Nº 2168 - 31 de Marzo al 6 de Abril de 2022
Nº 2168 - 31 de Marzo al 6 de Abril de 2022
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNuestra selección acaba de consumar un hecho sin precedentes. No solo logró clasificar a su cuarto Campeonato del Mundo en forma consecutiva, sino que lo hizo restando un partido por jugar. A lo que cabe agregar otra circunstancia singular: ganando los últimos cuatro partidos que le quedaban por jugar.
Como es bien sabido, las relevantes circunstancias antes mencionadas no han sido el fruto de una campaña descollante de nuestro representativo a lo largo de estas eliminatorias sudamericanas, recién concluidas. Por el contrario, tras unas primeras etapas medianamente aceptables, en octubre del año pasado, su situación en la tabla de posiciones empezó a verse comprometida. En efecto, en apenas cuatro días, el equipo celeste cayó ante Argentina por 3 goles a 0 y ante Brasil por 4 goles a 1, en ambas oportunidades jugando como visitante. Esas contundentes derrotas, el muy bajo rendimiento futbolístico que se exhibiera y la falta de una respuesta adecuada en el plano anímico encendieron la alerta en la dirigencia de la AUF, y enseguida empezó a manejarse la posibilidad (impensada hasta entonces) de poner fin al extenso proceso de 15 años del cuerpo técnico encabezado por el Maestro Tabárez. Ello, empero, se estimó conveniente darle a este la oportunidad de poder revertir esa preocupante situación, en la fecha siguiente, fijada para los primeros días de noviembre. Sin embargo, el 12 de ese mes, en el Estadio Campeón del Siglo, Uruguay volvió a perder con Argentina por 1 gol a 0 y cuatro días después —en esta oportunidad en la altura de La Paz— cayó categóricamente ante Bolivia por 3 a 0. Y allí sí, los presididos por Ignacio Alonso decidieron dar por concluido el “ciclo Tabárez”.
Aunque en un principio la búsqueda de su sustituto se centró en el argentino Gallardo (de exitosa campaña en River argentino), su respuesta a la insistente propuesta que se le hiciera nunca llegó y el elegido finalmente fue Diego Alonso, con muy buenos antecedentes en el fútbol mexicano y reconocido por ser un excelente motivador ante sus dirigidos (sumándosele luego, como preparador físico, el profesor Óscar Ortega, distinguido también en ese rubro, cedido por el Atlético de Madrid, equipo en el que trabaja desde hace años).
Al asumir su cargo, en la primera semana del presente año, el panorama de nuestra selección, como ya se dijo, era poco alentador. Jugadas ya 14 fechas, estábamos en la séptima ubicación, con apenas 16 puntos. Brasil y Argentina, en ese orden, encabezaban la tabla y luego en tercer lugar —bastante distante— aparecía Ecuador con 23 puntos. Sin embargo, ya desde su primer contacto con la prensa, el mensaje de Alonso fue muy claro y francamente optimista de que se podía revertir esa muy complicada situación (Parece tenerla clara fue el título de la columna que escribiéramos en esa misma semana). Es que lo vimos feliz y distendido, pese al escaso tiempo que tenía para trabajar. La inicial nómina de convocados resultó particularmente extensa. Tuvo el buen tino de mantener a los “referentes”, pero sumó a varios futbolistas que no habían sido parte del proceso anterior (algunos se encontraban militando en equipos del exterior y otros en el medio local).
El primer partido —de visitante ante un Paraguay obligado a ganar para no quedar eliminado— era particularmente riesgoso. Pero se logró frenar el ímpetu del local con una defensa sólida y un gol de Luis Suárez, al inicio del segundo tiempo, liquidó el pleito en nuestro favor. En una primera muestra de su personalidad, Alonso colocó al juvenil Pellistri en la punta derecha del avance, cuando casi no juega en su equipo de España. El paso siguiente fue Venezuela, que llegó ya eliminada. Fue una victoria contundente por 4 goles a 1 que entonó el alicaído ánimo de nuestros aficionados, que advirtieron un cambio positivo en el estilo de juego de nuestra selección. Además, esos dos triunfos seguidos ya nos hicieron depender de nosotros mismos para clasificar. Bastaba con ganarle a Perú, en nuestra propia casa, en el próximo partido.
Y ello fue lo que finalmente ocurrió. En un ambiente tenso por la inminencia de un referéndum que dividía en dos mitades a nuestra sociedad, un Centenario repleto fue el escenario de una jornada inolvidable. El comienzo no fue el mejor, pues el rival tuvo dos oportunidades de abrir el tanteador, ambas conjuradas por la pericia de Rochet (que Alonso mantuvo, pese a contar ya con Muslera, dueño del arco en casi toda la “era Tabárez). De a poco el equipo se fue encontrando en la cancha. Y ya cerca del final del primer tiempo, tras la ejecución de un córner, Giménez estrelló el balón contra el travesaño, que recogió con furibunda bolea De Arrascaeta, para anotar el que sería el único gol del partido. El segundo tiempo transcurrió sin sobresaltos hasta que —ya en los descuentos— un envío lejano, que pareció que moría mansamente en las manos de Rochet, se cerró imprevistamente y este —que estaba algo adelantado— debió retroceder casi hasta el fondo de su arco para atrapar el balón con ambas manos extendidas hacia adelante, sobre la misma línea del gol. Se nos heló la sangre a todos, pensando que la pelota había entrado. Más aún cuando desde el VAR revisaron la jugada. Pero las imágenes demostraron que ello no ocurrió en su totalidad y “nos volvió el alma al cuerpo”. ¡Habíamos ganado y clasificado para Catar cuando aún teníamos un partido por jugar!
Nos quedaba Chile. Pero el local se desmotivó pronto, ni bien supo que Perú ya se encaminaba al repechaje al aventajar a Paraguay. Nuestro equipo —con varios cambios— se mantuvo fiel al estilo de juego presionante impuesto por Alonso, liquidando el pleito cuando promediaba el segundo tiempo, con una chilena histórica de Luis Suárez que le permitió marcar su gol 29 por eliminatorias, sumando un nuevo récord a su brillante carrera. A lo que luego se sumó otro, con una impresionante bolea de Federico Valverde (el Pajarito, que el técnico transformó en Halcón).
Un cierre perfecto para una gesta inolvidable de Diego Alonso, que asumió la conducción de la selección en un momento particularmente delicado, la refrescó con algunas caras nuevas sin alterar la base existente, brindándole el respaldo anímico que el grupo necesitaba para salir a la cancha a ser protagonistas, a pasarle por arriba al rival de turno y así sumar todos los puntos en juego para ganarse un lugar en Catar 2022.
Quedará siempre la duda de si ello también hubiera pasado con el cuerpo técnico anterior, pero la fría realidad demuestra que la conjunción de los dos Alonso (Ignacio, que lo fue a buscar, y Diego, que no le escurrió el bulto al muy difícil desafío) logró lo que en cierto momento parecía muy lejano: acceder una vez más a la fase final de un Mundial.