Nº 2222 - 27 de Abril al 3 de Mayo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáVisto hace pocos días en Instagram: una chica posa para la foto, está sentada sobre un riel, tiene la cabeza levantada y la vista perdida en el cielo, un aire distendido de disfrute, como si estuviera tomando sol en una playa. A su lado, otra mujer camina sobre las mismas vías, los brazos horizontales juegan a los equilibristas. Todo muy bonito y divertido, todo muy cool, si no fuera porque los rieles son los del tren que traía prisioneros a morir a Auschwitz, un campo de exterminio que, por cierto, llegó a tener el dudoso récord de 5.000 muertos por día.
Un hombre que solía colgar fotos de sí mismo en las redes, vestido con diferentes atuendos y ante diversos escenarios, tuvo la idea de hacer una sesión en ese mismo lugar. El complemento de moda elegido para la ocasión fue un bolso de Louis Vuitton, empresa que colaboró con los nazis durante la ocupación alemana de Francia.
Antes de eso, dos alumnos de un instituto de las afueras de París fueron expulsados por haber mantenido un comportamiento burlón durante una visita al mismo campo de concentración nazi. Los dos adolescentes se fotografiaron en actitud chistosa ante los bidones de Zyklon B con los que se gaseaba a los prisioneros.
No son las únicas fotos jocosas, tal vez no sean las últimas, y el fenómeno de la frivolidad en el memorial de 1 millón de víctimas ha llegado al extremo de que la administración del museo tuvo que publicar un tuit: “Cuando vengas de visita, recuerda que estás en el lugar donde mataron a más de 1 millón de personas. Hay mejores sitios para aprender cómo andar sobre una barra de equilibrios que el lugar que simboliza la deportación de miles de personas a su muerte”. Tampoco es la primera vez que los responsables del que fuera el mayor campo del Tercer Reich se quejan del comportamiento de los visitantes.
Hay más ejemplos, pero abundar sería llover sobre mojado.
El escritor Arturo Pérez-Reverte también puso la pica en Flandes, aunque de otra manera. Publicó un tuit en el que ironizó sobre la cantidad de libros cuyo título consiste en una profesión más el nombre del campo de concentración: “Iba a escribir una novela sobre Auschwitz, pero ya no quedan personajes libres: La bibliotecaria de Auschwitz, La bailarina de Auschwitz, El tatuador de Auschwitz, El farmacéutico de Auschwitz, La enfermera de Auschwitz, El mago de Auschwitz, El violinista de Auschwitz…”. La cuenta oficial de la red del pajarito del Memorial contestó al escritor: “La historia de Auschwitz es la historia de sufrimiento de 1,3 millones de personas. Su tuit parece desencadenar comentarios que tristemente se están convirtiendo en una burla irrespetuosa a la memoria de esas personas”. Él a su vez les respondió diciendo que sus tuits “se burlan de lo mucho que, por modas literarias comerciales, se manosea un asunto que debería tratarse con más rigor y respeto”.
Escribí más de una vez en este espacio sobre el tema del humor, y no tengo que explicar que sostengo una posición extremadamente laxa. Sin embargo, y en especial cuando me saltan fotos y videos, me resulta chocante, me hacen pensar qué sucedería si alguien fuera a hacerles burla a esas mismas personas en el entierro de su madre, por ejemplo. No estoy pretendiendo que mi sensibilidad sea un patrón para ser adoptado universalmente, me limito a describir un problema ético, personal, una reflexión mínima sobre las “excursiones divertidas” a Auschwitz. Surgen así las preguntas: ¿hemos ido demasiado lejos con los selfis?, ¿todo sirve con tal de subir una foto de nuestro viaje en las redes sociales?, ¿qué buscamos cuando publicamos una foto con una persona haciendo equilibrio en las vías del tren que trasladó a millones de personas a un centro de exterminio?, ¿es un comportamiento narcisista o ignorante?
El historiador romano Álvaro Lozano, en su libro El Holocausto y la cultura de masas, se pregunta cómo enfrentarse a la ignorancia de la historia. Revisa la representación generalizada del Holocausto y observa que el hecho entraña un horror imposible de representar. También indica los peligros que puede generar una holocaustomanía edificada sobre los mandatos de la industria cultural, editorial, cinematográfica o televisiva, una historia llena de lugares comunes para el consumo masivo de los turistas, donde las víctimas sufren un segundo exterminio a manos de la frivolidad.
Parecería que el Museo de Auschwitz, lejos de ser una experiencia que nos interpela como seres humanos, que nos hace reflexionar sobre lo más oscuro de nuestra civilización, se ha convertido para algunos en una experiencia turística o exhibicionista o hedonista, en un fondo para la foto, y que tanto da que sea el trencito de Disneyword como las vías que llevaban prisioneros a un centro de exterminio nazi. ¿Está mal que se imponga la introspección o al menos un silencio respetuoso en un lugar que recuerda el horror? No debería resultar tan difícil. Interín, las organizaciones judías alertan sobre el riesgo de la “banalización del Holocausto” y del aumento global de incidentes contra judíos. Por ejemplo, el mural de los personajes de Los Simpson como prisioneros de Auschwitz del artista pop aleXsandro Palombo fue objeto de actos de vandalismo.
¿Hay un hilo de Ariadna entre unos y otros incidentes? Yo, por ahora, elijo pensar que no es más que frivolidad. Pero no descarto nada nada. Porque como dijo Marian Turski, periodista polaco y presidente del Instituto de Historia Judía de Varsovia, Auschwitz no cayó del cielo.