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    ¡Uy! ¿Dos Mercosur?

    Cuando casi todo el mundo se pregunta para qué sirve el Mercosur, parecería que ahora tendremos dos Mercosur.

    Uno progresista y populista, bolivariano y autoritario (democráticamente autoritario, según la calificación del canciller Rodolfo Nin Novoa), integrado por Uruguay y Venezuela y presidido —pro témpore— por Nicolás Maduro.

    Y el otro, neoliberal y a cargo de una triple alianza de torturadores suramericanos, según Maduro (el pro témpore en stand by), integrado por Argentina, Brasil y Paraguay. Este Mercosur tendrá una dirección colegiada hasta fin de año, cuando Argentina asuma la Presidencia pro témpore, de acuerdo con el canciller brasileño José Serra. Ese colegiado estará integrado por los representantes de los países nombrados y también de Uruguay, que finalmente se acoplaría. Uruguay “terminará acompañando”, aventuró el canciller brasileño con ese tono de “patrón de estancia” que utiliza por la región la gente de Itamaraty.

    Pero, por ahora, no es tan así. Nin Novoa ha asegurado que si Maduro convoca a una reunión, Uruguay asistirá. Nin Novoa dijo más: reveló que Brasil intentó comprar el voto de Uruguay, cosa que —señaló— “molestó mucho” al presidente Vázquez.

    No está mal que Vázquez les pare el carro a los brasileños y eso no nos debe sorprender. Similar conducta adoptó frente al matonismo del presidente Néstor Kirchner. Incluso, como se supo después, llegó a considerar la posibilidad de pedirle ayuda al gobierno de los Estados Unidos, llegado el caso.

    Tampoco sorprende la conducta de Brasil ni sus afanes y propósitos imperiales.

    Sea el gobierno que sea, esa es su política de Estado, definida y vigilada por Itamaraty, y respaldada por las Fuerzas Armadas.

    Y no hay que ni salirse del Mercosur en busca de pruebas. Cuando la suspensión de Paraguay, que viabilizó el ingreso de Venezuela —lo cual significó un gran refuerzo para la línea progresista que imperaba entonces bajo la batuta de Cristina Kirchner, Dilma Rousseff y José Mujica—, Brasil hubo de incidir en un gobierno uruguayo que tenía dudas. Tras un contacto directo y muy confidencial entre los dos gobiernos, se decidió el voto uruguayo contra Paraguay. Un representante de Mujica —el entonces prosecretario de la Presidencia, Diego Cánepa, según mis datos—, en un avión puesto a disposición por los brasileños, viajó a Brasilia y allí la propia Dilma Rousseff le informó sobre la existencia de un complot en Paraguay para sacar a Lugo, detectado por los servicios secretos de Venezuela, Cuba y Brasil (de ingerencias y de aquello de “la no intervención”, ni hablemos). También le transmitió que Brasil necesitaba que en Paraguay hubiera un llamado a elecciones lo antes posible. Ese era el esquema del imperio; así de simple.(*)

    Y el gobierno uruguayo no titubeó más y votó contra los paraguayos. Mujica lo explicó muy claramente: hay cosas frente a las que lo político está por sobre lo jurídico.

    Brasil ha sido coherente. La que no ha sido coherente es la conducta de Uruguay. Cuando la suspensión de Paraguay (en los últimos tiempos, el único país serio del Mercosur, dado todo lo que ha sucedido y está sucediendo), Uruguay asumió que lo político estaba por sobre lo jurídico, pero ahora sostiene que lo jurídico debe estar por sobre lo político. ¿Quién los entiende? En lo único que hay coherencia es en apoyar siempre al chavismo.

    Porque, además, se trata de decisiones tomadas por gobiernos de un mismo partido, de la misma ideología y que tiene que ver con las relaciones internacionales. Se trata de las relaciones con el resto del mundo, que deben manejarse en función de los intereses permanentes del país en el marco de una política de Estado y no en función de los pareceres y conveniencia del gobierno de turno.

    Uruguay, entonces, se ha ubicado junto a la Venezuela chavista. Ha sido el único. El rechazo y repudio al régimen chavista va in crescendo y con razón. Ya no existen dudas de que se trata de un gobierno que ha violado los derechos humanos y violentado todos los principios, fundamentos e  instituciones democráticas y republicanas. ¿Que está haciendo ahí Uruguay?

    ¿Cuál es la razón? ¿Agradecimiento? ¿Compromiso? Todo tiene un límite. Se está involucrando a todo el país y no creo que la mayoría de los orientales sienta que deban estar tan agradecidos y menos tan comprometidos con el chavismo. Puede que el partido de gobierno, el Frente Amplio, lo sienta así y algo de eso hay e incluso se nota en comportamientos, tendencias y medidas que propugna el gobierno, lo cual es preocupante, pero aun así no son todo el Uruguay.

    ¿Cuestiones económicas o comerciales? ¿Pero son de tal magnitud que justifiquen afectar las relaciones  con nuestros mayores vecinos e históricamente nuestros mayores socios comerciales?

    Debe haber algún dato que desconocemos, que por lo menos lo explique.

    El hecho es que Argentina hace responsable a Uruguay de todo este entuerto por haber decidido unilateralmente entregar la Presidencia, consciente de que no había consenso. Brasil está en la misma línea y, además, ya ha pedido explicaciones sobre el señalamiento de Nin Novoa, lo que muestra un mayor “enrarecimiento” que no se arregla con comunicados hablando de “malentendidos” que, en todo caso, deterioran la imagen de Uruguay. Y cuidado con Itamaraty.

    No se trata de entregar “el rico patrimonio” ni a los brasileños ni a los argentinos ni a nadie. Se trata, sí, de cuidar la imagen y los intereses del país, de todos, y de no actuar como únicos dueños y señores.

    (*)“Una oveja negra al poder”, de Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz