Banderas de la pandemia

Banderas de la pandemia

escribe Fernando Santullo

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Nº 2118 - 15 al 21 de Abril de 2021

Pasa muchas veces en las redes: un comentario pequeño sobre una cosa pequeña puede terminar despertando monumentales iras y rayos colectivos. A veces, además de para recibir rayos y virulencias habituales, esos comentarios acotados sirven como disparador de alguna reflexión un poco mas amplia. Justo sobre uno de esos casos en donde se pasa de lo micro a lo macro a través de la turbulencia habitual de las redes es que quiero escribir hoy.

Hace un par de días comentaba en las redes lo difícil que resulta intentar escribir sobre la complejidad de la actual situación de pandemia ¿Por qué difícil? Porque cualquier intento de avanzar en esa dirección, la de la complejidad, es percibido por mucha gente como una traición hacia alguno de los “bandos” que se supone existen frente a este problema. Por supuesto, mucha otra gente no ve los intentos de hilar fino como un problema y esos, por suerte, siguen siendo mayoría. Por ahora.

Como señalaba en ese intercambio, no creo en la tontería o la maldad de las multitudes. Por eso me niego a creer que la explicación de esa negativa a profundizar en los problemas que nos rodean desde hace más de un año, se deba a que estamos rodeados de tontos o de malvados. Creo mas bien que la dificultad para encarar lo complejo y delicado del instante, se debe a que llevamos más de un año sometidos a tensiones inéditas para todos nosotros. Envueltos en situaciones que giran sobre un eje claramente biológico justamente en tiempos en que, alegre e ingenuamente, veníamos festejando la desaparición de todo vínculo condicionante con la biología. Más de un año sometidos al desgaste que la pandemia implica en mil aspectos de nuestras vidas. Todo eso ha logrado que nos sintamos asustados, agobiados y, finalmente, decepcionados con quienes se supone deben liderarnos a través de la tormenta.

Alcanza con seguir las noticias para ver que es habitual que mucha gente se sume a lo que cree es un bando a la hora de analizar (es un decir) las respuestas a la pandemia. O mejor dicho, que mucha gente crea que la mejor forma de lidiar con la presente situación es asumir que existen bandos y que colocarse en alguno de esos bandos ahorra el trámite de pensar sobre el problema: si dividimos el mundo entre malos (los que no comparten mi ideología) y buenos (los que piensan lo mismo que yo), en caso de que algo salga mal es mas fácil tirarle los platos a la cabeza al que pusimos en la vereda de enfrente. En un contexto en que es bastante probable que algo salga mal y eso implique muertos, tal como viene ocurriendo, esa es una simplificación tirando a suicida. No existe respuesta útil a esta situación que no se derive de un análisis sereno de la misma y construir bandos es cualquier cosa menos eso.

Quien sea lector de noticias internacionales podrá ver también que en esto de tirarse los platos viene siendo poco relevante el eje ideológico tradicional: si gobierna la derecha, la izquierda la acusará de desear el mal a la población (Uruguay); si gobierna la izquierda, será la derecha quien acuse al gobierno de estar llevándolos al matadero con toda intención (España). Esa forma de encarar el asunto tiene, para mí, al menos dos problemas graves. El primero es que cada bando reserva para sí y en exclusiva, la capacidad de actuar con sinceridad y buenas intenciones sobre la realidad. Es decir, asume que el rival ideológico hace lo que hace por maldad. Se pasa entonces de una política de los hechos a una política de las intenciones y ahí se vuelve muy difícil tasar las bondades y maldades reales de lo que se hace y lo que no. Una política puede salir mal, ser insuficiente o directamente equivocada, sin necesidad de apelar a la superioridad moral que late detrás de esta idea de las (poco demostrables) malas intenciones.

El segundo problema que plantea la idea de los bandos en la pandemia es que reduce de manera significativa el espacio para charlar sobre las soluciones que se necesitan. Acá no hablo del GACH ni del gobierno ni de la oposición. Hablo de dónde y cómo nos paramos los ciudadanos de a pie frente a un problema que, como muy pocas veces en nuestras vidas, tiene muchísimo que ver con nuestro comportamiento. Si desplazamos el problema a los de tal o cual bando, comenzamos a lijar el hielo fino sobre el que venimos caminando desde hace más de un año. Y aquí no me refiero a la “libertad responsable” ni a ninguna de esas frases hechas que, ya es claro, son insuficientes. Me refiero a que si el problema son “los otros”, desligarnos de nuestra responsabilidad concreta es la consecuencia lógica. Y eso nos afecta a todos, no solo a “los otros”.

En uno de los intercambios virtuales que me pusieron a escribir esta nota, un señor muy enojado me exigía (de mala manera, cuándo no) que me sumara al bando de los que gritan porque lo correcto en este momento es sumarse al ruido y provocar una gran reacción en cadena que termine con todo lo que está mal. Descartadas la tontería y la maldad como explicaciones para estos reclamos, creo que lo que viene pesando es una mirada cada vez más emocional sobre la realidad y, en particular, sobre la política que se hace en la pandemia. En un momento que necesita como nunca una mirada calma, casi técnica, los recursos psíquicos que nos llevan a envolvernos en banderas partidarias o ideológicas no sirven para casi nada. Al revés, vienen demostrando ser un vector con un potencial destructivo claro.

Es nuestro deber ciudadano exigirle al gobierno que tome las mejores medidas para el instante y que tome el control de las soluciones. La frase “no se puede hacer nada más” no debería existir en ámbitos del Estado: no es que no se pueda hacer más, es que tu instrumental teórico, tus herramientas analíticas se están revelando insuficientes. Y al revés, el “trataré de encontrarle una vuelta” les viene con el sueldo a los gobernantes. Al mismo tiempo, es nuestro deber ciudadano exigirle a la oposición que se comporte con responsabilidad y deje de decir una cosa y la contraria en la misma frase. De manejarse con una ambigüedad vergonzosa en temas en los que debería haber sido meridianamente clara y no lo ha sido. Ojalá sirva para tender esos puentes la recién formada Comisión Especial de Seguimiento del Covid-19 en el Senado, integrada por oficialismo y oposición.

Last but not least, es nuestro deber ciudadano actuar como tales y dejar de pensar que “rebeldía” es hacer y decir cosas que van contra toda la evidencia disponible. Abandonar la idea de que cuanto más emocional y empática sea nuestra reacción, mejor para la “causa”. Porque, al menos hasta que no estemos vacunados en número suficiente, la “causa” que nos convoca y no admite la menor demora es la de actuar como ciudadanos sensatos y, si se me permite el exceso, aburridos. Reclamar desde la serenidad lo que nos parezca que falta, claro que sí. Enloquecerse y creer que enloquecer al resto es el camino, no way José. Hay demasiadas vidas en juego como para confiar en que un incendio nos va a salvar de una pandemia. Si apuntar esto me convierte en un tibio, será porque lo soy.