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    Almagro, Dominicana y Haití

    Sr. Director:

    Cuando el gobierno del presidente José Mujica Cordano promovió la candidatura del Dr. Luis Almagro para ocupar la Secretaría General de la OEA se publicó en Búsqueda una carta de mi autoría en la que destaqué la brillante trayectoria que le correspondió al compatriota que ocupó, años ha, ese mismo cargo. Me estoy refiriendo al Dr. José Antonio Mora Otero, que se desempeñó como secretario general de la OEA desde el año 1956 hasta el año 1968.

    En ese período, entre otros logros, destaqué el formidable esfuerzo que proyectó para que la República Dominicana, desangrada en una cruenta guerra civil que tuvo lugar en 1965, se encauzara institucionalmente por la senda democrática, incluso recurriendo a especialistas en temas de carácter electoral entre los que cabe mencionar a nuestros compatriotas, el eximio profesor de Derecho Constitucional, Dr. Justino Jiménez de Aréchaga, y al Dr. Juan Pedro Zeballos que, luego de haberse desempeñado como Decano de nuestra Facultad de Derecho, fungió como presidente de nuestra Corte Electoral y cumplió, bajo las directivas de Mora Otero, un importante rol en la regulación del sistema electoral dominicano.

    Encontrándose esa candidatura en trámite, entendí que no era del caso poner en evidencia los errores que había cometido el Dr. Almagro en su gestión como canciller de la República, pero sin embargo expresé textualmente: “no voy a comparar al Dr. Mora Otero con nuestro actual candidato a desempeñar el cargo en la OEA que él desempeñó durante 12 años con tanto brillo y eficacia. Las comparaciones siempre son odiosas y, en este caso, me parece que podrían ser particularmente odiosas”. El corto lapso transcurrido desde que el nuevo secretario general de la OEA asumió esa importante responsabilidad está confirmando mi aserto de que comparar a este señor con Mora Otero es particularmente odioso.

    Y lo es porque incurriendo en un desconocimiento supino de la historia de la República Dominicana y de sus aspectos geopolíticos, ha manifestado que esta nación y Haítí son “un solo país”, lo que ha provocado un enérgico repudio del gobierno de Santo Domingo cuyo canciller afirmó que Almagro muestra “una ignorancia de la geopolítica”. Tuve el honor de desempeñarme como embajador del Uruguay ante los gobiernos de la República Dominicana y de Haití y también cumplí funciones como Representante Permanente ante la OEA. Durante mis respectivas gestiones, consideré un deber estudiar todo lo relativo a la génesis de los dos países que ocupan la isla denominada por los descubridores “La Española”, así como los aspectos que han generado serios conflictos entre los mismos.

    La independencia de la República Dominicana liderada por Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella, se produjo el 27 de febrero de 1844, cuando el sector hispano parlante de la isla, es decir, la actual República Dominicana, pudo derrotar a las fuerzas haitianas que ocupaban su territorio. A lo largo del tiempo fueron numerosos los incidentes generados entre ambos países, principalmente por razones fronterizas y por el ingreso clandestino y masivo de haitianos al territorio dominicano. En 1937, el dictador que gobernaba la República Dominicana, me refiero al general Rafael Leónidas Trujillo, luego de advertirles a los miles de haitianos que habían ingresado clandestinamente, en procura de trabajo, al territorio de Santo Domingo, que se retiraran a su propio país, ordenó asesinar a aquellos que no habían obedecido la orden del tirano y conforme a esa directiva el ejército dominicano ejecutó a más de veinte mil personas. Por ese crimen horrendo, luego, el tirano pagó una indemnización de 525.000 dólares. Y es que la miseria y a veces el hambre obliga a muchos haitianos a trasladarse de cualquier manera a la República Dominicana, donde se ofrecen para los trabajos más duros y peor remunerados como el picado de la caña de azúcar.

    La razón de lo que acontece en la isla La Española refiere a que Haití tiene un territorio de sólo 27.750 kilómetros cuadrados, de tierras, en su mayor parte, empobrecidas por la deforestación y la sobre explotación, con una población de diez millones de habitantes aproximadamente y un PIB per cápita de U$S 772. A título ilustrativo, los idiomas oficiales son el francés y el creole, con la particularidad de que gran parte de su población no entiende el francés y se comunica sólo en creole. En tanto, la República Dominicana, con un territorio de 48.311 kilómetros cuadrados, tiene una población prácticamente igual a la de Haítí y un per cápita de casi U$S 10.000. Pero ello no significa que en la República Dominicana abunde el trabajo. Por el contrario, y eso hace que la inmigración haitiana se constituya en un factor de fricción constante porque se trata de personas que vienen a competir con los dominicanos, en un mercado laboral poco receptivo.

    En ese escenario, lo manifestado por el secretario general de la OEA no sólo constituye un craso error causado por no haber estudiado debidamente la temática que estaba considerando y desconocer la historia y los factores geopolíticos que han generado y siguen generando conflictos entre ambos países sino que, en lugar de promover un ambiente de diálogo y negociación entre los gobiernos de los Estados asentados sobre la isla La Española, lo que ha hecho es incentivar la confrontación y las fricciones entre los mismos.

    Parece elemental que el secretario general de la OEA debe proceder con humildad, cautela y conocimiento cabal de los hechos que va a encarar desde su alta jerarquía como funcionario internacional. Actuar de otro modo, haciendo caso omiso a los conflictos y confrontaciones que dos Estados han mantenido por más de dos centurias y ponerse a pontificar sobre lo que los mismos tienen que hacer, resulta arrogante por lo que, en este caso, sería aplicable el viejo aforismo que expresa que “no hay peor arrogancia que aquella que emana de la ignorancia”.

    Dr. Edison González Lapeyre

    CI 662.864-2