Nº 2152 - 9 al 15 de Diciembre de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFinalmente, aunque padeciendo más de lo que hubiera correspondido, Peñarol se quedó de manera muy merecida con el título máximo del fútbol uruguayo. Tras una discreta actuación en el primer torneo del año, que obtuvo Plaza Colonia, el equipo aurinegro repuntó sensiblemente en el Clausura, alcanzando en varios partidos un excelente nivel futbolístico que lo colocó muy por encima del resto de los contendientes. El técnico Larriera —muy resistido en un primer momento—, ya con mayor tiempo de trabajo, logró plasmar una línea futbolística desusada para el medio basada en un prolijo y consistente manejo del balón de la mitad de la cancha hacia adelante, por lo general bien culminado ante el arco rival. Así, Peñarol fue sumando victorias que le permitieron achicar la amplia ventaja que otros equipos (Nacional entre ellos) le habían sacado en la Tabla Anual y perfilarse como el factible candidato a quedarse con el Torneo Clausura.
Fue, sin duda alguna y por lejos, el equipo que mejor fútbol desplegó en la cancha. Y con un estilo no muy compatible con el que tradicionalmente se veía en nuestro medio. Menos aún con el que solía prevalecer en propias tiendas aurinegras, mucho más afecta a la búsqueda directa del arco rival, por medios menos ortodoxos (ese tradicional “ganar a lo Peñarol”). Así, tesoneramente, Larriera (respaldado por un histórico del club como Pablo Bengoechea) hizo que su equipo no solo ganara, sino que desplegara también un fútbol virtuoso, con un entramado de pases precisos (preferentemente por la banda derecha) y una tenencia del balón desusada en nuestro medio. Algo que ocurrió también en su muy decoroso recorrido en la Copa Sudamericana.
Sin embargo, ciertos errores defensivos y una llamativa falta de definición ante el arco adversario, en partidos cuyo trámite le había sido muy favorable, le hicieron ir dejando puntos importantes por el camino, viéndose así reducida la sólida ventaja que había sacado al resto de los equipos. Al punto que su eterno rival, prácticamente desahuciado, pudo recobrar inesperadamente —y desperdiciar de modo poco creíble— la chance de quedarse con el torneo apenas a una fecha de su culminación y sin que le sirvieran para nada los dos puntos que recuperara en los escritorios de la AUF.
Se llegó así, el sábado pasado, a un cierre del torneo muy particular. Para quedarse con el título Nacional necesitaba ganarle a River Plate y que Peñarol perdiera ante Sudamérica (en partidos que se jugaban a la misma hora). De ganar ambos, el título sería para el aurinegro por la ventaja que mantenía en la tabla de posiciones. Y, en verdad, los hinchas de ambos vivieron una tarde pródiga de emociones, que fueron mutando con el paso de los minutos. Primero, la impactante sorpresa del gol darsenero en la primera jugada del partido, comprometiendo prematuramente la chance tricolor y allanándole el camino a Peñarol. Sin embargo, Nacional logró empatar unos minutos después, en tanto el aurinegro seguía sin superar a Sudamérica pese al hombre de más que ya tenía por la justa expulsión de un futbolista buzón.
Pero lo más dramático se dio en el período final en ambas canchas. En el Gran Parque Central dos insólitos goles en contra de un mismo zaguero rival le dieron anticipadamente al tricolor la seguridad de los dos puntos que buscaba. Y, entre tanto, Peñarol (que superaba netamente a su rival) lograba ponerse en ventaja con un gol de Canobbio. Y cuando ya parecía encaminarse a la victoria —y al título— llegó inesperadamente el empate buzón (más festejado por los hinchas tricolores en su estadio que por sus propios simpatizantes en el Campeón del Siglo). Los minutos siguientes tuvieron en vilo a ambas parcialidades. Peñarol se desesperó en busca del gol que le diera la victoria y el título, lo que recién logró agónicamente en los descuentos con un remate de Jesús Trindade (y, trascartón, otro del mismo volante aurinegro con una cuota grande de fortuna). Y de ese modo, “con el Jesús en la boca”, como suele decirse en ese tipo de circunstancias, el aurinegro se quedó con el título del Clausura, cuando por la ostensible superioridad futbolística demostrada en todo su desarrollo debió haberlo logrado sin tanto dramatismo.
Pero aún restaba la definición del título de campeón uruguayo entre Peñarol y Plaza Colonia, como ganador del Apertura, en un único partido en el remozado estadio Centenario. Y si fue agónico el desenlace del torneo anterior, este no le fue en zaga. En lo previo Peñarol aparecía como lógico favorito, pues su rival no había repetido en el Clausura lo hecho en aquella instancia. Fue suya pues la iniciativa desde el comienzo mismo del partido. Otra vez la pelota fluyó con precisión entre sus líneas, pero, como ocurriera en el último tramo del Clausura, al conjunto aurinegro le costó concretar ante el arco de Plaza, que solo atinaba a defenderse y hacer correr el reloj. Así las cosas, en una solitaria ofensiva coloniense llegó un centro al área aurinegra y en una jugada confusa (que pudo y debió haberse revisado por el VAR) Fedorczuk sancionó un penal por mano de Kagelmacher, que López tradujo en gol. El empate aurinegro llegó casi enseguida (tras una excelente habilitación de Álvarez Martínez a Torres, magníficamente definida por este), y cuando se pensaba que las puertas de la victoria se le abrían a Peñarol, una vez más su ostensible dominio no logró concretarse ante el arco coloniense, lo que llevó a tener que definir el partido en tiempo extra. Llamativamente, Larriera había excluido a Gargano antes del alargue y en el correr de este fueron saliendo otras piezas claves, de modo que Peñarol bajó su producción alejándose del arco rival. Se llegó entonces a la tanda de penales, con una mejor perspectiva para Plaza, pues su arquero Mele tenía mejores registros que Dawson en esos menesteres. El coloniense cumplió, pues le atajó un penal a Musto, dejando a su equipo transitoriamente en ventaja, pero dos remates desviados por parte de los colonienses y el paralelo acierto de todos los demás ejecutantes aurinegros (fueron 18 los penales ejecutados) le dieron a Peñarol una coronación tan trabajosa como merecida. Y a la que debió haber accedido con una mayor holgura y sin tantos padecimientos. Es que fue por lejos el equipo de mejor rendimiento en este último y definitivo semestre y el que tuvo individualidades de mayor peso y jerarquía (con el muy experiente Gargano a la cabeza y los aportes de varios jóvenes de muy promisorio futuro, como Facundo Torres, Álvarez Martínez y el propio Agustín Canobbio). Y fue también un rotundo éxito para Larriera, un técnico joven que asumió con una firme personalidad el riesgo y desafío de inculcar en Peñarol un tipo de fútbol distinto al común o habitual en nuestro medio.