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    “Pasé la infancia en el límite entre el payaso y la actriz”

    Mané Pérez hace La Fiera en Teatro Victoria

    En el baño hay una paloma. Sobre el borde del bidet: pequeña, temblorosa y gris. En el dormitorio hay un bóxer blanco, con un ojo de cada color: se llama Pedro. La paloma fue rescatada de la calle por la actriz Mané Pérez, quien está buscando a la persona que pueda adoptarla pues no se vale por sí misma y no puede volar bien. Y Pedro es Pedro: mascota, cómplice, todo. Desde el piso de arriba mira como si pensara, muy serio. Pérez tiene 27 años y en noviembre de 2016 recibió un Florencio a mejor Unipersonal por La Fiera, que estrenó en el invierno pasado en Tractatus y acaba de reponerse en Teatro Victoria (Río Negro 1477, jueves a las 21 h, con entradas a $ 350, en boletería). En clave de realismo mágico, presenta una mujer-felino que se lanza a vengar los abusos cometidos contra su hermana por parte de algunos hombres.

    Vive a metros de la rambla, sobre la calle Brecha, y su carrera actoral dio un giro cuando la directora y dramaturga Marianella Morena le propuso ser parte de No daré hijos, daré versos, obra sobre Delmira Agustini que no solo se estrenó en Uruguay sino que también giró por España en tres oportunidades entre 2015 y 2016 (Cádiz, Salamanca, Santander, San Sebastián, Madrid, etc.), y llegó a Miami, Argentina, Brasil y Ecuador.

    “Happiness is not a destination. It is a way of life”, reza un cartel sobre la pequeña mesa del comedor de la actriz. Se la nota feliz por la receptividad de La fiera. “Tiene un lindo público, y se empieza a acercar gente no tan teatrera y eso está bueno”, dijo Pérez a Búsqueda. La obra puede catalogarse como difícil, de texto áspero, violento. “Es para todos. Es verdad que tiene un lenguaje muy particular y es verdad que al principio yo percibo de alguna gente que queda un poco descolocada, después de la primera escena no entiende de qué se trata, por dónde va. Pero el aplauso final y la respuesta del público ha sido increíble. La experiencia me ha demostrado que funciona para todo público”.

    El autor y director es el argentino Mariano Tenconi Blanco, quien luego de montar la versión original, protagonizada por Iride Mockert, adaptó la historia de los bosques tucumanos a la zona fronteriza con Brasil, para su puesta uruguaya, con Pérez acompañada en escena por los músicos Ana Claudia de León (en estos días suplantada por Fernanda Bértola) y Pablo Machado, quienes ejecutan la partitura original del argentino Ian Shifres.

    Además, este mes Pérez integra, junto a Lucía Trentini y Malena Muyala, el elenco de Rabiosa melancolía, la nueva creación de Morena que se estrenará a fin de mes en El Galpón. Y está preparando, también con Morena, una obra sobre la misteriosa musa de Juan Manuel Blanes, Carlota Ferreira. A continuación, un resumen de su charla con Búsqueda sobre La Fiera y otros alaridos teatrales.

    —¿Cuáles considerás que son los atractivos de La Fiera?

    —La temática, sin duda. De todos modos nunca fue intención de Mariano, al escribirla y montarla, hacer algo militante o tocar el tema de violencia de género a propósito. De hecho, en todo el proceso de trabajo casi ni nos metimos en ese terreno. Pero está en el texto y es la esencia de la obra. Además, lo musical es un muy buen aspecto, que hace superdinámica la obra, porque cuando ya se generó mucha tensión apacigua y le da un respiro al texto. Entra también lo cómico, generando una contradicción de sensaciones, entre lo trágico del relato y toda la comicidad y empatía que te va generando el personaje. Todo lo estético es muy atractivo de ver, a nivel de luces y vestuario.

    —¿Cómo hiciste para “parir” a esta mujer-tigre que es el personaje?

    —Si hubiera sabido lo que me esperaba, creo que no me hubiese animado. Después de que pasó todo, lo procesé y faltaban dos días para el estreno, me empezó a caer la ficha, los miedos y los cuestionamientos. Fue un proceso muy rápido. Estaba de gira con Marianella en España con la obra de Delmira y me llamó para ensayar “¡ya!”. Tenía que ir a ensayar a Buenos Aires los fines de semana. Le dije que sí casi sin pensarlo. Cuando me mandaron el texto, no entendí nada porque está escrito como habla el personaje. No es que los modismos se los di después. Yo viví en el interior varios años, en Melo, entonces tengo muchos recuerdos de cómo habla la gente de allá. Si bien Mariano siempre trató de llevarlo más para Rivera, al portuñol que yo no conocía tanto, quedaron muchas cosas de Melo, como el “barbaridá” y giros que recuerdo del habla de mis amigos en la infancia. Fuimos construyendo un lenguaje propio que no estaba ubicado en un lugar geográfico determinado, y que después se fue llevando más para el portuñol. Después vino la parte física y musical, con una coreógrafa, todo muy intenso.

    —¿De dónde viene tu nombre de pila?

    —Es un apodo que me inventó mi hermano cuando nací. Lo tengo de toda la vida y me lo apropié. Él le puso apodo a toda la familia. Tenía tres o cuatro años y me decía “manita” por hermanita, y se transformó en Mané. Pero me llamo Virginia. Como mi apellido es Pérez, me gustaba tener un nombre más original porque en la escuela y el liceo siempre había 20 Pérez. Mané era superparticular y siempre me gustó, así que lo usé para todo.

    —¿Cómo es que siempre quisiste ser actriz?

    —Todos los niños en algún momento pasan por la vocación de actor, o desarrollan esa faceta que después se reprime. Yo la tuve siempre y no la reprimí. Justo en mi adolescencia se dio que vine para Montevideo y acá hay un montón de opciones que en el interior no. Tenés todo tipo de escuelas de teatro, profesional, no profesional, con más o menos carga horaria. En la escuela siempre hacía expresión corporal o teatro, me fascinaba, me gustaba interpretar personajes, bailar el pericón. Todo lo artístico. A los 16 entré en la Escuela de Comedia Musical. Me gustaba mucho el cine también. Si Uruguay tuviese más mercado de ficción hubiera agarrado para ese lado. Un día caí en casa y dije “quiero ser actriz” y anuncié que cuando terminara el liceo me iba a anotar en la EMAD. Como todos los padres, al principio estuvieron un poco asustados: “¿Pero qué más vas a estudiar?”. Siempre tuve su apoyo y gracias a eso he logrado un montón de cosas, pero en ese momento todos ignorábamos bastante la realidad artística.

    —¿En tu familia no había personas vinculadas a lo artístico?

    —Para nada. Además, hay mucho prejuicio con los actores. Eran todos los miedos juntos: lo profesional y en qué ambientes me iba a meter, con 17 años. La exigencia de la EMAD no permite hacer otra carrera en paralelo y ellos vieron que era algo serio, que requería estudio y dedicación horaria. Entré y no dudé más. También me gustaba la psicología, la filosofía, me encanta la docencia. Nunca hice algo que no estuviera relacionado con el teatro, en un principio hice animaciones, shows, eventos, todas esas cosas.

    —¿De niña montabas pequeños espectáculos en el entorno familiar?

    —(Risas) Soy muy tímida. Pero siempre quería ser el centro de atención, les pedía a todos que se callaran la boca y que me dejaran bailar a mí sola. Hay videos de cuando tenía siete años, en cumpleaños familiares con gente que conocía y que no conocía. Los hacía sentar, que me aplaudieran y yo hacía el show. Les contaba a mis primos, a los amigos del barrio: vamos a hacer una obra de teatro, armaba libretos, puestas en escena. Me apasionó siempre. Tenía una grabadora y grabábamos en casete los teleteatros. Me pasé toda la infancia en el límite entre el payaso y la actriz (risas).

    —Puesto en perspectiva, ¿qué significó tu trabajo en No daré hijos?

    —Fue un antes y un después. Conocí a Marianella cuando estaba estudiando. La habían convocado de la EMAD para hacer un evento el Día del Patrimonio, una performance callejera sobre Florencio Sánchez. Seleccionaron estudiantes y allá fui yo. Tuvimos muy buena onda, nos entendimos, me gustaba su cabeza y a ella lo que yo había propuesto. Después, cuando hizo Antígona Oriental me la encontré y me invitó al casting. Era la primera vez que un director me convocaba, y desbordaba de ansiedad. Me quedaba el último año de carrera, venía haciendo todo en tiempo y forma, y prioricé terminar la carrera. En 2014 me llamó y en la primera reunión ya explotábamos de ideas. Empezamos un proceso de creación de un año y pico. Había algunas ideas claras de Marianella, pero no sabíamos a dónde íbamos a llegar. No daré hijos gustó mucho: tiene “estrellita”, fue una ventana muy importante para mí, una experiencia de aprendizaje, porque cada ensayo con Marianella es como una clase de teatro. Y un estímulo para la creación, porque ella busca actrices que propongan y resuelvan: tenés que ir al ensayo con inventos, lo que te exige mucho.

    —¿Qué te interesa del cine?

    —La actuación frente a cámara, me genera mucha intriga ese lenguaje: cómo se llega a ver todo ese mundo que es ficción. Nunca estudié cine y no tengo la experiencia: es algo pendiente, quiero, y ojalá algún día se me dé.

    —¿Qué tipo de cine te gusta?

    —Los musicales me encantan, pero también porque tengo con ellos un acercamiento desde mi formación. Y lo que me pasa es que me pongo muy analítica cuando los miro, me enriquece ver ese lenguaje. Después no tengo géneros preferidos. Me gustaron mucho las series Vis a Vis y Narcos. También los documentales y las historias basadas en hechos reales o biográficas, que te generan un aporte de conocimiento.

    —¿Qué opinás de la producción audiovisual en Uruguay?

    —Hablo desde afuera porque no estoy en la interna. Creo que hay una falta de presupuesto, podés tener muy buenos realizadores y técnicos, en dirección, arte y fotografía, pero para el cine necesitás un mínimo de presupuesto. El teatro puede sobrevivir, tiene un autonomía propia. Con dedicación, ganas y muy poco podés llegar a muy buenos resultados. El cine y la televisión, en cambio, te exigen otro soporte económico para poder crear.

    —En los últimos dos años viajaste bastante gracias al teatro, ¿Vivirías en otro país?

    —Viajamos mucho pero siempre era muy linda la vuelta: soy muy familiera. Me encantaría irme, quizás no a probar suerte, porque viajando me he dado cuenta de que es muy difícil eso. Tengo muchos alumnos que se van a Buenos Aires y al año están acá de nuevo o allá haciendo algo que podrían hacer acá. A nivel de calidad o experiencia no es mejor de lo que se puede producir acá. Uruguay da muy buenas oportunidades: como en todas las cosas es difícil, tenés que rebuscártela, pero acá hay oportunidades. A mí nadie me regaló nada, fui buscando huecos, dedicándole, y logré cosas. Es verdad que afuera hay otra realidad, sobre todo a nivel económico: lo que cobrás en una función, acá no lo hacés en 20 funciones. A veces te cuestionás y te llenás de rabia. Yo igual, finalmente, elijo este lugar para vivir.