Nº 2192 - 22 al 28 de Setiembre de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáQuienes defienden la idea de que el Estado cuente con medios de comunicación (principalmente radio y televisión) lo hacen sobre la base de ciertos argumentos que, en la práctica, pocas veces se aplican: ecuanimidad en la información, contenido cultural, equilibrio ideológico, gestión despegada del poder político, manejo eficiente de recursos y que tenga audiencia.
Se dice que, como los canales privados tienen que lograr grandes audiencias para conseguir anunciantes, suelen caer en la compra de “paquetes” con programas tipo series, telenovelas o entretenimientos bastante banales, porque si elevan la barra de la calidad probablemente no los mire nadie y ese espacio lo deberían llenar los medios públicos.
Pero también se dice que no tiene razón de existir un medio público que no tiene público. Y esto es lo que sucede en Uruguay con Canal 5 o TV Ciudad, que tienen presupuestos altos y ratings bajos. Entonces, ¿para qué mantenerlos?
Si alguna vez pudo tener sentido contar con estos medios para difundir “cultura”, todo parece indicar que poco lo han logrado. Una cosa es mirar a la Orquesta Sinfónica del Sodre tocar una obra clásica y otra muy distinta es escuchar esa misma obra ejecutada por André Rieu con un despliegue escenográfico, de vestuarios y de entorno absolutamente fascinante. Lo primero puede educar, pero no entretiene; lo segundo, educa y entretiene. Y esto es lo que se busca para que Juan Pueblo deje de escuchar —al menos por un rato— una cumbia villera o un reguetón para darles lugar a un Mozart o a un Vivaldi.
También se ha defendido la existencia de medios públicos como una herramienta que ayude a la educación de los más jóvenes, pero esa función corresponde a la escuela y al liceo, no a una radio o una televisión.
Pero la tecnología ha evolucionado y la TV abierta cada vez está más jaqueada, porque compite con el cable o con plataformas como Netflix, Amazon Prime o HBO y ni que hablar con YouTube y todas las otras redes sociales. De hecho, hoy los jóvenes (y no tan jóvenes) casi no miran televisión, ni abierta ni por cable. Salvo los deportes.
Para muestra estos botones: Canal 5 retrasmitió los Juegos Olímpicos, Antel TV pasará todos los partidos del Mundial de Fútbol y TV Ciudad compró los derechos de la NBA. No tengo las cifras del rating de estos programas pero me animo a pensar que son los que mejor han marcado en su grilla de programación. Y la pregunta que surge es: ¿esto es “cultura” o se parece más a pan y circo? ¿Cuán lejos estamos del “fútbol para todos” de la Argentina peronista?
Más allá de los genuinos esfuerzos que puedan hacer las autoridades de los medios públicos por tener una programación con las características descritas más arriba, existe siempre el riesgo de que el canal estatal se transforme en un canal del gobierno de turno. Ejemplos en la región y el mundo abundan.
Por otra parte —no menor— en Uruguay hay una infinidad de medios que contemplan todo el espectro de ideas, gustos y preferencias de los ciudadanos, y lo que no encontremos allí seguramente lo encontraremos en podcasts, videos o escritos de cualquier parte del mundo.
Manuel Martín Ferrand, un destacado periodista español fallecido en el año 2013, decía: “Cuesta mucho entender que entre las funciones del Estado, en cualquiera de sus planos administrativos, esté la de ofrecernos una película de Hollywood, un telediario sesgado según el turno en la alternancia del poder o un concurso dicharachero. La televisión, en Europa, nació pública porque Joseph Goebbels la había convertido en arma de guerra; pero, según lo entiendo, su condición estatal va contra la esencia de la libertad y el pluralismo”.
Un tema para seguir debatiendo.