N° 1957 - 15 al 21 de Febrero de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSi bien claramente la estrategia “gradualista” que ha estado empleando el presidente Mauricio Macri desde marzo de 2016 hasta ahora le ha brindado evidentes éxitos políticos, no ocurre lo mismo en lo económico, donde los desequilibrios y las señales de alerta se acumulan.
La lista de problemas es extensa e incluye un déficit fiscal global que no ha disminuido a pesar de la ligera reducción del resultado primario a un déficit de 3,9% del PBI en 2017 (sobrecumpliendo la meta que apuntaba a uno de 4,2% del PBI), un déficit de cuenta corriente que ya orilla el 5% del PBI con uno comercial récord de US$ 8.500 millones, una inflación que se ubicó en 2017 cerca del 25%, muy por encima de las metas oficiales que además ya nadie cree, un atraso cambiario significativo y una esperada “lluvia de inversiones” que no se concreta, lo que cuestiona la continuidad de la reactivación económica y de los “brotes verdes” en materia de actividad.
Para colmo de males, las recientes turbulencias financieras internacionales y, en particular, la suba que se está observando en las tasas de interés en el mercado de bonos norteamericano, son señales amarillas en el panorama económico y financiero argentino, ya que el vecino país necesita colocar alrededor de US$ 30.000 millones de deuda para “cerrar” el financiamiento de este año, de los cuales se han emitido solamente alrededor de US$ 9.000 millones. Esa tarea será más difícil —y mucho más costosa— en el nuevo contexto financiero internacional.
El conocido economista Miguel Ángel Broda graficó con mucha claridad la situación en los últimos días, cuando señaló: “La configuración económica elegida por el gobierno ha sido muy exitosa para ganar elecciones, pero tiene complicaciones. Este es un modelo que necesita recalibrarse permanentemente. No quieren tocar la madre de todos los problemas, que es el tamaño del gasto público y el déficit fiscal y, por lo tanto, van recalculando, compensando y emparchando”. En una línea similar, José Luis Espert, otro influyente economista “ortodoxo”, suele señalar que Macri es “kirchnerismo de buenos modales”, y que desde el punto de vista fiscal lo que se ha hecho es simplemente sustituir el financiamiento inflacionario por la colocación de deuda, en una dinámica que claramente es insostenible.
Cuando aún el contexto financiero internacional mostraba una total calma, las dificultades internas llevaron a fines del año pasado a un “recalibramiento” de las metas de inflación, donde el “ala política” del equipo económico (liderada por el jefe de gabinete, Marcos Peña, y el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne), se impuso al presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, para cambiar al alza la meta de inflación para este año 2018, pasándola al 15% (más menos 2%), en lugar del 10% original (también más menos 2%). La idea era estimular el nivel de actividad a través de una política monetaria menos “dura” que permitiera bajar más rápido las tasas de interés, en el entendido de que luego de lo ocurrido en 2017 de todas formas nadie creía en la meta de un 10% de inflación para este año.
La reacción de los mercados no se hizo esperar, y tanto el dólar como las expectativas de inflación se ajustaron al alza. El último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) publicado por el Banco Central (BCRA) el pasado 2 de febrero mostró que ahora se espera una inflación de 19,4% para 2018, frente al 17,4% que se esperaba en el REM anterior. Con respecto al dólar, desde que el pasado 28 de diciembre se dio el “recalibramiento” de la meta de inflación, la divisa prácticamente no ha dejado de subir, forzando en los últimos días la intervención de los bancos oficiales para evitar que se escapara muy por encima de los 20 pesos argentinos por dólar, y ello comprometiera todavía más la meta de inflación.
Sin lugar a dudas, el presidente Macri enfrenta un contexto muy complicado, y el cambio que parece comenzar a insinuarse en las condiciones financieras internacionales volverá mucho más complicado el proceso de “recalcular”, “compensar” y “emparchar” las metas económicas como señalara Broda.
Más allá de los retoques de corto plazo que se continúen ensayando, el gran problema es que no existe ningún sustento teórico ni ninguna evidencia empírica que permita concluir que el actual esquema económico elegido por el gobierno argentino pueda culminar con éxito. Desde las tristemente célebres experiencias de las “tablitas cambiarias” de fines de los años 70 para acá, las propuestas de bajar la inflación sin tocar el déficit fiscal y financiando los desequilibrios externos, fiscales y de competitividad con la colocación de deuda externa siempre han terminado en rotundos fracasos, y lamentablemente esta vez no será la excepción. Ojalá que el presidente Macri reaccione a tiempo y se decida a atacar “la madre de todos los problemas” representada por el tamaño del gasto público y el déficit fiscal, antes de que el cambio de las condiciones financieras internacionales vuelvan a la situación insostenible por falta de financiamiento.