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    Abrir los ojos

    Nº 2182 - 14 al 20 de Julio de 2022

    Los resultados económicos del modelo brasileño de hoy —muy exitosos, sobre todo si comparamos con el resto de América Latina— debería por lo menos invitar a los gobiernos de la región a observar el caso. Con bases principistas claras de lo que se necesita para dinamizar y devolver el crecimiento a su país, el equipo económico empieza a ver la devolución positiva de sus esfuerzos.

    Hemos abordado recientemente algunos de los números que son buenas noticias para Brasil, pero reiteramos el concepto porque la mirada de los políticos y observadores de la región y los nuestro preferirían no darse por enterados. Es que las políticas elegidas por el gobierno de Jair Bolsonaro van radicalmente en contra de la cultura generalizada con intervención permanente del Estado, tanto que ideológicamente justifica el déficit, y con ello deuda, y la sobrecarga fiscal en el aparato productivo —siempre privado—, que destruye las posibilidades de un crecimiento sostenido.

    Un dato clave de cuál es la postura de la administración brasileña es el énfasis en el superávit fiscal de los últimos nueve meses —con algunos récords— para lo que tuvo que trabajar duramente preparando el camino. Aprovechó de un buen apoyo ciudadano en sus primeros años de gobierno para hacer las reformas necesarias, como la del sistema jubilatorio y alguna privatización, y luego recurrió al ajuste de gastos y al ahorro. Por supuesto, acompañado de una mejora en las recaudaciones sin crear una mayor presión fiscal que la necesaria. Un poco como el cocinero que apronta todos los ingredientes antes de comenzar con el proceso de cocción específico, como para lograr el punto justo.

    Las fuertes reservas de Brasil hoy le dan una independencia de manejo antes sus pares y acreedores que lo sitúan como una potencia a tener en cuenta. Ya vimos que la prensa internacional en general, más la de nuestra región y de Europa prefieren hablar de lo controversial de su presidente —que lo es en muchos aspectos—, pasando por alto los resultados que hacen una gran diferencia para Brasil y su gente.

    Por estos días circuló en las redes sociales un comparativo de la participación por países en el PBI sudamericano desde 1960 a la fecha. Allí se observa cómo prevalece Brasil, con una contribución de 50,4%. No era así en los años 60, cuando Argentina era la economía con mayor participación (37,9%), mientras Brasil representaba el 26,4% y Venezuela 12,1%. Hoy Argentina contribuye con 15,5% del Producto regional y Venezuela con solo 1,3%. Un dato más de una realidad que muchos no parecen entender.

    En esas comparaciones la situación estacionada de Uruguay, si bien no es una sorpresa —conociéndonos—, no pinta una realidad de la que veamos una salida. En los años 60 nuestra participación era del 1,9% en el PBI sudamericano y ahora es del 1,8%. Lucen más como datos de una lenta agonía, que en estos meses parece ratificarse ante un sistema político que no consigue mirar a los que los americanos llaman el big picture, una visión amplia del futuro.

    Nuestra preocupación hoy es que miremos con atención las políticas que arrojan los resultados necesarios. El caso de Brasil nos muestra, en este momento, por una diversidad de factores que se han dado, que en los hechos lo que funciona en el mundo actual es el entendimiento del capitalismo liberal y la convicción para llevarlo adelante; eso arroja resultados palpables. La pobreza y el desempleo siguen siendo la epidemia que enfrentamos, pero conseguir un crecimiento económico sostenido abre puertas. Los hechos esta vez están a la vista, quizás sea una buena oportunidad para abrir los ojos a un funcionamiento que se traduce en realidades comprobables y no en las fantasías de sistemas que fracasan una y otra vez.