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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEntre ateos. A fines de la década del ‘60 yo era funcionario del The Foreign Trade Bank. E. Friss de Kereki era el contador general del banco, hasta que dejó su empleo. Tiempo después, esa institución fue adquirida por el Banco Real y yo asumí como contador general. Él era ateo; yo también. Le cedí mi libro “Historia de los Conflictos entre la Religión y la Ciencia”, de Juan Guillermo Draper. O sea, tuvimos algunas coincidencias. Ahora expongo algunas puntualizaciones y diferentes actitudes.
Leyendo sus intervenciones en Búsqueda he notado una militancia de su parte fustigando las religiones y sus clérigos. Noto cierta agresividad basada en una arrogancia intelectual que no comparto. Frente a él, todo creyente es un incrédulo, un ser inferior. Sin embargo, tanto él como yo somos seres del montón. Cuando ya no estemos en este planeta nos recordarán, por cierto tiempo, familiares, amigos, algún adversario; pero no habremos dejado nada realmente trascendente.
El Sr. Friss de Kereki predica su ateísmo y trata de convencer a muchos: así sentirá fortificados sus pensamientos. Si consigue que acepten sus ideas, apreciará que estará prevaleciendo su intelecto y sentirá compartida su problemática existencial.
Yo pienso que es una gran ventaja ser creyente. Ellos tienen por delante el Cielo, el Paraíso, el Nuevo Orden…¡la eternidad! Nosotros, los ateos, simplemente la nada. Creemos tener la verdad —nuestra verdad— pero sin esperanza alguna.
Los humanos somos los seres con mayor conciencia. Y muy conscientes de la muerte que ineluctablemente nos espera. Es demasiada pesada esa carga condenatoria. Difícil de sobrellevar sin “anestesias”. Por eso las religiones, en todos los tiempos, en todo lugar, son instituciones sostenidas por humanos. Por tanto, pasibles de críticas, de falencias.
Pero inmensas multitudes encuentran consuelos en las religiones. Allí dan respuestas a sus ansiedades existenciales. Cabe citar una frase de Miguel de Unamuno (de su ensayo Del Sentimiento Trágico de la Vida): “Si la conciencia no es, como ha dicho algún pensador inhumano, nada más que un relámpago entre dos eternidades de tinieblas, entonces no hay nada más execrable que la existencia”.
Yo no creo en ninguna vida de ultratumba. Me baso en la observación de la naturaleza, de los seres vivos. Se muestra que existe siempre la tendencia a perpetuar las especies, nunca a los seres individuales. Para la naturaleza sería lo mismo un humano que una hormiga. Observo también que todos los seres vivos procuran adaptarse al medio donde se encuentren. Y percibo que los humanos tienen, además de esa capacidad, la posibilidad de transformar lo que los circunda. De ahí su capacidad de raciocinio, de creatividad. Por eso su conciencia. Y de ahí la necesidad de un “contrapeso” por las angustias espirituales que le genera esa misma conciencia que le mortifica con la segura extinción de su individualidad.
Podemos ser creyentes o no. Pero en realidad cómo quisieran todos creer. ¡Cuántos ateos apelarían a Dios dentro del avión que va cayendo! Sin embargo algunos nos enfrentamos al destino de sucumbir sin el consuelo de divinidades. Carlos Vaz Ferreira —ese tremendo pensador uruguayo— nos ha hecho reflexionar y asumir un mandato ético insoslayable. Es lo del “super quijotismo”. Es el Quijote que valerosamente se enfrenta a fuerzas superiores, pero es un Quijote que no ve gigantes, no, ve lo que realmente son; molinos de viento. Es una lucha sin sentido y sin posibilidades de éxito. No importa; aun sabiendo de la inequívoca derrota, igual, con la gallardía de valientes, habremos de enfrentar a nuestros molinos de viento.
Y dejemos tranquilos a los creyentes y a quienes los lideran; van contra la “gigantesca” muerte y creen que vencerán.
Carlos Alberto Pascual Knaibl
C.I. 940.657-8