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    Asalto de la trivialidad

    Columnista de Búsqueda

    N° 2035 - 29 de Agosto al 04 de Setiembre de 2019

    , regenerado3

    El existente (dasein) según Heidegger no solamente se relaciona con objetos, a los que denomina “útiles-a-la-mano”, sino que también reconoce la existencia de congéneres, hay otros dasein. Pero ese haber no es un registro estadístico ni una constatación empírica dentro de un determinado lugar, sino una situación radicalmente relacional: el dasein está con, esto es, la significatividad de su mundo es compartida; reconoce en otros una condición análoga en cuanto que está abierto a ellos; esta apertura le genera la posibilidad de comprenderlo. Ese es el ser-con (mitsein). Dice en la sección 26: “En virtud de este estar-en-el-mundo determinado por el “con”, el mundo es desde siempre el que yo comparto con los otros. El mundo del dasein es un mundo en común (mitwelt), es un coestar con los otros. El ser-en-sí intramundano de estos es la coexistencia (mitdasein)”. 

    Más adelante va a señalar que el dasein vive en comunidad porque el “mundo es un mundo común”, justamente el mundo en el que coestamos. Esta forma de estar adquiere muchas figuras, que van desde el principio de solicitud, de incumbencia (me interesa el otro, es un alguien con el que me relaciono desde mi afirmación), hasta la indiferencia y el abandono. El dasein no es un aislado, pero debe ratificarse en sus elecciones a riesgo de convertirse en un anónimo, de caer en las tenebrosas redes del impersonal “uno” que habitualmente utilizamos para diluirnos en la masa: se dice tal cosa acerca de algo, uno camina hacia alguna parte, se piensa que no es dable tal solución. Esos son los refugios del anonimato, de la perdición del dasein en la masa, en el terrible das man, modo inauténtico de la existencia.

    El dasein es cada vez mío o lo entrego a la rutina y a la banalidad y me dejo ir; tal la diferencia entre la existencia auténtica y la inauténtica. Para Heidegger el paradigma torcido de lo que él llama diariamente “ser-con” (“mit-sein”) es el lector de periódicos. Está sujeto a la dictadura del “on” (“das man”), es decir, de la impersonalidad e intercambiabilidad. Un periódico impone su visión del mundo a una comunidad de lectores que son todos idénticos, que no tienen más remedio que adherirse a él. Por lo tanto leer el periódico es una actividad despersonalizadora donde “cada uno es igual al otro”, donde todos son otros y nadie es uno mismo. En resumen, una actividad generadora de pasividad, algo que Marx llamó más claramente alineación. Explica que en el espacio público el individuo está perdido, él es solo una copia de otro que le impone su poder de homogeneización y extrañamiento de sí. El hecho de que “los otros son más bien aquellos de los cuales la mayoría de las veces uno no distingue” implica que dentro de la esfera pública el individuo es uno con la masa, abandona la esfera propia para sumergirse en eso, indiferenciado de los demás. En este descenso insensible a lo trivial desde una postura acrítica y acomodada, la singularidad se dispersa en el aire hasta desaparecer en el horizonte como una nube de polvo azotada por el viento y pronto olvidada.

    Ser público es el modo de impropiedad, donde el individuo no es él mismo, sino una sombra que apenas evoca la posibilidad siempre latente a la que con pasividad se renuncia. Heidegger condena el espacio público porque sofoca cualquier capacidad crítica del individuo, porque dicta un “estar en el medio”, proscribe cualquier excepción, derrite a todos los miembros de la comunidad en la misma masa sin forma glorificando la unanimidad. El ser público, en otras palabras, es el sueño del dasein envilecido por la molicie, el espacio protector y cómodo donde puede olvidarse de sí mismo, dejar de ser él mismo. El das man (uno) distrae al hombre de su destino, de la idea de preocupación por la propia muerte y por tanto de la conciencia de falta de sentido que tiene toda acción que desprecia este límite. El das man le ofrece a cambio de la vida real la ilusión de una vida indefinida de gozo y ausencia de preocupaciones, de realidades que les ocurren a otros como ocurren las nubes en el cielo; algo que no nos toca ni nos interpela.

    El das man le facilita al dasein opiniones, lo obliga a adoptar “posturas” sobre todo lo que presenta frente a sus ojos, lo exime de pensar y por lo tanto le quita nada menos que el poder de ser. Desde el momento que lo exime de decisiones radicales, lo libera para crucificarlo —como al Iván Ilich de Tolstoi— en la banalidad y en el olvido.