un pintor: cómo lo quiero, qué quiero de mi cuerpo. Incluso sin llegar a intervenciones tan profundas, el propio concepto de la vestimenta y del estilo, la libertad con que nos podemos rediseñar una y otra vez a lo largo del tiempo. Esa libertad para cambiar me parece algo lindo, siempre y cuando no nos oprima y nos haga sentir inseguros. En el libro menciono un concepto: la dismorfia de la selfie. La selfie tomó un protagonismo tan importante... Nunca habíamos visto tantas veces nuestro rostro replicado en infinitas imágenes. Me estoy mirando en un espejo de manera permanente, me hago muy autoconsciente de cómo me veo; es un mundo muy visual este. Ahí es donde es muy fácil deslizarnos hacia la frontera de la inseguridad.

Claves para el tiempo que viene, de Verónica Massonnier. Paidós, 227 páginas, 790 pesos. Claves para el tiempo que viene, de Verónica Massonnier. Paidós, 227 páginas, 790 pesos.

Habla también de la autoestima y del egocentrismo, y de cuál es el límite entre uno y otro en un tiempo tan individualista. ¿Estamos demasiado centrados en nosotros mismos?

Sí. Nace como respuesta a la necesidad de fortalecer la propia identidad. Hay una aspiración legítima a decir: yo soy valioso, tengo derecho a ser feliz, y tengo derecho a buscar mis horizontes donde quiera que sea, buscar mi propio destino y mi propia felicidad. El ser humano se hace más consciente de sí mismo, y entre la mirada hacia adentro y hacia afuera hay un delicado equilibrio. ¿Dónde termina el mirarme a mí mismo y mi propia felicidad y dónde empieza el considerar al otro, darle su espacio? Ya sea en comunidad, en pareja, en familia, entre amigos. No estoy solo en el mundo. Pero por momentos puede haber un deslizamiento hacia algo mucho más egocéntrico o incluso egoísta en el sentido de compartir. Hoy hay una tendencia a mirar más lo que quiere cada uno, y la coincidencia puede darse o puede no darse.

La burbuja de la que habla, esa tendencia a fraccionar la realidad y tener una visión de tubo, ¿puede incidir en la amplitud de criterio que tenemos?

Creo que esta burbuja en la que muchas veces nos vamos sumergiendo sí que nos quita amplitud de criterio. Tiene que ver, por ejemplo, con que nosotros elegimos los contenidos a los que nos acercamos, y se nos va haciendo cada vez más difícil tomar contacto con otros que están lejos de mi vida cotidiana. Incluso hasta por un tema de tiempo y hasta de distancia física. Entonces, como nos alejamos de lo que conocemos menos y el tiempo libre sigue siendo escaso, se lo dedicamos a lo que está cerca y nos quedamos en nuestro espacio confortable. He escuchado en más de una oportunidad el “riesgo” que supone en una plataforma de streaming introducirte, por ejemplo, en una película que no tenés idea de cómo va a terminar, que no tenés idea si te va a gratificar. Por otro lado, tenés una serie donde ya más o menos sabés lo que vas a encontrar y tu escaso tiempo libre está asegurado, no existe ese riesgo que existe en cada película o libro nuevo en el que no sabés si el protagonista va a morir al final o si va a ser frustrante para vos. Hoy existe un sistema que nos lleva a lo que ya conocemos más que a lo inexplorado. Hay, obviamente, muchas personas que sí quieren investigar, salir de sus fronteras, ir mucho más lejos, pero también existe la comodidad de los espacios conocidos, y ahí es donde nos encerramos muchas veces en esta burbuja. Nos perdemos incluso de escuchar opiniones distintas en cualquier tema, porque no nos llegan.

¿Nos siguen haciendo felices las mismas cosas?

Primero que nada, me parece que la felicidad como aspiracional de la sociedad es un concepto relativamente nuevo. La expectativa de ser feliz como una meta de vida nos diferencia de generaciones anteriores muy cercanas en el tiempo, para las que crear una nueva familia, cuidarla y dejarle un legado económico­, material, hacía muchas veces postergar el concepto de felicidad personal. Pero ese concepto creció enormemente. Es una aspiración de nuestro tiempo y se proyecta hacia el tiempo que viene. Es muy difícil que ahora, que entendimos lo importante que es para nosotros ser felices, volvamos atrás y digamos: “No, no me importa ser feliz”. Es un aspiracional que llegó para quedarse durante un tiempo. Y no es que la felicidad se conciba de manera diferente, sino que se incrementa enormemente el valor que se le da. También eso produce ansiedad en las generaciones nuevas, porque son tantas las opciones para elegir. ¿Esto me hará feliz dentro de 20 años? Ahí existen distintas reflexiones que se pueden hacer: no elegimos para 20 años, a diferencia de lo que ocurría en el pasado. Hoy elegimos pensando más en una búsqueda inmediata, y puede que dentro de 20 años sigamos siendo felices donde estamos, en eso que elegimos —esa pareja, ese trabajo, ese país—, pero también puede que decidamos cambiar, porque la búsqueda de felicidad lo que hace es plantearnos un futuro por etapas, un futuro que ya no es monolítico, no es un único futuro. Entonces si tenemos que hacer una revisión en mitad de camino, nos damos la libertad de hacerla: ¿quiero seguir en este lugar? Lo elegí en un momento dado, con toda convicción, pero tal vez dejó de hacerme feliz, y si dejó de hacerme feliz, busco otro espacio en el que pueda volver a serlo.

