N° 1938 - 05 al 11 de Octubre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl avance de la robotización en el ámbito laboral despierta, a la vez que preocupación y temores de todo tipo, desafíos que deben ser encarados con realismo. Ante este proceso de carácter amenazante, que no es nuevo y que no tiene retorno, no cabe la resignación ni dejarse abrumar por pesimismos paralizantes.
Por el contrario, debe prevalecer una actitud positiva. Hay que descubrir las ventajas y aprovecharlas para obtener beneficios a la hora de crear puestos de trabajo de calidad, estables y bien remunerados.
Esa fue la actitud que expuso la semana pasada la ministra de Industria, Energía y Minería, Carolina Cosse, durante una presentación convocada por el multimedia Somos Uruguay.
“Mucha gente está preocupada porque la incorporación de tecnología haga perder puestos de trabajo, y yo creo que hay (en este proceso) una gran oportunidad”, sostuvo la ministra.
El coloquio, convocado para reflexionar sobre El rol de las empresas públicas hacia la industria del futuro, tuvo lugar el pasado jueves 28 con la participación, además de Cosse, de los presidentes de Antel, Andrés Tolosa, de Ancap, Marta Jara; y de UTE, Gonzalo Casaravilla.
Al fundamentar su punto de vista, Cosse aludió a un trabajo de investigación realizado por la consultora Deloitte para el Reino Unido, según el cual entre el 2001 y el 2015se perdieron en Gran Bretaña 800.000 puestos de trabajo como consecuencia de la incorporación de equipamientos que automatizan actividades laborales. En el período se crearon 3,5 millones de nuevos trabajos.
A partir de experiencias del mundo desarrollado, la ministra sostuvo que Uruguay debe “prepararse para que esto sea un éxito”. A vía de ejemplo, recordó que mientras en la industria frigorífica, uno de los sectores productivos más tradicionales del país, se emplea directamente a unas 16.500 personas, la industria del software, cuya labor requiere creatividad, además de sólidos conocimientos informáticos, da trabajo a 22.000 personas.
“¿Saben por qué insistimos tanto con esta industria? Porque está tan ávida de personal que lo está saliendo a buscar al exterior”, remarcó la ministra. Destacó que si las generaciones más jóvenes se preparan para ingresar a esta industria, esta los “absorbe como una esponja y crece”.
Pero más allá de las oportunidades que existen en la industria del software, Cosse destacó la importancia del desarrollo de nuevas capacidades en los jóvenes porque ello permitirá “tener en casa las herramientas para tecnificar las industrias tradicionales”.
“Si pensamos que el desarrollo industrial en Uruguay se tiene que basar en empresas que ocupen 500, 1.000 personas, (ello) va a ser muy difícil”, sostuvo. Indicó que la alternativa implica más bien “preparar muchísimas pequeñas empresas muy tecnificadas con muy buenos salarios” para sus empleados.
Consultada por qué, si bien en los últimos trimestres la economía del país se ha venido recuperando, el empleo no ha acompañado tal mejoría, la respuesta de la ministra fue concluyente: “Si creemos que vamos a recuperar puestos de trabajo haciendo lo que hacíamos antes estamos equivocados”.
Cosse tiene razón, el país tiene que mirar hacia delante, prepararse para lo que viene, no atarse a algo que el tiempo sepultará irremediablemente.
Los avances tecnológicos, la progresiva incorporación de equipos que eliminan puestos de trabajo que implican tareas rutinarias, repetitivas, de poca o nula creatividad, es ya hoy el presente. Siempre ha sido así. La única diferencia es que este proceso de cambios se acelera exponencialmente.
La incorporación de nuevas tecnologías tiene como objetivo facilitar y agilizar tareas pesadas, monótonas, que requieren esfuerzos físicos. En la lógica de la economía de mercado se pretende un uso más eficiente de los recursos, reduciendo costos y tiempos en las actividades productivas y en las tareas domésticas.
La historia muestra que las sociedades que obtienen más provecho de las oportunidades creadas son quienes más rápido se adaptan y acomodan a los cambios. Por el contrario, estos procesos suelen dejar por el camino a sociedades menos desarrolladas, más conservadoras, con poca predisposición a los cambios, menos abiertas y competitivas.
Al interior de los países quienes más sufren el impacto de los cambios son aquellas personas que por tener bajos o nulos niveles de educación carecen de las capacidades requeridas para operar equipos con cierto grado de sofisticación.
Las oportunidades existen para todo el que esté en condiciones de visualizarlas y aprovecharlas. ¿Estamos los uruguayos en condiciones de lograrlo?
Responder esta pregunta plantea una nueva interrogante. ¿Qué ha estado haciendo el país para aprovechar, para sacar ventaja de este proceso de cambios?
Al confirmar manifestaciones públicas de empresarios locales que dicen tener dificultades para contratar personal calificado para sus empresas, que deben buscarlo fuera de fronteras, Cosse nos ayuda a responder la pregunta.
Tal constatación es solo un ejemplo del reconocido rezago que el país tiene en materia educativa, donde persisten las desinteligencias y enfrentamientos entre las autoridades y los sindicatos y cuerpo docente. Donde jerarcas gubernamentales reconocen que el esfuerzo presupuestal realizado en la última década por la sociedad no ha tenido una correspondencia en los resultados académicos.
Hace años que un tercio de los niños que ingresan al sistema desertan antes del Ciclo Básico y casi otro tercio no culmina la educación secundaria. Resultados de evaluaciones internacionales (PISA) realizadas cada tres años constatan que estudiantes secundarios de 14 y 15 años tienen dificultades en comprensión lectora y pobres conocimientos en ciencias y matemáticas. Más aún, muchos jóvenes que acceden a estudios terciarios tienen serias dificultades para seguir los cursos y bajan los brazos antes de completar el primer año.
No es menos determinante que la actitud y el discurso de un sindicalismo politizado, clasista, anticapitalista, poco ayuda a apreciar las nuevas tendencias de la economía mundial, que rechaza de plano. Carece por tanto de una predisposición adecuada para visualizar las nuevas oportunidades que surgen en los mercados. Y, consecuentemente, para aprovecharlas.
Tampoco aporta al optimismo el deseo de muchas familias uruguayas de que sus hijos accedan a un empleo público que ofrece seguridad laboral y otros beneficios de por vida, además de un ingreso al que no se accede fácilmente en el sector privado.
Cosse alude al estudio de Deloitte para el Reino Unido, un buen ejemplo de lo que se puede lograr. Ahora bien, resulta difícil hallar similitudes en la cultura de trabajo, el pragmatismo y en la capacidad de las sociedades uruguaya y británica para reaccionar a los cambios y en adaptarse a los desafíos que se les plantean. Tampoco hay similitudes en la disposición, la actitud y la productividad de los trabajadores de uno y otro país.
Bajo el peso de intereses electorales cortoplacistas, el discurso político predominante, particularmente en filas del oficialismo, poco ayuda a remover el conservadurismo de los uruguayos, a preparar el país, a mentalizarlo, para aprovechar las oportunidades que ofrecen los mercados, como bien lo propone Cosse.