N° 1934 - 07 al 13 de Setiembre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPara buena parte de la izquierda los medios de comunicación aplican un plan de acción concebido por “la derecha” para “restaurar” el poder de “minorías oligárquicas” en América Latina. Según este pensamiento, los medios siguen una estrategia diseñada por “la derecha” capitalista y son responsables de los problemas y de las dificultades que enfrentan fuerzas “progresistas” que llegaron al gobierno en elecciones democráticas.
Si bien cada país es un caso aparte, sus dirigentes no parecen tener mejor explicación para defender sus cuestionadas gestiones que apelar a una visión conspirativa de la historia. Fuerzas del mal que trabajan desde las sombras para impedir el bien, que se prodigan en recuperar el poder para restaurar privilegios perdidos ahora que la “ola progresista” se repliega.
Si esta es la mejor explicación que se les ocurre, cabe concluir no solo su mendacidad, sino lo poco convincente. Una explicación que menosprecia la inteligencia de sus partidarios. Más aún de quienes ni siquiera lo son.
Una interpretación que solo pueden hacer suya —y repetir—, personas pobremente informadas, obsecuentes o dogmáticas.
Frente al drama que vive el pueblo venezolano sometido a una dictadura corrupta sostenida por la fuerza de las bayonetas, frente a la compra de voluntades políticas y sobornos que llevaron a la cárcel a prominentes figuras estrechamente vinculadas al expresidente Lula, frente a la prepotencia y la corrupción de notorios personajes del kirchnerismo investigados por la Justicia argentina, por citar solo tres experiencias de gobiernos “progresistas”, afirmar que la denuncia de estas situaciones es parte de una campaña de prensa que responde a “la derecha” es una actitud torpe. Que niega principios y valores que se proclaman.
Consecuencia de una cierta soberbia que envuelve a quienes se sienten poderosos, pretexto al que se recurre a falta de buenas razones.
Sin llegar a casos extremos como los referidos, aquí, en el “paisito”, desde que en 1990 el Frente Amplio pasó a ejercer responsabilidades de gobierno en la Intendencia de Montevideo, la izquierda acumula situaciones que suponen desprolijidades, abuso de funciones, tolerancia con situaciones ilícitas o lindantes con lo ilícito.
Situaciones como las pérdidas registradas en el Casino del Parque Hotel en los años 90; el intempestivo cierre de Pluna con posterior sainete de la subasta de los aviones y la concesión del aval del BROU a una ignota empresa española; el descontrol y la irracionalidad de las inversiones realizadas por Ancap y sus “satélites”; el desmesurado y apresurado proyecto de construir una regasificadora sin tener firmado un compromiso argentino que asegurara la compra de parte de la producción de la planta; el descontrol, el amiguismo y la politiquería que ha caracterizado la gestión “progresista” de ASSE desde su creación en 2007 son unas pocas muestras de lo antedicho.
Estos casos, como los que refieren al vicepresidente Sendic (título falso, uso de la tarjeta corporativa, explicaciones contradictorias y engañosas), no son inventos de “la derecha” ni han sido magnificados por los medios. Al fin y al cabo refieren nada menos que al vicepresidente de la República, cuya candidatura presidencial alentaban algunos de sus correligionarios.
El pronunciamiento unánime del Tribunal de Conducta Política frentista conocido el lunes 6 (sostuvo que la actuación de Sendic “compromete su responsabilidad ética y política” y no tiene dudas “de un modo de proceder inaceptable en la utilización de dineros públicos”) exime de toda culpa a “la derecha” y a los medios.
Ahora bien, tampoco se puede ser ingenuo y no tener claro que la oposición, cualquiera sea su orientación, traza sus estrategias y hace su juego político para alcanzar el poder. Eso mismo hicieron los “progresismos” antes de alcanzar el gobierno. Chávez encabezó un golpe de Estado en 1992 por el que fue encarcelado, pero la acción le dio una visibilidad de la que carecía. Collor de Melo debió renunciar acosado por multitudinarias protestas populares tras denuncias de corrupción difundidas por los medios. Protestas promovidas por sectores peronistas y de izquierda, severamente reprimidas, voltearon al presidente De la Rúa. Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia llegaron al poder después de “levantamientos” indigenistas que obligaron a la renuncia de varios presidentes.
La orientación de los medios no está unificada. Sus responsables responden a diferentes orientaciones políticas e intereses económicos. En la última década Internet ha democratizado y segmentado la información al abrir espacio a todo tipo de páginas web, lo que reduce la influencia de los medios tradicionales.
Estos, como lo han hecho siempre, informan sobre los hechos que consideran de mayor relevancia ciudadana. Lo hacen con mayor o menor éxito, con mayor o menor rigurosidad. Pero cuando tratan de pasar gato por liebre, cuando ignoran, atenúan o sobredimensionan ciertos hechos el público lo advierte y el medio hipoteca su credibilidad.
Los periodistas no consideran si su información beneficia o perjudica al gobierno o a la oposición. Solo consideran si es o no de interés público, una máxima que no puede ser desconocida en la profesión.
Cabe además recordar que el Frente Amplio obtuvo todas sus victorias electorales, nacionales y departamentales con estos medios (y estos periodistas), a los que ahora se acusa de seguir una estrategia para perjudicarlo.
A muchos políticos les cuesta entender cómo funcionan los medios. Creen que dueños y directores imparten instrucciones políticas a sus redactores de cómo deben ser las coberturas o la edición de noticias. Sospechan o presumen simpatías políticas de los periodistas que los entrevistan o de quienes formulan comentarios que no los favorecen. Sienten el asedio de un actor que no pueden controlar.
Enamorados de sus logros, dirigentes “progresistas” no parecen advertir que el clima político que precedió a la llegada al poder del Frente Amplio, esa ilusión casi mágica que la coalición despertó en miles y miles de ciudadanos, ha ido desvaneciéndose tras 12 años de gobiernos “en disputa”, durante los cuales tomaron decisiones y llevaron a cabo procedimientos cuestionados que no aparecían en el “paquete original”. Hechos que producen pérdida de confianza y debilitan adhesiones. No sorprende, entonces, que desde hace meses todas las encuestas indiquen que el Frente Amplio perdió el apoyo de 4 de cada 10 de sus votantes en la elección del 2014.
Ocurre que muchos periodistas que en su día compartieron las esperanzas e ilusiones de la mayoría de sus compatriotas, han tenido procesos similares al resto de los uruguayos y son conscientes del desgaste y la pérdida de confianza del elenco oficialista. Y lo reflejan en sus coberturas, en sus juicios, en sus comentarios.
No es el caso de asumir defensas corporativas de un colectivo que integré durante más de medio siglo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer el periodismo cuando se trata de reportar los hechos de la realidad y describir hacia dónde perciben que se desplaza el país?