N° 1916 - 04 al 10 de Mayo de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCaramba, Nicolás Maduro resolvió salirse de la Organización de Estados Americanos (OEA). Era una amenaza o promesa incumplida desde hace rato. Además insultó al secretario general, Luis Almagro, lo que también se da desde tiempo atrás.
¿Qué efectos puede tener esto? Dejemos de lado reacciones como las del papa Francisco, que tras los últimos 30 muertos se ha referido a Venezuela para decir que la oposición está dividida, o del ex presidente español Rodríguez Zapatero, a quien la oposición y la opinión independiente acusa de estar al servicio de Maduro.
El primer elemento a señalar es que es un trámite —el de retirarse— que puede durar hasta 24 meses. Ello lleva a pensar que no habría que hablar de nada definitivo: ¿durará tanto Maduro?
Difícil, aun con la ayuda pontificia y de los mediadores. Quizás ya ni con la nueva maniobra que puso en marcha de convocar a una Asamblea Constituyente, para lo cual ya se vislumbran los mecanismos básicos de elección que le aseguran al gobierno la mayoría del cuerpo. Notoriamente Maduro va por la vía boliviana: Evo Morales hizo modificar la Constitución para poder seguir en el poder.
Que Maduro se vaya de la OEA en los hechos implica una positiva inyección para la imagen de la organización. Esta vez la OEA está del lado de los buenos, de los dignos. Esto resalta aún más si se recuerdan los indignos roles que cumplió cuando el caso Honduras e incluso el paraguayo. Eran las épocas de José Miguel Insulza, de tan triste memoria para la secretaría y para la organización.
Por fin la OEA comenzó a ganar puntos. No tanto como el Mercosur, que tiene suspendida a Venezuela, pero por buen sendero. Lo mismo pasa con una serie de países que ya no están dispuestos a seguir siendo sostén, ni por omisión, del régimen bolivariano.
Hay que destacar estos avances, pero ello no quiere decir que se ignoren otras situaciones inexplicables, particularmente con países como Argentina, Brasil y Paraguay, que han sido firmes en el Mercosur, y otros como Perú, Chile, Costa Rica y México, que han marcado su posición en la OEA. Se trata de la presencia y el respaldo de estos países a otras organizaciones —claramente sellos— como la Celac y la Unasur. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, fue un invento de Hugo Chávez, al servicio propio y de Cuba. La Unión de Naciones Suramericanas en tanto fue, en términos generales, un invento de Lula mediante el cual Brasil podía intervenir en los asuntos de sus vecinos sin necesidad de dar la cara.
Salvo para esos fines específicos y algún otro de ese tipo, ¿para qué sirven estas organizaciones? Solo para los burócratas internacionales, ¿en qué más beneficia a países democráticos integrar esas organizaciones? Seguir haciendo de pantalla, dando credibilidad a cuerpos creados con objetivos tan poco plausibles.
Dirá el lector: ¿y qué hacemos con la Naciones Unidas y todas sus metástasis?
Y la interrogante cabe, en particular si pensamos en el Consejo de los Derechos Humanos (con sede en Ginebra y entre los lagos, como se sabe).
Arabia Saudita, Cuba y China —qué tres, democráticamente hablando— son miembros continuos de ese Consejo por lo menos desde hace una década.
Y no es un tema de ahora. Recordemos la dictadura militar argentina, la que prácticamente nunca fue censurada ni cuestionada por este cuerpo del máximo órgano mundial. El general Rafael Videla contaba con el voto y el respaldo de la Unión Soviética y de la Cuba de Fidel Castro. (Cómo la gente se olvida de esas cosas, o decididamente trata de ocultarlas).
Dado el ejemplo, lo de la Celac y la Unasur puede resultar peccata minuta, sin embargo no está mal encaminar las cosas, cuanto antes y donde sea y se pueda.
© Danilo Arbilla. Derechos reservados. (Especial para Búsqueda)