Nº 2102 - 17 al 23 de Diciembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSi hay algo en nuestro país tan viejo como el propio fútbol, es la siempre y aún vigente rivalidad entre los dos equipos que han logrado repartirse las máximas preferencias de nuestra afición. Al punto que cada enfrentamiento entre ellos provoca, cualesquiera sean las circunstancias en que se desarrollan, un clima muy particular. No puede extrañar por tanto que un Clásico que en realidad no definía nada, como el del pasado domingo, haya dejado como secuela una ardua y meticulosa disección —por parte del periodismo especializado y de los parciales de ambos equipos— de un alto número de jugadas, que incidieron o pudieron incidir en la suerte final de ese partido. Y que en función de las interpretaciones encontradas a tal respecto, se haya visto inesperadamente reivindicada la presencia del tan cuestionado VAR; al menos en aquellos eventos de mayor significación.
Y es una pena que ello haya acontecido tras un partido que resultó ser uno de los más entretenidos y emotivos que se han visto en varios años. No solo por los cinco goles, sino por otras varias situaciones que se generaron frente a ambos arcos; y también por el dramatismo y alto voltaje de su dilucidación. Y, de paso, tuvimos la ocasión de ver algunas actuaciones individuales realmente descollantes.
Los dos equipos llegaron a la cita en distintas condiciones. Nacional viendo cómo parece escapársele de las manos la ilusión de seguir su camino en la Copa Libertadores, tras caer sin levante ante River en Buenos Aires. Y Peñarol, en tanto, nuevamente afuera de toda actividad internacional, y comprometido seriamente en el plano local. Aunque justamente esta situación le otorgaba al aurinegro la ventaja comparativa de llegar al cotejo clásico más descansado que su rival. Paralelamente, el neto predominio tricolor en la actividad local le permitía realizar un planteo más conservador, dejando que su rival hiciera el gasto.
Y así fue el trámite del encuentro. Peñarol asumió la iniciativa y logró sacar una ventaja de dos goles, facilitado por sendas fallas garrafales de la retaguardia tricolor. Esa diferencia significativa parecía ya inclinar definitivamente la suerte del partido en su favor, pero en una jugada fortuita, al cierre de esa primera etapa, Nacional pudo acortar la diferencia. Y en la primera jugada del segundo tiempo llegó sorpresivamente el segundo gol tricolor, producto de una “movida” inesperada, que causó la primera controversia de las muchas que habrían de ventilarse hasta el hartazgo en los programas deportivos de estos últimos días.
Es que con el inestimable apoyo de las imágenes televisivas —sazonadas con las opuestas interpretaciones de los parciales de ambos equipos— el periodismo puso el foco en la forma en que el juez del partido resolvió varias acciones, sin reparar en que este solo pudo manejarse según su propia apreciación dentro del terreno; lo que no lo exime, claro está, de su responsabilidad por los errores en que sin duda incurriera.
A esta altura de los acontecimientos, no nos parece propicio ocuparnos en detalle de cada una de las varias situaciones de juego objeto de controversias. Digamos simplemente que en algunas el árbitro tomó la decisión correcta, y que en otras se equivocó. Los errores más trascendentes (no los únicos) fueron la no sanción de un claro penal de Formiliano, cuando el partido estaba empatado, y la no repetición del penal atajado por Rochet, ante el visible adelantamiento de varios jugadores de ambos equipos; hecho que hubiera impedido el gol de la agónica victoria aurinegra, aunque esta pudiera llegar luego tras la nueva ejecución. Las otras acciones controversiales surgen, o bien del propio criterio del juez (dos o tres infracciones para expulsión) o de ciertos detalles apreciables solo por la repetición de las imágenes televisivas, desde diferentes ángulos (al caso: la ubicación de Castro en campo adversario, previo a la “movida” del segundo tiempo, que le permitió a Nacional igualar el tanteador). Todas las demás incidencias dudosas —que las hubo— solo podrían haber sido resueltas de un modo inapelable, con el concurso del VAR, ausente en esta oportunidad.
De todas esas jugadas haremos especial hincapié en dos: el gol del empate de Nacional y el penal bien sancionado por el árbitro Giménez, y que a la postre le diera la victoria a Peñarol. El primero, porque es evidente que se trató de una jugada preparada en el entretiempo (presumiblemente por el técnico Giordano) y hábilmente ejecutada por los futbolistas intervinientes. Siempre nos hemos preguntado por qué razón no se aprovecha debidamente esa “movida”, al inicio del primer y segundo tiempo del partido, aprovechando la inercia propia de una acción casi siempre rutinaria. Por lo general, quien mueve el balón lo juega hacia atrás, dando inicio entonces a una jugada intrascendente. Pero en esta oportunidad —y ello se aprecia claramente en la imagen televisiva— el pase de Bergessio hacia Neves es simultáneo con el arranque en carrera de Gonzalo Castro por su lateral, aguardando que el receptor le haga el pase en profundidad. Después, se ocupó de dejar atrás velozmente a su sorprendido marcador y servirle el balón a Santiago Rodríguez, quien ingresando por el centro del área mandó el balón al fondo de la red, ante la tardía reacción de la zona final aurinegra. Un gol pues “de pizarrón”, que le permitió al tricolor igualar prontamente un cotejo que se le había presentado netamente desfavorable (la imagen televisiva demostraría luego que Castro ya estaba ubicado ilícitamente en campo aurinegro, al momento del puntapié inicial de Bergessio). En lo que hace al decisivo penal, es claro que la infracción a Torres existió y también que cinco jugadores, de uno y otro equipo invadieron antes de tiempo el área, al momento de la subsiguiente ejecución, lo que el juez (no el línea) debió haberlo advertido y hacerla repetir.
Pese a todo, disfrutamos (lo que no resulta habitual) de un Clásico abierto, con cinco goles convertidos y un montón de jugadas de peligro ante ambas vallas. Con un Peñarol que hizo más méritos por la victoria y un Nacional que pareció jugar pensando en la problemática y decisiva revancha de esta noche, ante el River de Gallardo.
Para destacar, algunas actuaciones descollantes: Rochet en el arco tricolor y el Chori Castro en ofensiva; y del otro lado, la fenomenal atajada de Dawson al cierre del partido, y lejos —por encima del resto— el exuberante despliegue del chico Facundo Torres: pícaro, encarador y guapo al extremo, soportando sin achicarse los reiterados golpes de sus marcadores. Pero, por sobre todo, quedó la comprobación (por todo lo que aportaron las imágenes televisivas del match) de que, aún con imperfecciones que deben ser prontamente corregidas, el tan discutido VAR llegó para quedarse, y para poder asegurarle al fútbol la cuota de justicia de la que muchas veces carece.