Una de las preguntas que muchas veces me hacen es si la pareja sigue siendo un modelo aspiracional de felicidad. Es verdad que se han abierto otros modelos que antes no se concebían como elecciones. Hoy se puede elegir vivir en celibato, por ejemplo, pero también con la libertad de pensar que no tiene que ser para siempre. He hecho muchos estudios sobre el tema de vivir en pareja y sigue siendo un modelo aspiracional muy importante. Es decir, la pareja sigue teniendo sentido. Pero una pareja feliz, una pareja donde haya bienestar, no sostener algo por el hecho de que dure.

En un momento en que lo visual es tan preponderante, ¿nos vuelve eso más superficiales, menos reflexivos?

No siento que seamos menos reflexivos, al contrario. Creo que reflexionamos muchísimo, cada vez más personas empiezan a ser conscientes de temas que tienen que ver con el mundo interior, de ellos mismos y también de los niños. La crianza se orienta ahora a tener más respeto hacia ese niño y su mundo. 

¿Se puede proyectar cómo serán los niños de ahora en su adultez?

Es bien difícil visualizarlo. No hay duda de que muchos niños han adquirido más poder de decisión. En los nuevos modelos de crianza los niños tienen muy tempranamente la posibilidad de elegir qué comer, cómo comer, a qué hora. Se le da al niño mucho más espacio para sus decisiones. Se han hecho estudios económicos que dicen que hoy los niños son decisores indirectos de un gran porcentaje de lo que se gasta en el hogar, porque aunque no manejan dinero influyen muchísimo en las decisiones de consumo de la familia. Hoy ese niño es más independiente, y tal vez parece que se hace adulto más temprano, pero en realidad lo que va cambiando es cómo coexisten los adultos con los niños, porque así como los niños van tomando actitudes adultas muy tempranamente —como en la sexualidad adolescente— también es verdad que el adulto mantiene mucha más conexión con su propio niño; el adulto hoy se permite jugar. Entonces se va mezclando en el niño esa madurez temprana con otras conductas que son claramente infantiles, y en el adulto se da lo opuesto. 

Hasta hace no tanto tiempo la adolescencia no era tan protagónica. Hoy existe un mundo adolescente que es modelo de identificación de generaciones más grandes. Por ejemplo, toda la moda adulta se aproxima a la moda adolescente y joven. Ya no existe una frontera y, si miramos el escenario comercial, casi no existen propuestas para gente grande, sino que existe moda joven, y la moda joven abarca todo. Estamos en un momento en el que está siendo difícil ser mayor en un escenario que idealiza a los jóvenes. Mientras la persona pueda mantenerse actualizada en lo tecnológico, en su propio cuerpo, en su agilidad, es valorado. Pero cuando llega al momento en que no tiene ganas, o no puede mantenerse en esa visual joven, o en esa actualización tecnológica, se hace difícil, porque la valoración de lo que es la sabiduría o de lo que puede aportar una persona mayor no es igual para todos. Y lo mismo pasa en el trabajo, las personas que hoy intentan reinsertarse laboralmente teniendo más años se les hace difícil en muchos casos, porque se busca y se valora lo joven. 

¿Puede cambiar esa valoración?

Puede cambiar. Cuando algo se acentúa tanto es porque su opuesto está cerca de llegar. La moda siempre hace estudios para lanzar sus propuestas, y empiezan a observarse algunos modelos en moda que ya no son tan jóvenes, y que son valorizados. No son tendencia hoy, pero cuando nos vamos con el péndulo muy muy muy a un extremo es porque el opuesto empieza a ganar terreno.

¿Cuál es, a futuro, uno de los mayores desafíos para navegar el cambio?

Elegir bien, y eso implica estar muy atentos a lo que pasa. No guiarnos por automatismos, sino hacer una parada, una mirada crítica, una observación de todo lo que se nos presenta para elegir mejor. Las tendencias son como la metáfora del surfista, que tiene que estar atento a cuando la ola recién se está gestando, entonces la ve, sabe que va a venir, se prepara y cuando la ola llega, se sube. Pero eso implica mirar con mucha atención dónde se está gestando la ola. Y nosotros creo que somos surfistas en la vida, tenemos que estar atentos para ver dónde se están gestando las olas y poder subirnos en el momento adecuado, para que no nos derriben.