Nº 2103 - 23 al 29 de Diciembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMientras el bitcoin superó la barrera de los US$ 20.000 la semana pasada (llegó a cotizar a más de US$ 23.700), las monedas respaldadas por sus respectivos bancos centrales van perdiendo valor porque pierden credibilidad ante los ojos del público. Y la tendencia no parece cambiar.
La moneda de cada país (dólar, peso, euro o yen) tienen básicamente una doble función: ser un medio de pago para el intercambio de bienes y servicios (unidad de cuenta) y también como reserva de valor, es decir, un refugio para que los ahorros no pierdan valor de compra con el tiempo.
Esta segunda función, casi ningún banco central la ha logrado mantener en el tiempo, básicamente, porque abusan de su capacidad de imprimir billetes para pagar los déficits que causan los gobiernos guiados por malas ideas y malos gobernantes. El caso de Argentina es patético: en menos de un siglo destrozaron cinco signos monetarios (peso moneda nacional, peso ley, peso argentino, el austral y el actual peso) haciéndole perder trece ceros a su billete original, llevando la inflación acumulada a cifras astronómicas.
Esto lleva a que nadie quiera ahorrar en pesos argentinos porque sería lo mismo que pretender conservar una barra de hielo bajo el sol del desierto: su valor se derrite a cada instante.
Para los economistas liberales, el origen de este problema está asociado a cuando dejó de regir el “patrón oro”, sistema por el cual los bancos (privados en ese entonces) no podían prestar dinero que no tuviera un respaldo en oro o en depósitos genuinos. A partir de allí surge la “banca fiduciaria”, donde los bancos dan crédito no apalancados en reservas reales (oro, depósitos a la vista, capital de los accionistas o préstamos recibidos), sino en una ficción: en estimar que los ahorristas renovarán sus depósitos y no retirarán su dinero. Pero cuando hay una crisis de confianza (como la hubo en el 2002) los bancos quiebran porque no tienen el dinero para devolverle a los ahorristas.
En cambio, el valor del bitcoin no depende de políticos irresponsables o sensibleros que creen que hay que “ponerle dinero en el bolsillo a la gente” para hacer crecer la economía (lo que suele funcionar por un breve lapso), sino que depende de un algoritmo matemático que impide que la cantidad de bitcoins crezca hasta el infinito, como suele suceder con la impresión (¿falsificación?) de billetes por parte de los bancos centrales.
Como generar nuevos bitcoins es tan complejo como encontrar nuevas reservas de oro (de ahí que en ambos casos se utilice el término de minería), su precio tiende a crecer por el simple juego de la oferta y la demanda: como no se pueden hacer crecer las reservas de oro o de bitcoins en forma artificial y mientras la gente los siga viendo como mecanismos de “reserva de valor” su precio aumentará.
Lo que sugieren hacer los economistas liberales es dividir el sistema financiero en dos: por un lado, los bancos que se dedican a “custodiar” el dinero de los depositantes (cobrando una comisión por ello) y, por otro lado, una “banca de inversión” dispuesta a correr los riesgos de prestar dinero o invertirlo, pero sin mezclar ambos mundos.
Con la crisis a causa de la pandemia y dado que la inmensa mayoría de los países no tenía reservas genuinas (ahorros) para campear el temporal, tuvieron que salir a emitir dinero o a endeudarse y, si las economías no se recuperan sanamente, esa nueva deuda o no la pagan o la pagarán con más emisión monetaria, haciendo perder —nuevamente— el valor de esos billetes.
Hoy la tecnología nos permite tener cada vez más información como para poder hacer transacciones entre particulares con menos intermediarios, ya que la evaluación de riesgo será una tarea que harán los algoritmos combinando miles de datos disponibles de las personas (ingresos, estudios, currícula, estilos de vida, etc.) y no solo podrán hacerlos los especialistas (bancos, casas de crédito o analistas de riesgo). Esto debería abaratar el costo del dinero y del crédito, por el cual se pagan tasas altísimas, en especial para los pequeños comercios o las familias con menos recursos.
Muchos ven el bitcoin como una moda pasajera cuyo valor aumenta por la especulación de unos pocos y las reducidas opciones de inversión para los pequeños ahorristas. Otros lo ven como un camino para terminar con las fases expansivas y recesivas que sufrimos cada pocos años y quitarle un poco de poder a los políticos que manejan la emisión monetaria como un niño que fotocopia los billetes del juego Monopolio, sintiéndose rico y poderoso frente a sus amigos.
El tiempo dirá quién tiene la razón.