N° 2065 - 26 de Marzo al 01 de Abril de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSe dice que se aprende más de los fracasos que de los éxitos; pero lamentablemente no siempre es así. El día después de la pandemia sanitaria podemos tomar el camino de la prosperidad o el que conduce a nuevos fracasos. Y eso dependerá de qué ideas ganen la batalla cultural.
“¿Hay?, guarde para cuando no hay”. Los socialistas, estatistas y keynesianos creen que de las crisis se sale con más gasto. Se endeudan para “ponerle plata en el bolsillo a la gente”, proponen un “ingreso universal” y gastan a troche y moche. Si Uruguay no hubiera dilapidado fortunas en Ancap, Pluna, Fondes, la regasificadora, Alas-U o el corredor Garzón, afrontaríamos esta pandemia con menos angustias. Tenemos un Antel Arena vacío (pero con “lindas florcitas”) y un Hospital de Clínicas sin respiradores.
La vaca sagrada del Estado. En la India, es probable que un padre vea cómo su hijo muere lentamente de hambre, mientras ese mismo padre alimenta una vaca. Es que la considera sagrada. En Uruguay veremos morir empleos privados mientras seguimos alimentando a nuestra vaca sagrada: el Estado. ¿Hasta cuándo?
El mercado es el enemigo. Cuando ven que algún oportunista ofrece alcohol en gel a $ 1.200 (no obliga, solo “ofrece”), enseguida piden control de precios, racionamiento, estatizar la producción y hasta meterlo preso. Todas estas medidas tienen el efecto contrario al que buscan: limitan la producción, provocan escasez, surge un mercado negro y el producto se obtiene a altos precios y mediante transas non sanctas. Ni el emperador Diocleciano (quien mandaba matar a quienes aumentaran los precios) logró controlarlos. Esto fue en el año 301, hace 1.719 años. No aprendimos nada.
Empleados públicos: que paguen más, porque tienen más. Muchos piden que el esfuerzo extra lo hagan “los que tienen más”, es decir, los que ahorraron más, los que invirtieron mejor, los que manejaron bien sus finanzas. Pero pocos piden que este esfuerzo lo hagan los empleados públicos, esa casta privilegiada integrada por políticos, funcionarios y empresarios prebendarios. Ellos sí que “tienen más”: más inamovilidad, más beneficios, más seguridad y menos stress. Hay que equilibrar la balanza.
La madre de todas las reformas. Esta madre sigue sin parir. Las raíces de los árboles siguen sin temblar. Es hora de que entendamos que, con un Estado grande, soso y lento no se puede crecer ni prosperar.
Si no aprendemos que de las crisis se sale con más libertad económica, menos impuestos, más flexibilidad laboral y que la “deuda económica” termina siendo peor que la “deuda social”, habremos perdido otra oportunidad de hacer los cambios que necesariamente hay que hacer. El tren no pasará dos veces. Y lo que es peor: no pasará por arriba.