Nº 2240 - 31 de Agosto al 6 de Setiembre de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSi escribo en el buscador más popular del mundo “Luis Rubiales beso”, me arroja al día de hoy casi 50 millones de resultados sobre el archifamoso momento en que el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) toma con las dos manos la cabeza de una de las jugadoras de la selección española que acababa de ganar el título mundial y la besa en la boca. “Un piquito”, diría él.
Este beso es ahora más popular que el de la pintura de Gustav Klimt, que el de Britney Spears a Madonna y que el de Leonid Brézhnev a Erich Honecker, todos juntos. Parece también ser un símbolo y un parteaguas, parece que marcará un antes y un después. O no, ya veremos.
Hagamos un poco de historia. Ignacio Quereda fue entrenador de la selección española de fútbol femenino desde 1988, y si saltó a la fama fue no solo por no haber alcanzado ningún logro en casi 30 años sino, sobre todo, por las humillaciones a las que sometía a sus jugadoras. Hace poco, las deportistas revelaron que les hacía comentarios del tipo “tú lo que necesitas es un macho” y otras lindezas. En el documental Romper el silencio. La lucha de las futbolistas de la selección, varias jugadoras ofrecieron un duro relato de lo vivido con el exentrenador.
Desplacémonos un poco en la geografía y vayamos a Estados Unidos, y avancemos en el tiempo hasta octubre de 2021. Una cascada de denuncias de las futbolistas de la liga obliga a detener el campeonato y hace que la FIFA abra una investigación sobre el escándalo sexual que involucra a un entrenador y que terminará causando la suspensión total de los partidos. Todo empieza con las acusaciones de coerción de dos exjugadoras, de amenazas y de abusos sexuales contra Paul Riley, cargos que llevaron al despido del entrenador del equipo de North Carolina Courage. Fue el disparo de salida de un #Metoo en el fútbol femenino que sacó a luz escándalos y trapos sucios en diferentes países, como Venezuela, donde la Fiscalía abrió una investigación contra el exentrenador nacional Kenneth Zseremeta y el preparador físico William Pino, cuando 24 jugadoras venezolanas los denunciaron públicamente por abuso y acoso sexual, según informó el fiscal general Tarek Saab.
Esto suma y sigue, y si no continuamos con el historial de atropellos en el fútbol, es solo por falta de espacio.
Volvamos a Luis Rubiales y su beso a la futbolista Jenni Hermoso. Después de las fotos y los videos, después de causar una tormenta mediática, social y política hubo presiones a la jugadora para cooperar en la defensa del presidente frente a la avalancha de críticas. Hubo una negativa y hasta hubo una comunicación fraguada con declaraciones falsas de la futbolista que se distribuyó entre los medios. Después, informes, amenazas, declaraciones, una confusa sucesión de hechos, idas y vueltas que incluyen un pedido de disculpas a medias (“hay gente que se ha sentido ofendida, tengo que decir que lo siento. No queda otra, ¿no?”), una promesa de dimisión. Entonces llega la apoteosis: el presidente de la RFEF se sube a un estrado y, cuando el mundo entero esperaba una disculpa sincera y la renuncia al cargo, él nos explica su versión de lo ocurrido en el estadio de Australia. A ver si se entiende, nos explica lo que vimos. Asume una posición defensiva e intenta convertirse en víctima: “Fue un beso espontáneo, mutuo, eufórico y consentido”, dice en un intento de reescribir la historia. “Tal es el poder (de Rubiales) que se puede parar en un podio lleno de personas a negarnos lo que vimos con nuestros propios ojos y además lo van a aplaudir”, afirma Catalina Ruiz-Navarro, directora de la publicación Volcánicas. Para rematar su discurso Rubiales, desafiante y encaramado en la altura, grita cinco veces: “No voy a dimitir”.
Después de eso, la caída en picada, la condena. Ante el clamor mediático, social y político, ante la inacción de las autoridades del fútbol españolas, llegó la FIFA y mandó a parar: “Suspender provisionalmente al señor Luis Rubiales de todas las actividades relacionadas con el fútbol a nivel nacional e internacional”.
Los que nos vimos venir el desenlace nos preguntamos por qué el presidente no renunció antes. ¿No era mejor pedir disculpas (tratando de sonar sincero, eso sí) y hacerse a un lado? La respuesta puede estar en su confianza en el entramado de poder que lo sostenía y en lo poco que creyó en esas 20 mujeres. Las dos caras de una misma moneda.
Pero vayamos al hecho en sí mismo. Algunos dicen que fue solo un beso, que, si tanto nos indigna, qué escándalo reservamos frente a la violación o la muerte. Sí, es cierto, fue solo un pico y me atrevo a coincidir con que fue tan impensado como él mismo dice, que es cierto que le preguntó “¿un piquito?” y que ella accedió. Sin embargo, no podemos analizar la situación si no es en el marco de su contexto. El presidente de RFEF es indiscutiblemente el máximo jerarca del fútbol español, el superior de la jugadora. Agreguemos que es un hombre con un poder casi infinito, que nunca ha dudado en usarlo. Y ella es su empleada. Hay una asimetría, una desigualdad evidente en la relación vertical. Una situación de vulnerabilidad. ¿Tenía Hermoso alguna posibilidad de rechazarlo frente a 80.000 personas en el estadio y millones por las redes sociales y la televisión sin que su acto tuviera consecuencias? ¿Alguien cree que podría haberlo empujado y desviar la cara sin comprometer su futuro? El jefe máximo le pide un pico a una futbolista que erró un penal, cuya participación en la selección depende de él. Una situación desigual, porque el presidente de la federación es quien pone y saca a los entrenadores y tiene influencia sobre las convocatorias, aunque sea indirectamente. ¿Se puede pensar en un gesto libre entre dos adultos? “Es solo un pico”, dicen los que no terminan de entender que la sociedad ha cambiado, que la frontera de lo tolerable se desplazó, que hoy es mucho más estrecha.
Si agregamos que al piquito inocente le siguió la extorsión a la víctima, las amenazas a sus compañeras y a su familia y hasta la falsificación del testimonio de la jugadora, podemos decir sin temor a equivocarnos que la Real Federación Española de Fútbol sigue el manual para escabullirse del perfecto sacerdote indecente. Solo hubiera faltado que a Rubiales lo trasladasen a otra diócesis.