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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa muerte de Alejandro Atchugarry y la reacción de los uruguayos, en boca de sus representantes, figuras públicas y relevantes de todos los sectores de la sociedad, nos deja una sensación incómoda. En la alabanza incuestionable de su grandeza, de la que todos somos deudores, reconocemos, implícitamente, la ausencia de ella y el desamparo en que nos encontramos en ese sentido.
Hay demasiados ejemplos que nos indican que la sociedad uruguaya está a la deriva; algo nos está faltando para que los valores cuajen sin fisuras en los servidores públicos y en las figuras destacadas de todos los sectores. Es por eso que Alejandro Atchugarry nos deslumbra. Admiramos al hombre íntegro en todos los órdenes, con un marcado desinterés por el poder y los honores, dando siempre lo mejor de sí al país y a su partido. Y sobre todo por su actuación descollante en el año 2002, donde puso toda su capacidad y esfuerzo para resolver la crisis financiera más importante de la historia del país, sin medir consecuencias y sin pedir nada a cambio. Buscó empecinadamente hasta encontrar la salida, urdiendo trabajosamente los intereses y aspiraciones del espectro político y de las organizaciones sociales, cumpliendo con la ley y las obligaciones, y generando el menor daño posible para los uruguayos.
Hoy hablamos de él con renovado entusiasmo republicano, pero con la muerte como telón de fondo; no tuvimos el coraje para reconocerlo de la misma manera en vida y mucho menos para tomarlo como ejemplo, para que el servicio público sea, como dijo don José Gervasio Artigas: “Cuando se trata de salvar los intereses públicos, se sacrifican los particulares”.
Eduardo Dieste