Nº 2136 - 19 al 25 de Agosto de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acápor Antonio Pippo
Soy afortunado. Hay lectores que, minuciosos y con respeto, suelen enviarme mensajes acerca de estas columnas a través de las redes sociales.
Uno de ellos hizo hincapié en lo que estima un desacierto de mi parte, al cerrar una columna de semanas atrás, donde califiqué de “debatible” el argumento de incluir el tango Al pie de la Santa Cruz entre los llamados “de protesta”, por las consecuencias de la crisis que desató el quiebre de Wall Street en 1929 y que se hizo planetaria al año siguiente. Yo solo señalé fuera de toda duda los casos de Al mundo le falta un tornillo, de Cadícamo y Cambalache, de Discépolo.
Pero el atento lector —que pellizcó mi responsabilidad quizás adormilada y me hizo revolver papeles de modo casi frenético— tiene razón.
La música de Al pie de la Santa Cruz, compuesto en 1933 nada menos que a instancias de Gardel, es de Enrique Delfino, mientras que la letra, en la que colaboró el cantor, corresponde a Mario Battistella, un inmigrante italiano radicado en Buenos Aires a cuya pluma corresponden también Pura pinta y Bronca, este, otro tema de protesta. El único poeta que ayudó a Alfredo Lepera fue en los versos de Melodía de arrabal, primer tango compuesto para películas filmadas por Gardel en París y Nueva York.
Los hechos, debidamente revisados, son indiscutibles.
En 1902, el Congreso argentino sancionó la Ley de Residencia —llamada despectivamente “ley patronal” por los trabajadores—, que permitió durante medio siglo, ya que fue derogada recién en 1958 durante el gobierno de Arturo Frondizi, la deportación o prisión de extranjeros sin juicio previo. Hay que decir que impuso diversos criterios para ello, dirigidos fundamentalmente contra movimientos obreros anarquistas y socialistas. También hubo un detalle curioso: entre el primero y el segundo período de Perón, de 1948 a 1952, solo se aplicó a almaceneros españoles que resistían las campañas supuestamente dirigidas contra la especulación y el agio.
Battistella aclaró que su letra no se refiere a los obreros engrillados que eran trasladados al penal de Ushuaia, sino a quienes se devolvía a sus países en la embarcación La Santa Cruz; la historia relatada habría ocurrido durante la llamada “Semana trágica” de 1915, una sucesión de rebeliones y muertes de huelguistas.
—Declaran la huelga… / hay hambre en las casas, / es mucho el trabajo / y poco el jornal; / y en ese entrevero de lucha sangrienta / se venga de un hombre la Ley Patronal (…). Mientras tanto, / al pie de la Santa Cruz, / una anciana desolada / llorando implora a Jesús (…). Los pies engrillados, / cruzó la planchada. / La esposa lo mira, / quisiera gritar…
El tango refleja el deterioro económico y social sufrido a partir del quiebre financiero de 1929 y la devastadora crisis desatada un año más tarde.
Luego de su estreno ocurrieron encarcelamientos masivos por orden del dictador Uriburu, que agravaron la miseria, marginalidad y desesperación entre la empobrecida población.
Al pie de la Santa Cruz fue grabado por Gardel, con las guitarras de Vivas, Riverol, Barbieri y Pettorossi, en setiembre de 1933, y un mes más tarde lo llevó al disco Alberto Gómez. Destaca, como otra curiosidad, la versión que hizo de esta obra Guillermo Fernández en 2013.
El tango de Battistella y Delfino fue censurado entre 1943 —régimen dictatorial del general Ramírez— y 1949 —a fines del primer período peronista— cuando una gestión de dirigentes de Sadaic, la gremial de autores del vecino país, convenció al presidente de la injusticia que se estaba perpetrando y que, por decreto presidencial, fue derogada de inmediato. Claro que más tarde, cuando estalló la Revolución libertadora que derrocó a Perón, la censura reapareció.
En medio de tantos zarandeos, en 1946, Alfredo de Ángelis, con la voz de Carlos Dante, grabó una versión redactada por algún ignoto alcahuete del presidente:
—Estaban de fiesta, / corría la caña / y en medio de un baile / la gresca se armó; / y en ese entrevero / de mozos compadres / un naipe marcado / su audacia pagó…
Obvio, pasó al olvido rápidamente y fue un fracaso comercial absoluto. Cuando otros tangueros reprocharon a De Ángelis que —al decir de entonces— se hubiera “bajado los pantalones” de esa grosera manera, el pianista, arrepentido y con torpeza, respondió:
—¿Y qué quieren? Me pedían ese tango… Y si no aceptaba la censura me metían en cana…