N° 2044 - 31 de Octubre al 06 de Noviembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSin dudas que es importante ganar la batalla electoral para asumir el poder y liderar los cambios. Pero la gran batalla que hay que dar, es la batalla cultural. En ese campo se enfrentan las ideas de la libertad individual contra el colectivismo estatista; el emprendedurismo contra el dirigismo; la libre competencia contra el monopolio; el Estado de derecho contra el derecho del Estado y la transparencia contra la corrupción.
Cuando Margareth Thatcher asumió como primer ministro en Inglaterra, el viejo imperio estaba casi fundido por culpa de políticas estatistas. La Dama de Hierro pudo privatizar empresas, liberar la economía, reducir la incidencia del Estado en la economía y poner a los sindicatos dentro del marco de la ley, gracias a que treinta años atrás Antony Fisher había creado el Institute of Economic Affairs, un think tank que predicó sobre las ventajas del libre mercado y así ayudó a que las personas entendieran y aceptaran los imprescindibles y duros cambios que hubo que acometer.
Gracias a esos cambios la economía británica empezó a crecer. Los empresarios invirtieron, los bancos dieron más préstamos, se crearon más empleos, bajaron los costos y toda la economía fue más eficiente, mejorando así la calidad de vida de los ciudadanos y también su dignidad, ya que ahora tenían sus propios empleos e ingresos y dejaban de depender de las dádivas estatales.
La batalla cultural se da en todos los terrenos. Primero, debemos luchar contra nuestras propias creencias equivocadas que nos han inculcado durante décadas: que el Estado es “el escudo de los débiles”, que las empresas públicas “son nuestras”, que el empresario es un “explotador”, que hay que “proteger” la economía y no firmar tratados de libre comercio con el mundo o que el individuo es solo una pieza del colectivismo y no el factótum y esencia de una sociedad.
Luego habrá que mostrar cómo las ideas de la libertad —traducidas en políticas públicas— generan más prosperidad y oportunidades a sus ciudadanos. En los países más libres casi no hay pobres y esos mismos pobres viven 10 veces mejor que un pobre en los países sometidos.
Pero no será fácil dar esta batalla. Como bien dice el doctor Washington Turco Abdala en un recientes post: “No es para giles lo que se viene y menos para cobardes”1. Tiene razón.
Los empresarios deberían tener un gran rol en esta gesta, demostrando con sus propios ejemplos de vida lo importante que es la noble tarea de emprender, de innovar y de arriesgar. La tiene la academia, para que los jóvenes se formen con las mejores ideas para su desarrollo personal. Y la tenemos cada librepensador cuando no callamos ante una patota sindical, ante un atropello de cualquier movimiento social o ante el propio Estado Leviatán.
En 1987 se celebraron los 30 años del Institute of Economic Affairs y Thatcher dijo de esos defensores de la libertad: “They were few. They were right. And they save Britain”.
Si comenzamos ahora, tal vez en el 2049 alguien podrá decir: “Eran pocos. Tenían razón. Y salvaron a Uruguay”.
Pero hay que comenzar ahora.