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    Apertura

    Columnista de Búsqueda

    N° 2007 - 07 al 13 de Febrero de 2019

    , regenerado3

    El dilatado efecto de la lucha por la igualdad ante la ley, que es una de las grandes conquistas de los últimos tres siglos, sufrió un giro funesto cuando se quiso llevar el concepto al campo de la economía y con ello, por simple derivación, a desconocer las bases naturales de la santa diferencia de las personas. La igualdad de acceso a las leyes y las garantías del Estado de derecho, en su aparición, representaron triunfos de la libertad. Con el tiempo el vicio fatal de lo político llevó a minar aquel valor y ese instrumento y terminó utilizándolo para menoscabar precisamente la libertad, esto es, el bien que había propiciado su consecución. Así, por efecto de la desviación colectivista, igualdad quedó en oposición a libertad, siendo que la última fue causa y sentido de la primera, pues ¿de qué sirve tener igualdad de acceso a normas que nos esclavizan?

    En su libro Los fundamentos de la libertad (Unión Editorial, 2008) Friedrich Hayek presenta la confusión que se dio en el proceso, y que todavía no ha sido discernida satisfactoriamente, según observa: “El gran objetivo de la lucha por la libertad ha sido conseguir la implantación de la igualdad de todos los seres humanos ante la ley. Esta igualdad ante las normas legales que la coacción estatal hace respetar puede completarse con una similar igualdad de las reglas que los hombres acatan voluntariamente en sus relaciones con sus semejantes. La extensión del principio de igualdad a las reglas de conducta social y moral es la principal expresión de lo que comúnmente denominamos espíritu democrático, y, probablemente, este espíritu es lo que hace más inofensivas las desigualdades que ineludiblemente provoca la libertad. La igualdad de los preceptos legales generales y de las normas de conducta social es la única clase de igualdad que conduce a la libertad y que cabe implantar sin destruir la propia libertad. La libertad no solamente nada tiene que ver con cualquier clase de igualdad, sino que incluso produce desigualdades en muchos respectos. Se trata de un resultado necesario que forma parte de la justificación de la libertad individual. Si el resultado de la libertad individual no demostrase que ciertas formas de vivir tienen más éxito que otras, muchas de las razones en favor de tal libertad se desvanecerían. (...) Está en la esencia de la demanda de igualdad ante la ley que la gente debe ser tratada por igual a pesar del hecho de ser diferentes”.

    Sostener esta desigualdad está en la raíz de la tolerancia y de la eficacia social. Las personas tienen sueños diferentes y ambiciones cambiantes, tienen valores y talentos diversos, capacidades y debilidades distintas, esperanzas y temores propios, ritmos singulares para apropiarse del sentido de la existencia y para relacionarse con el mundo; cada ser es creativo a su modo, cualquiera sea su condición en esta tierra. La variedad infinita de los seres humanos es inabarcable por la imaginación y por lo tanto no debería ser reducida por una legislación intrusiva que pretenda promediar a su antojo y arbitrio los índices de felicidad, de alegría, de complacencia y paz que corresponden a los individuos.

    En tal sentido plantea Van Hayek que “de la circunstancia de ser en realidad los hombres muy diferentes se deduce, ciertamente, que si los tratamos igualmente, el resultado será la desigualdad en sus posiciones efectivas, y que la única manera de situarlos en una posición igual es tratarlos de distinta forma. Por lo tanto, la igualdad ante la ley y la igualdad material no solamente son diferentes, sino contrapuestas, pudiendo obtenerse una de las dos, pero no las dos al mismo tiempo. La igualdad ante la ley, que la libertad requiere, conduce a la desigualdad material. Con arreglo a tal criterio, si bien el Estado ha de tratar a todos igualmente, no debe emplearse la coacción en una sociedad libre con vistas a igualar más la condición de los gobernados. El Estado debe utilizar la coacción para otros fines. Nosotros no rechazamos la igualdad como tal; afirmamos tan solo que la pretensión de igualdad es el credo profesado por la mayoría de aquellos que desean imponer sobre la sociedad un preconcebido patrón de distribución. Nuestra objeción se alza contra todos los intentos de imprimir en la sociedad un patrón de distribución deliberadamente escogido, sea en un orden de igualdad o de desigualdad”.

    El vocablo que corresponde a lo que dice el filósofo es apertura. Lo dice todo.