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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa pregunta queda removedoramente planteada por Tomás Linn en su columna de la última edición de Búsqueda. En ella el periodista refiere al enojoso momento en que el presidente Evo Morales le regala al papa Francisco una talla en madera del Cristo crucificado en el símbolo de la hoz y el martillo, réplica de la esculpida por el sacerdote jesuita Espinal, en la Bolivia de los ‘80.
Con certera puntería, Linn ataca esa ambivalencia (que reina no sólo en estas latitudes, sino que parecería ser un fenómeno de todo Occidente) a la hora de condenar los grandes totalitarismos del siglo XX, responsables de los horrores por todos conocidos. La ambivalencia no afecta sólo al juicio que se emite respecto a la historia del siglo XX. Por el contrario, se prolonga hasta nuestros días y se evidencia al verificar una y otra vez esa actitud tolerante hacia los regímenes totalitarios o autoritarios de izquierda, propia de políticos, intelectuales, religiosos y hasta de organismos internacionales tales como la OEA o la Unasur.
Al igual que el periodista, me he preguntado una y mil veces, ¿por qué? ¿Qué hay atrás de ese otro holocausto (enormemente mayor en número de víctimas y en permanencia histórica que el protagonizado por el nazismo) llevado a cabo por los Stalin, los Mao Zedong y los Pol Pot del comunismo y que convierte esa mirada enfurecida de indignación, esa condena severamente inquisidora que se dirige hacia los crímenes de la extrema derecha, en el silencio, en la omisión de todo juicio, en el vacío ético y hasta en el cambio de conversación cuando se trata de iguales crímenes pero protagonizados por el signo ideológico inverso?
Al fin, el tiempo y la esperanza, me ayudaron a ensayar algunas posibles respuestas:
La URSS ganó la guerra. Y al hacerlo, dejó en los frentes de batalla más muertos que todas las víctimas de la segunda guerra mundial, incluyendo las del genocidio judío, las bombas atómicas y las bajas de todos los aliados. Se erigió así (aunque no sólo ella) en la principal vencedora del nazismo, tras una gran dotación de multitudinario heroísmo. Y la historia la cuentan los vencedores. Si sabremos esto los uruguayos, que nuestros niños están aprendiendo cómo una guerrilla terrorista que se organizó y empezó a operar a comienzos de los ‘60 y fue derrotada en 1972, en realidad se alzó y luchó contra una dictadura que comenzó en 1973 como consecuencia esperable del alzamiento guerrillero.
La URSS ganó la segunda guerra mundial y recién varias décadas después perdió la guerra fría. Es a partir de este segundo acontecimiento que los horrores del holocausto comunista comienzan a ser conocidos. Pero viven todavía las generaciones que se inclinaron ante Stalin, los que se formaron admirando a Sartre y a Neruda. ¿Cómo olvidar entonces que sólo los perros son anticomunistas (Sartre)? ¿Cómo poner sordina a la “Oda a Stalin” (Neruda) que en su momento con tanto entusiasmo aplaudieron?
Comunismo y religión. “Arriba los pobres del mundo. De cara a los países pobres, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos, pero especialmente la Iglesia de los pobres. La tierra será el paraíso. Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos. Los odios que al mundo envenenan al punto se extinguirán. El reino de Dios significa, realmente, la victoria sobre el poder del mal que hay en el mundo. El hombre del hombre es hermano… y es Cristo, su Hijo eterno, quien ha venido a decírnoslo y a enseñarnos que todos somos hermanos”.
