Nº 2194 - 6 al 12 de Octubre de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas elecciones del pasado domingo en Brasil, ese país continente con más de 200 millones de habitantes, dejan varios puntos para pensar.
Primero, uno se pregunta cómo Lula pudo sacar tantos votos cuando sus gobiernos socialistas no fueron buenos y, sobre todo, fue procesado por una de las corrupciones más aceitadas de América Latina, descubierta por la operación Lava Jato, recogida en la serie de Netflix O mecanismo.
Por otra parte, el gobierno de Jair Bolsonaro y su ministro de Economía Paulo Guedes están dando resultados muy positivos: en los últimos meses no solo van frenando la inflación (disparada en todo el mundo y más en los países populistas), sino que han tenido deflación (inflación negativa). Han bajado impuestos, privatizado empresas públicas que perdían millones de dólares, no ha habido denuncias serias sobre corrupción y han creado millones de empleos. Sin embargo…
En Argentina sucede algo similar. A pesar de las rotundas pruebas de robos y corrupción durante 20 años de kirchnerismo, siguen teniendo un núcleo duro de votantes que no baja del 30%. Parece que nuestros vecinos aceptan la máxima “roba pero hace”.
¿Por qué es tan difícil aceptar las ideas de la libertad y tan fácil aceptar las ideas del socialismo, que han sido un fracaso económico, político, cultural y moral siempre y donde se las aplicó?
La respuesta no es sencilla, pero para encontrarla hay que tener en cuenta lo siguiente. La libertad es hermosa y valiosa, como una buena moneda de oro. Pero, si de una cara está la libertad, del otro está la responsabilidad individual sobre cómo ejercer esa libertad, lo que implica hacernos cargo de nuestras decisiones. Esa carga es tremenda para la mayoría.
En cambio el socialismo elimina al individuo y traslada la responsabilidad individual (ser constructor de tu propio destino) en una irresponsabilidad colectiva. Nos brindan el placebo de decirnos que la culpa de nuestros males no es por nuestra propia inoperancia, falta de metas, de constancia, de esfuerzo, sino que es culpa de factores externos: el empresario explotador, el imperialismo yanqui, la sociedad capitalista o ahora el heteropatriarcado. Esto es muy liberador: no cargar con culpas y sentirnos víctimas. Y “ellos” (el Estado, los sindicatos o el partido) nos van a salvar de los “malos” a cambio de nuestra libertad.
Toda esta batalla cultural fue muy bien librada por la izquierda, que ha logrado que medios de comunicación, académicos, políticos y gente común se refiera a candidatos como Bolsonaro como de “extrema derecha”, pero jamás de los jamases ningún candidato de izquierda ha sido tildado de “extrema izquierda”, a pesar de tener pasados guerrilleros o proponer políticas totalitarias como las que aplican en Cuba, Nicaragua o Venezuela.
También las empresas encuestadoras volvieron a equivocarse feo, ya que la mayoría daba a Lula ganador en primera vuelta con diferencias muy grandes, que al final se redujeron al mínimo.
Si Lula gana y piensa gobernar con el libreto del Foro de San Pablo, será muy malo para Brasil, para América Latina y, por supuesto, para nosotros. Esperemos que haya aprendido que ese no es el camino.
Si gana Bolsonaro, es probable que siga modernizando y abriendo su economía, bajando impuestos y aplicando las ideas de la libertad, que son las que han dado prosperidad, crecimiento y empleo a quienes las abrazan, y eso seguramente nos beneficie.
El próximo 30 de octubre será la segunda vuelta que elegirá, más que entre dos candidatos, entre dos diferentes estilos de vida guiados por principios y valores bien diferentes uno del otro. Que por favor elijan bien.