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Si antes de la exhibición de esta película alguien le comenta al potencial espectador todo lo que sucede en la pantalla en poco más de dos horas, con el agregado de que todo eso que sucede, todo, de principio a fin, es registrado con pericia en tiempo real y por medio de un único plano, pero un plano secuencia de verdad, es decir, sin trucos ni efectos digitales que maquillen los cortes, posiblemente desconfíe, no crea que algo así pueda hacerse. Y, mucho menos, hacerse muy bien. Hay que ver para creer. Porque Victoria lo hace. Magníficamente bien. Tan bien que a medida que el filme avanza uno se olvida del truco. Lo que importa son los personajes, lo que sucede, el ritmo y la tensión que se sacan chispas dentro de este relato que incluye una deriva nocturna por Berlín, una incipiente historia de amor, un acto criminal fuera de cuadro, una cacería policial y hasta un breve, íntimo y emotivo concierto para piano.
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Aquí hay un gran equipo. El camarógrafo noruego Sturla Brandth Grøvlen, ganador del Oso de Plata en Berlín, sigue a los protagonistas por las calles, cuando caminan o ríen en una bici, se mete con ellos en autos, ascensores, sube a la azotea, no se detiene hasta que la historia necesita que lo haga. No sorprende entonces que sea su nombre el primero en aparecer en los créditos finales. Luego, los demás: la impresionante y encantadora Laia Costa, actriz española que interpreta al personaje del título, que está todo el tiempo en pantalla, desde el minuto cero hasta el 140. Y Frederick Lau, que da vida a ese galán impresentable que es Sonne, el más avispado de esa banda de borrachines amistosos que ríen como se ríen las personas afectadas por serios problemas emocionales o por alguna forma de deficiencia cognitiva. Detrás de todo esto: Sebastian Schipper, el hombre que orquestó una asombrosa y efectiva narración que se despliega dentro del barrio berlinés de Kreuzberg, donde una noche supuestamente divertida se transforma en una desesperante y sangrienta pesadilla que les cambiará la vida a todos los involucrados. Además de coguionista y director, Schipper también es actor, y trabajó en el último golazo de Alemania, Corre, Lola, corre, que en su momento también resultó ser una bomba por su riesgo y creatividad.
Ya el comienzo, en el boliche subterráneo, con el parpadeo de las luces y la presencia frenética de la música conformando un intenso cóctel electrónico, el filme sumerge al espectador en un entorno inquietante, con estallidos de euforia y vértigo, con instantes de calma e incertidumbre. Allí está Victoria, que baila con entusiasmo, sola, que busca compañía, con quien hablar, tomar algo, lo que sea que la saque de esa peculiar sensación de soledad y despiste que produce estar entre tanta gente. No es casual entonces que conecte de ese modo con esos cuatro muchachos insufribles que se cruzan en su camino. Con ustedes: Sonne (como “Sun”, dice él), Boxer, un pelado de gestos entre perversos e infantiles, Fuß, supuestamente cumpliendo años y dado vuelta por el alcohol, y Blinker, que intenta ser canchero pero no le alcanza. Ellos insisten, esforzándose con el inglés, que son berlineses auténticos, que le van a mostrar la verdadera Berlín, no la que ven los turistas, la gente de paso. Las conversaciones y las situaciones que se generan entre esta española y sus nuevos amigos de una noche no tienen nada que no forme parte del catálogo de usos y costumbres de una salida nocturna regada con un poco de alcohol y otras sustancias entre personas que acaban de conocerse. Hay una capa extra, presente como un latido: la perturbadora sensación de que en cualquier momento algo malo puede pasar. Una discusión en la calle, la patrulla policial que pasa cerca más de una vez, el inocente robo de un par de bebidas y algo para picar pueden encender una mecha. Victoria es adorable, gracias a esa notable actriz que es Costa, su sonrisa es el único efecto especial de la película. Y ella, como el resto, exhibe una fascinante naturalidad. Como el resto, pasará por un arco iris de registros emocionales. Y sí, hay que decirlo de nuevo: todo sin cortes. Sí, también es verdad que algunas acumulaciones, ciertos efectos pueden atentar contra la verosimilitud de este ajetreado, intenso y vertiginoso viaje. Es curioso que una chica que trabaja en una cafetería en Berlín no hable una palabra de alemán y no conozca a nadie. Y es cierto que resulta un poco difícil de creer que una chica como ella se enganche de este modo con unos personajes tan impresentables como ellos. Especialmente, que haga todo lo que hace a partir de la segunda mitad. Pero hay elementos en la historia de esta chica que pueden dar pistas. Como le ocurre a Victoria, el espectador se vuelve cómplice de los personajes, quiere verlos zafar del embrollo en el que se van metiendo, aunque, quizás en alguna parte, en el sótano de su conciencia, sabe que esto no va a terminar bien.
Victoria. Alemania, 2015. Guion: Olivia Neergaard-Holm, Sebastian Schipper y Eike Frederik Schulz. Dirección: Sebastian Schipper. Con Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski, Max Mauff, Burak Yigit. Duración: 140 minutos.