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    Aquellos viejos tiempos

    Nº 2187 - 18 al 24 de Agosto de 2022

    Con el perdón de nuestros habituales lectores, en especial los más jóvenes, en  esta columna nos apartaremos circunstancialmente de la actual realidad de nuestro fútbol, para ocuparnos de algo que ocurrió hace mucho tiempo: para ubicarnos mejor… ¡hace más de seis décadas! Es inevitable que quienes ya estamos cursando el postrero tramo de nuestras vidas —si la ocasión lo hace propicio— traigamos al presente algún recuerdo pretérito; más aún, si este tiene relación con algún acontecimiento futbolístico de actualidad.

    Como es sabido, el próximo domingo en el Estadio Centenario, se disputará la final de la primera edición de la Copa Intercontinental Sub-20, que enfrentará a nuestro Peñarol (Campeón de la Copa Libertadores Sub-20 de este año) y el Benfica de Portugal (actual Campeón de la Youth Champions Leage de Europa.) Los dos torneos vienen disputándose desde hace tiempo en ambos continentes, pero recién en esta oportunidad (producto de una feliz y audaz iniciativa del actual presidente aurinegro, Ignacio Ruglio, con el respaldo de la Conmebol) la FIFA decidió oficializar un evento de estas características, equiparándolo a la ya añeja competencia entre América y Europa, aunque a nivel de mayores.

    Como es sabido, los juveniles aurinegros obtuvieron este torneo por primera vez el pasado mes de febrero, derrotando en la final —por penales, tras un empate en un gol— a Independiente del Valle, el por entonces campeón. Cabe decir que esta competencia se disputa recién desde el año 2011 y ha tenido seis campeones, entre ellos Nacional, que —como bien se recordará— ganó la edición de 2018, justamente también en una final ante Independiente del Valle, disputada en nuestro Estadio Centenario (integraban aquel equipo, entre otros juveniles, Trezza, Ocampo, Laborda, Trasante y Lozano).

    La razón del recuerdo aludido al comienzo de esta nota tiene que ver con la muy peculiar circunstancia de que el rival de Peñarol en la primera edición de esta justa ecuménica juvenil (el Benfica de Portugal) fue, precisamente, el mismo contra el que definiera la segunda edición de la Copa Intercontinental a nivel de mayores, en el ya muy lejano año 1961. Oportunidad esta que le permitió al aurinegro ser el primer equipo sudamericano en obtener ese título, que se le había negado el año anterior, al caer sin levante en las finales, ante el ya por entonces linajudo Real Madrid. Cabe recordar que Peñarol había llegado a esta nueva instancia definitoria tras ganar las dos primeras ediciones de la Copa Libertadores, en tanto Benfica —un equipo sin mayores antecedentes— venía de destronar precisamente al equipo “merengue”, amplísimo dominador de las copas de clubes campeones del viejo continente.

    Tras aquella dura frustración del año anterior, la dirigencia aurinegra optó por reforzar el equipo, incorporando al zaguero paraguayo Juan Vicente Lezcano (que venía del Olimpia de Paraguay), a Edgardo González (un lateral, que antes jugaba como mediocampista), al experiente José Sasía y al peruano Juan Joya, ambos para desempeñarse en la ofensiva. Estos cuatro futbolistas se sumaron a un plantel rico en jugadores de jerarquía y experiencia, como Luis Maidana, William Martínez, Néstor Goncálvez, Roberto Matosas, Luis Cubilla  y el fabuloso Alberto Spencer, entre otros.

    En esa segunda edición de la Copa Libertadores —en la que defendía el título obtenido en la inicial— Peñarol fue dejando por el camino primero a Universitario de Lima, y luego al Olimpia de Paraguay, al que derrotó 2 a 1 en Montevideo, y por el mismo tanteador en Asunción, en un cotejo disputado en un particular clima de violencia (calificado por la prensa de entonces como la “guerra de las naranjas”, los proyectiles menos lesivos que los belicosos hinchas guaraníes arrojaron a la cancha). Las finales fueron luego ante el Palmeiras, que contaba en sus filas con varios campeones del mundo con la casaca verde amarelha. El aurinegro ganó el primer partido en Montevideo, agónicamente por 1 gol a 0, tras una pelota que Cubilla le robó al famoso Djalma Santos, en la salida de su última zona, y que luego Spencer mandó a la red tras una carrera fulminante. En la revancha en Pacaembú, Peñarol arrancó ganando con una furibunda bolea de Sasía que rompió la red del arco rival, y aunque el local igualó el tanteador en el promedio del segundo tiempo, el aurinegro pudo mantener hasta el final —y en un ambiente muy hostil— ese empate que lo consagraba como el mejor de América, por segunda vez consecutiva.

    Tras esa coronación, la dirigencia aurinegra se puso en inmediato contacto con la del Benfica (campeón de Europa) y logró coordinar las fechas de las finales por la Copa Intercontinental, para tres meses después. Al aurinegro le tocó jugar primero como visitante, y el 4 de setiembre cayó ante el equipo portugués con un solitario gol del volante Coluna, en un partido relativamente equilibrado. Se esperaba pues, con un moderado optimismo, la revancha en Montevideo. Esta se disputó dos semanas después, ante un Centenario repleto de hinchas aurinegros. Recuerdo haber presenciado con mi padre, desde la Tribuna Ámsterdam, una de las mejores actuaciones de un equipo uruguayo en mi muy extensa trayectoria en el fútbol, y no extrañó que la victoria llegara con una rotunda goleada por 5 goles a 0 (que fue la mayor que se registrara en la ulterior historia de las finales por Copas Intercontinentales). Sasía de penal abrió la cuenta, luego hubo dos goles de Joya y otros dos de Spencer, plasmando una categórica superioridad ante el campeón europeo.

    Con un partido ganado por cada equipo (no se tomaba en cuenta la diferencia de goles), debía disputarse un tercer partido definitorio. Lo lógico hubiera sido disputarlo en un país neutral, pero la dirigencia aurinegra se movió con suma inteligencia, proponiendo a sus pares portugueses jugarlo en el Centenario. El rival aceptó la propuesta, pero exigiendo que pudiera incluirse para esa oportunidad  a un futbolista africano, que no figuraba en la nómina original para la Copa. Pareció ser un detalle de poca monta y Peñarol lo aceptó sin ningún reparo. Lo que nadie sabía era que ese joven e ignoto debutante, nacido en Mozambique, era un tal Eusebio, quien, con el  paso del tiempo, se convertiría en una de las máximas estrellas del fútbol mundial. El desempate se jugó el siguiente martes por la noche, otra vez a Estadio lleno. Peñarol sacó ventaja  prematuramente, con un penal convertido por Sasía. Pero Benfica empató poco después —precisamente con un zapatazo de 30 metros de Eusebio— y en un trámite equilibrado (muy distinto al del partido anterior) Peñarol logró la victoria, tras otro penal, ejecutado nuevamente por Sasía, consiguiendo así su primera Copa Intercontinental.

    61 años más tarde, y otra vez en una justa mundial (aunque a nivel juvenil), el destino ha querido que Peñarol y Benfica estén nuevamente frente a frente. ¿Se repetirá acaso aquella historia?