En la cursiva que antecede se entremezclan citas de papas postconciliares y estrofas de “La Internacional” comunista. El lector avezado sabrá distinguir la paja del trigo, pero francamente…se presta a confusión. Siendo así, no podemos extrañarnos de que en el Colegio de los Hermanos Maristas, los alumnos hayan entonado afinadamente “La Internacional” con la aprobación de sus maestros. No podemos extrañarnos del gran predicamento y difusión que alcanzó en estas latitudes esa mezcolanza que se conoce como “Teología de la Liberación”. Una especie de doctrina de corte teocrático, en la que presuntos mandatos divinos penetran en las ciencias políticas y en la macroeconomía adoptando los disparates de la “Teoría de la Dependencia” y que, al evolucionar en sus concepciones hasta las últimas consecuencias, conduce fatalmente a un final menos confuso pero dramático para la Fe: “La Liberación de la Teología” (J. L. Segundo S.J.). Luego de esta lectura y de escuchar al papa, hablar sobre de temas de Fe con la misma autoridad que de economía política, como si además de papa fuera un Nobel de Economía, no resulta tan descabellada la escultura de Espinal, ni el regalo de Evo.
Existen también otros paralelismos significativos que la explican: el cristianismo transformó la cruz romana, instrumento de persecución, oprobio, suplicio y muerte, en el símbolo de la salvación universal. Análogamente, el comunismo también levanta a la hoz y el martillo como idéntico símbolo de redención, habiendo sido como fue, el azote de tantos cristianos (y también de no cristianos) durante el siglo XX con su carga de persecución, tortura y muerte.
El comunismo y sus crímenes no son condenados en Occidente, entre otros factores, porque su retórica apunta a los mismos paradigmas, preferencias (los pobres) y utopías (paraíso terrenal fraterno e igualitario) que predica actualmente la religión dominante. Ideas tan “magníficas” (¿magníficas?) abrigan un mismo germen de fanatismo político y religioso.
Sin embargo, lo cierto es que la erradicación de la pobreza nada tiene que ver con el comunismo (que lo que erradica es la riqueza y no la pobreza) y mucho menos aún con las religiones. He aquí una enorme confusión de nuestras generaciones. La erradicación de la pobreza tiene que ver con un fenómeno económico social que se llama desarrollo económico capitalista, tal como lo evidencia nuestra historia contemporánea. China hace salir de la pobreza extrema a cientos de millones de personas “liberándose” del pernicioso colectivismo y adoptando la economía de mercado, sin necesidad de la teología ni de los que dan cursos de macroeconomía desde su posición de vicarios de Cristo, que los coloca ante la gente como verdaderos intérpretes de divinas voluntades.
Dad a Stalin lo que es de Stalin, a Dios lo que es de Dios y a los pobres dadles desarrollo económico…y no los uséis haciendo perdurar la pobreza con recetas humanas y divinas, pero siempre tan equivocadas como funcionales a los fines de acumulación de poder político y religioso.
Falta de honestidad intelectual. Desde el fin de la guerra hasta la caída del comunismo pasaron algo más de cuatro décadas. En ellas, generaciones de jóvenes creyeron poder alcanzar la perfección en la tierra, convergiendo en el intento, ideología y religión. Un mundo sin diferencias, próspero, sin guerras, sin hambre, sin miserias. La URSS ganaba terreno y había que ayudarla a hacerlo, porque cada conquista era más tierra liberada, más tierra prometida. Para algunos se acercaba el “triunfo final” y para otros se aproximaba “el reino”. La mayoría no entendía mucho la diferencia, pero aprobaba, militaba y también sucumbía. Mucha infelicidad quedó en el camino de esa conquista: muertes, guerras, torturas, exilios, desapariciones; y lo peor: el objetivo resultó un enorme fiasco y como suele ocurrir, la construcción del paraíso terrenal fue la construcción de un infierno. Tanto sufrimiento para nada, tantas prédicas entusiastas y tantos desaguisados en pos de arreglar el mundo para que cuando finalmente se cayera el telón, quedaran al descubierto oprobiosos fenómenos como la Rumania de los Ceausescu o la Corea comunista de la dinastía Kim.
Reconocer la dimensión y la responsabilidad del error requiere una dosis de honestidad intelectual que está ausente en las actuales generaciones de nuestros formadores de opinión.
Juan Pedro Arocena
CI 1.246.439-7