A propósito del final

A propósito del final

La columna de Facundo Ponce de León

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Nº 2146 - 26 de Octubre al 1 de Noviembre de 2021

¿Qué opinas, que Tabárez tiene que seguir siendo el DT de la selección o está bien que la AUF le diga que se terminó? Esta fue una de las preguntas del mes de octubre. Tuvo idas y vueltas, estadísticas, polémicas, tuits de gente que está harta del proceso, respuestas de quienes creen en la defensa del maestro como una causa nacional, donde se juega lo mejor de nuestro ser. Habrá que esperar a las próximas dos fechas de las eliminatorias para ver cómo termina el asunto. Sea como sea, creo que la pregunta que abre esta columna es menor, secundaria, al lado del problema central que encierra. La cuestión relevante es: ¿por qué tuvimos que llegar a este momento? ¿No hubiese sido mejor que Tabárez y su equipo organizaran el final de su etapa? ¿Es descabellado pensar en eso? ¿Por qué nos cuesta tanto asumir que las etapas llegan a su fin? Salgamos del fútbol.

Lacalle Herrera declaró varias veces que la carrera de su hijo lo “jubiló antes de tiempo”. ¿Por qué “antes”? ¿Cuánto tiempo hubiera seguido? ¿Para qué? Hace dos meses hablamos de la dificultad que veíamos en el expresidente Sanguinetti para asumir el final de una etapa suya de acción. ¿Por qué es tan difícil poner punto final? Daniel Martínez anunció su retiro de la política luego de la elección presidencial de noviembre de 2019. A los dos meses, estaba diciendo que volvía al ruedo para ser intendente. ¿Por qué no supo asumir el final que había anunciado semanas antes? Salgamos de la política.

Hace un tiempo me tocó participar en un evento de despedida a un notable empresario. Daba un paso al costado y se iba por la puerta grande. Hablaron colegas, familiares y amigos. Él agradeció emocionado. Hace poco llamé a ver cómo estaba el ambiente sin él y la respuesta fue cortita: “No se fue”. A la semana de la despedida volvió y está metido en todos los temas de la empresa. ¿Por qué no pudo irse? ¿Por qué le costó aceptar ese final? Salgamos de la empresa.

El doctor tuvo que hacer una operación que salió mal para admitir que el pulso ya no le daba para seguir operando. No fue letal, ni siquiera se enteró el paciente, pero cuando habló con el director del hospital lo primero que le dijo fue: “Tendría que haberme ido antes”. ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué ese doctor no pudo afrontar que su etapa en block quirúrgico había terminado y tuvo que producirse un traspié para encarar el final?

La idea de poner tantos ejemplos busca evitar la interpretación de que estamos frente a un defecto de Tabárez, o de algunos políticos, o de algunas personas específicas que adolecen una falla en su personalidad. No. El problema de asumir el final nos atraviesa. Seamos quienes seamos y hagamos lo que hagamos. Hay dos hipótesis para explicar esta dificultad humana con el final. La primera es histórica y tiene que ver con el auge de la productividad y la actividad que arrancó con la Revolución Industrial. Desde entonces, hay un imperativo que caló hondo: ser activo-productivo es la mejor forma de estar vivo.

Ese imperativo es el que explica que muchas personas consideren un sinsentido angustiante dejar de trabajar, de ir a la empresa, al complejo celeste, a la casa del partido, a la universidad... dejar de hacerlo, lo ven como un fracaso vital. Dedicarse al ser, en vez de al hacer, lo ven como algo improductivo, estéril, deprimente.

La segunda hipótesis es nuestra dificultad con la muerte. Si bien siempre ha sido un tema complejo para la humanidad asumir su mortalidad, el contexto actual plantea el desafío mayor, y es que logramos ocultarla, y eso aparejó una creciente negación. Hace 70 años el niño iba a ver morir a su abuelo en la casa; iba a presenciar que en el gallinero mataban al bicho ahí mismo; iba a estar más en contacto con los procesos de vida y muerte de la naturaleza. Hoy ese proceso está más velado, es menos directo, y ello nos dificulta la ya dificultosa tarea de habérnosla con la muerte.

En la intersección del miedo a la muerte y el afán de productividad, se encuentra la negación de la vejez, que es como una mezcla de las dos cosas. No solo no queremos morir, tampoco queremos ser viejos. Así se vuelve difícil preparar cualquier final. Nos colocamos en la negación del paso del tiempo y olvidamos que, antes del final de la muerte, hay una cantidad de finales de los que podemos aprender si asumimos nuestra temporalidad. De hecho, la humanidad está llena de ritos para procesar los finales: desde los viajes de graduación que ponen fin a la etapa liceal, a las fiestas de 15 o los Bar Mitzvah para ritualizar el fin de la niñez o las ceremonias de graduación para simbolizar el fin de los estudios, o el rito de casarse para poner fin a la soltería. Los rituales ayudan a procesar los finales.

El asunto de los rituales nos lleva del problema personal a la dimensión social. Porque la dificultad del final no solo nos atraviesa en tanto personas, sino también a las instituciones y organizaciones. También a estas les cuesta asumir que hay finales, cierres de etapas, necesidad de diseños institucionales que aseguren procesos de duelo y regeneración. Aplicado a la política, está el clásico ejemplo de Estados Unidos y su cambio de la constitución en 1951 para evitar la elección presidencial por más de dos períodos (Roosevelt había ganado cuatro veces consecutivas). Ese cambio supuso unas reglas públicas que ayudaban a los políticos a asumir el final. Aunque Obama quiera, no puede volver. En otras palabras, a veces el diseño institucional promueve que procesemos ese final que personalmente parece tan difícil. Y ese diseño se conecta con los rituales que nos damos como sociedad, y que nos ayudan a cerrar etapas.

Este año, por ejemplo, será el final de Angela Merkel. Ya lo sabe, ya lo dijo, ya se prepara la transición luego de 16 años al mando. A mediados de año le consultaron sobre su retiro y dijo tres cosas: primero confesó que le va a costar acostumbrarse a que otros hagan la tarea. Después dijo que, una vez que se acostumbre a la nueva etapa, cree que va a disfrutarla. Por último, declaró: “Trataré tal vez de leer, y se me cerrarán los ojos, porque estoy cansada. Entonces trataré de dormir un poco, y luego veremos dónde aparezco”.

Hay sabiduría en toda la declaración: reconocer que es difícil, confiar que será mejor, dejarse llevar por el tiempo. En otras palabras: aceptar el final. Es una pena que el ciclo Tabárez termine sin terminar, que sea por la coyuntura de una eliminatoria, que no se haya podido preparar el final al margen de lo que diga la agenda inmediata.