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    Breve historia de la hibris

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2230 - 22 al 28 de Junio de 2023

    En 1953 éramos la “Suiza de América”, colegiado integral incluido. Entre febrero y junio de 1973, apenas 20 años después, la nuestra, considerada también a mediados de siglo como la mejor democracia de la región, luego de una década de paulatino declive, se derrumbaba. Habría mucho para decir sobre las causas. Prefiero dedicar a este asunto solo un párrafo, para concentrarme en lo que más me importa, esto es, en lo que aprendimos del desastre.

    En verdad, un párrafo sobra. Alcanzaría con un solo concepto para explicar nuestra tragedia. Hibris. En la antigua Grecia, esta palabra denotaba la desmesura derivada del orgullo y la soberbia. Así fueron, en todos lados. Así fueron los 60 también en Uruguay. Años de desmesura. Desmesura revolucionaria, armada y desarmada, ilegal y legal. Desmesura reaccionaria, la legal pero también la ilegal. Desmesura militante, estudiantil y sindical. Desmesura gobernante, con medidas prontas de seguridad a granel, con y sin cuartel. Desmesura en las acciones y en las interpelaciones. Desmesuras que alimentaban más desmesuras. En el fondo, causa primera, la desmesura en las creencias. Los griegos pensaban que eran los dioses los que castigaban la hibris. Ojalá hubieran sido los dioses…

    La dictadura, iniciada en 1973, no fue la primera tragedia política de nuestra historia. ¿Será la última? En todo caso, como las que le precedieron, generó una oportunidad para aprender. Aprendimos durante el siglo XIX que no habría estabilidad política sin grandes pactos políticos entre los bandos rivales. Tropezamos con la misma piedra y debimos volver a aprender esta lección 30 años después, cuando toparon los de José Batlle y Ordóñez con los de Aparicio Saravia. Con la Paz de Abril de 1872 se inició la práctica de la coparticipación territorial entre colorados y blancos. Con la Paz de Aceguá de 1904 se puso en marcha el largo proceso de la reforma constitucional que formalizó la distribución del poder entre mayoría y minoría. Las grandes crisis, en suma, en términos de Emanuel Adler, son extraordinarias oportunidades para la evolución cognitiva, es decir, para revisar el conocimiento de fondo que informa (y limita) nuestras prácticas. La crisis de 1973, el derrumbe de la democracia, nos desafió a aprender. Lo hicimos.

    Aprendieron mucho los partidos tradicionales. Este aprendizaje tuvo, al menos, tres dimensiones. Se verificó, en primer lugar, un aprendizaje profundo en el plano programático. Después de la dictadura, colorados y blancos tuvieron mucho más claro que durante los años previos al golpe qué era lo que se debía hacer para modernizar la economía de Uruguay. En segundo lugar, hubo una no menos visible evolución cognitiva en el siempre difícil equilibrio entre competencia y cooperación. Antes del golpe hubo poca cooperación entre las fracciones de un mismo partido y, menos todavía, entre los partidos rivales. Después de la dictadura, especialmente a partir de 1990, se inició la era de las coaliciones, que permitió que colorados y blancos desplegaran las políticas públicas en las que creían. En tercer lugar, la dictadura también es un punto de inflexión en la influencia de los expertos (en particular, de los economistas) en la gestión pública. En pocas palabras. Durante los 60, a colorados y blancos el país se les fue de las manos. No supieron resolver, como sintetizó Luis Eduardo González, ni el desafío de salvar la democracia ni el de avanzar hacia el desarrollo. En cambio, entre 1985 y 2004 compitieron y cooperaron y, cuando les tocó perder, entregaron un país mejor del que recibieron de los militares.

    La izquierda también evolucionó después de la dictadura. La izquierda armada fue la que aprendió más, porque fue la que vino de más lejos. Tanto cambiaron aquellos guerrilleros que se convirtieron en expertos recolectores de votos. La trayectoria de José Mujica, en este sentido, es ejemplar. Pero todos, los que creían en la estrategia foquista y aquellos que la cuestionaban, incorporaron el valor de la libertad política. Jaime Pérez, el legendario dirigente comunista, fue quien más claramente lo expresó. A fines de abril de 1989, en el programa Prioridad de Canal 10, al responder sobre la “dictadura del proletariado”, dijo: “A mí, que estuve 10 años preso por una dictadura, no me hablen de dictadura, ni de derecha ni de izquierda”. Con el paso del tiempo, la izquierda uruguaya también fue descubriendo qué cambios son factibles y cuáles no. Perdió, ganó, gobernó 15 años, y volvió a perder. Y entregó en 2020 un país mejor al de 2005.

    ¿Qué podemos decir de otros actores? ¿Aprendimos los universitarios? ¿Aprendieron los militares? Los universitarios e intelectuales, por definición, jugamos un papel de cierta relevancia en el mercado de las ideas. Las creencias, a cuya circulación contribuimos, pueden ser mejores o peores y más o menos funcionales a otros dos mercados muy importantes, el de la competencia política y el del desarrollo económico. Tuvimos nuestra cuota parte de responsabilidad en el derrumbe de la democracia. No se puede ser juez y parte, pero creo que, en términos generales, aprendimos del desastre del 73 y somos más constructivos ahora que antes del golpe. Me resulta todavía más difícil responder la pregunta sobre los militares. ¿Son mejores? ¿Aprendieron que no les corresponde el rol de “partido político sustituto”, para usar la expresión de Juan Rial? ¿Asumen que no son ni los guardianes de la nación ni los mejores herederos de la tradición artiguista? ¿Dónde está el testimonio público de sus aprendizajes democráticos? ¿Entienden que nunca debieron pretender ser como los dioses griegos? ¿Dónde está el mea culpa por su propia hibris?

    Si hubiera que resumir en un dato la dimensión humana de la tragedia, alcanzaría con decir que todavía hoy, medio siglo después, seguimos intentando saber el destino de la inmensa mayoría de los detenidos-desaparecidos durante la represión. La dictadura fue una desgracia extraordinaria. Pero, como comunidad de práctica democrática, aprendimos. ¿Seremos capaces, en el futuro, de aprender sin que medien tragedias? ¿Evitaremos caer en hibris nuevamente?

    Fuente: Variedades de Democracia

    Este índice juzga la calidad de la democracia por los límites impuestos por las instituciones al gobierno.