Nº 2152 - 9 al 15 de Diciembre de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá—Una corrida elegante, / tras la vuelta una sentada / y un ocho compadrón. / Así, lleno de emoción, / yo lucí en mil fandangos, / porque así se baila el tango de alma, / de alma y de corazón…
Ya con el público presto a bailar, y la orquesta de Ricardo Tanturi comenzando a sonar, este recitado era el arranque, moviéndose con picardía, del cantor —el ginecólogo Alberto De Lucca, conocido como Alberto Castillo—, a inicios de la década de 1940, para Así se baila el tango, obra con música de Elías Rubenstein (detrás del apodo de Randal) y letra de Martínez Vila (escondido en Marvil).
Luego seguían los versos: —¡Qué saben los pitucos, lamidos y shushetas! ¡Qué saben lo que es tango, / que saben de compás! / Aquí está la elegancia. !Qué pinta, qué silueta! / ¡Qué porte, qué arrogancia, que clase pa bailar…!
Como era común esos años, al espectáculo concurrían parejas de clase media y alta. Casi de inmediato detenían sus movimientos, ofendidas, y aparecían gritos y silbidos que interrumpían la actuación y obligaban al propio Castillo a intervenir.
Para entender tales circunstancias, que con el tiempo amainaron —Tanturi lo grabó con Castillo y, pese a todo, fue un éxito, y Canaro lo hizo con Carlos Roldán—, hay que viajar a la antigua historia del baile de tango.
Existe consenso en que el tango fue primero una danza movida y alegre, con la pareja separada, que nació entre negros llegados aquí como esclavos y luego liberados; lo musical, definido, vino después. Este baile surgió espontáneamente y cambió a comienzos del siglo XIX, en las orillas o arrabales de Montevideo y Buenos Aires, zonas marginales.
José Gobello explicó que tras de la caída de Rosas —hombre al que fascinaban la alegría de los negros y sus manifestaciones—, estos no pudieron marchar por las calles con candombes y el naciente e híbrido tambó o tangó, siendo obligados a hacerlo en sitios cerrados. Fue cuando surgieron las “academias”, milongas, piringundines o cangüelas, con el impulso de inmigrantes de Europa y Centroamérica que llegaron con valses, mazurkas, polcas o habaneras, dando un giro a la forma de bailar lo que finalmente se llamó tango, influenciado por compadritos, guapos, gauchos corridos del campo y los despectivamente llamados negros y pardos.
Y apareció un nuevo baile, de parejas estrechamente enlazadas, con cortes y quebradas, herencia del vals más que de otras músicas, pues se había puesto de moda en Europa alrededor de 1830, con hombre y mujer abrazados pese a la indignación de los conservadores, sobre todo ingleses, por su supuesta inmoralidad. Hay que añadir que también la mazurka se danzaba con bailarines muy juntos y sin soltarse jamás.
Brotó entonces el tango canyengue, ágil, saltarín, de movimientos sensuales entre los que destacaban la baldosa, la cadena invertida, la cunita y la sacada, la caminata sincopada, los giros, los ochos, el molinete quebrado y el toque y enrosque, entre otros.
Pero hubo un tiempo, a inicios del siglo XX, en que el tango salió del suburbio y conquistó a los patricios y burgueses que antes lo execraban; y nació otra forma de baile para salones de categoría o familiares, que moderó los aspectos más provocativos, sin dejar el abrazo, aunque separando más los cuerpos, y que se llamó tango liso o tango al piso, apoyado en la caminata tanguera. Y, como todo evoluciona, después se formaron profesionales que elevaron las coreografías del baile al nivel de arte escénico.
Hasta hoy conviven esos diversos estilos con total libertad y cada pareja es dueña de sus audacias, sin ahuyentar el espíritu sensual que no muere y que la escritora Alicia Dujovne definió de manera perturbadora aunque al fin admirativa: “Un monstruo de dos cabezas, una bestia de cuatro patas, lánguida o vivaz, que vive lo que dura una canción y muere asesinada por el último compás”.
Ah, y sobran curiosidades.
El investigador Flores Montenegro comparó el baile de tango con ciertos aspectos de las Fiestas Dionisias de la Antigua Grecia, celebradas durante los siglos V y VI antes de Cristo.
Y durante la década de 1980 surgió en Alemania el tango queer, sin roles fijos para hombre y mujer, con parejas del mismo sexo e intercambios sobre la marcha. Los tradicionalistas lo odian, aunque se ha popularizado en Europa, Estados Unidos y México y sobreviven algunos reductos en la mismísima Argentina, de mínima aceptación.