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    Callar, decir, actuar y reír

    N° 2065 - 26 de Marzo al 01 de Abril de 2020

    En el momento actual la filosofía debe callar. Solo así será fiel a su impulso original: esperar a que pase la jornada para saber el verdadero significado de lo sucedido. La imagen de la lechuza de Minerva ilustra ese momento de sentido. La utiliza Hegel para expresar que la filosofía no puede predecir el futuro ni dar certezas sobre el presente. Solo puede explicar lo que sucedió después de que sucedió. La cita textual dice: “El ave de Minerva no emprende el vuelo hasta el anochecer” (La serie televisiva Merlí recupera esta imagen en casi todos sus capítulos).

    Esta condición de silencio de la filosofía se puede defender hoy por dos motivos. El primero es que estamos en pleno proceso de que se comprenda cabalmente cómo tratar el coronavirus. Eso depende de cuestiones médicosanitarias que no tienen que ver con la filosofía. Cuando se sepa eso, y se entienda, pongamos como ejemplo que la vacuna cuesta mucho dinero o que supone atentar contra ciertos derechos, recién ahí podremos hablar filosóficamente. Ahora hay que esperar a saber más.

    El segundo motivo, por contradictorio que parezca con el primero, es que hay demasiada información. Entre políticos, médicos, especialistas de la salud y la biología, periodistas, y redes sociales, es tanta, pero tanta, la cantidad de datos, opiniones, sugerencias, advertencias, desahogos, conspiraciones, interpretaciones que lo mejor que se puede hacer, en términos filosóficos, es silencio. Respirar. Esperar.

    Este argumento del silencio filosófico tiene una crítica importante que ha sido repetida a lo largo de la historia y hoy es particularmente cierta. No decir nada es una manera de desatenderse de los desafíos de la actualidad. La filosofía, justamente por su pretensión de verdad y sabiduría, tiene que decir algo al presente. Cuando no lo hace, falta a su sentido profundo, que es ayudarnos a entender de qué va la vida.

    Aquello de esperar a la noche y al vuelo de la lechuza suena muy lindo, pero es literatura barata y filosofía cobarde. Hay una obligación moral y pública de decir algo del hoy para el hoy. Cuando la filosofía no se toma en serio en ese mandato, queda dislocada del presente. Entonces, si seguimos esta crítica, hay que decir algo sobre el coronavirus, del Covid-19.

    Pero claro, se dice algo desde la filosofía, sin por ello olvidar el primer argumento, el del silencio. Hay una tensión insalvable entre el deber filosófico de tomar posición sobre el presente y la certeza de que, cuanto más se espera en silencio, más sabiduría se tiene. Esta tirantez entre decir y callar explica bastante la antipatía e incomodidad que hay hacia la filosofía. Dice, pero no mucho, afirma algo, pero enseguida le da una vuelta, cuando parece que va a avanzar, se detiene y mira para atrás. Siempre da rodeos.

    Entonces, ¿qué se puede decir/callar desde la filosofía respecto a la pandemia que nos golpea en todo el planeta? Se pueden decir algunas cosas. Son obvias, pero de tan obvias que son no las ponderamos ni las llevamos a la práctica. La primera de ellas, y la más evidente: no se puede leer todo lo que llega al celular. Es increíble la cantidad de gente que coindice con esto, pero no lo practica.

    “La gente está muy mal en las redes”; “hay mucho bolazo en la vuelta”; “me explota la cabeza, vi cinco videos de España, Italia, China, Argentina y Brasil”. Frases cotidianas. La prudencia filosófica, que heredamos de Aristóteles, hoy es imprescindible. Hay mucha gente bien intencionada que, por falta de prudencia, produce el pánico que quiere evitar. Un ejemplo pueden ser los noticieros televisivos, que nos informan y nos dan buenas herramientas, pero al mismo tiempo colocan la palabra urgente latiendo durante toda la emisión, con fondo rojo y letras gruesas. Así estamos hace 13 días. No es prudente, y ya no es urgente.

    Ponderar cuándo y cuánta información se consume. Y llevar adelante ese hábito: dejar de informarse para estar mejor formado. Cuidarse, cultivarse, desconectarse. Recuperar el sentido del ocio como fundamento del tiempo humano. Repensar nuestro sentido de la productividad.

    En segundo lugar, hay que respetar las medidas sanitarias sin perder la capacidad crítica. Cuando Harari apunta que esta pandemia va a poner a prueba la capacidad real de empoderamiento ciudadano, está haciendo referencia a este aspecto crucial: no hay que obedecer como rebaño a lo que nos dicen ni los gobernantes ni los expertos: hay que interiorizarlo para respetarlo no como obediencia ciega, sino como relación de confianza que se construye entre todas las partes.

    La gente que pide cuarentena obligatoria perdió esta capacidad crítica y empoderada: quiere que den órdenes totales para generar obediencias totales. Así nunca se construirá ciudadanía; capaz se cura la pandemia, pero a costa de matar a la política (algunos filósofos creen que esta muerte ya fue consumada).

    Esta capacidad crítica es también constructora de lazos sociales y solidarios: cimenta confianza porque sostiene los lazos que hilvanan la comunidad. Mantener la actitud crítica nos da fuerza para vincularnos mejor con los otros.

    En tercer lugar, las posiciones de las personas respecto a lo que está pasando se pueden organizar en tres paradigmas éticos. Aquellas preocupadas por los costes económicos que traerá el coronavirus suelen defender argumentos utilitaristas, paradigma que tiene en cuenta el bienestar del mayor número de personas. Esta visión tiene defensores ilustres en la filosofía y se aplica muy bien a situaciones como la presente.

    Otro enfoque es el kantiano, que a diferencia del utilitarista nos advierte de la dignidad de toda vida y el deber de defenderla más allá de mayorías o minorías. Casi imposible de llevar a la práctica, pero casi imposible no tenerlo en cuenta y quedar abatido por aquel que se murió y podría haberse salvado.

    Por último, la versión aristotélica-estoica se concentra en la importancia de los hábitos virtuosos para los momentos complicados de la vida. Son hábitos el cuidado y el control sobre uno mismo, afrontar/asimilar la angustia, el miedo, la posibilidad de la muerte, la incertidumbre. Hay que entrenarse. Como hábitos filosóficos, no te derrumban, sino que te fortalecen, te dan carácter, temple y equilibro para actuar en el mundo. La ausencia de ellos abre la puerta al pánico paralizante y a la pérdida del accionar responsable.

    Todos nosotros, en distintas dosis, estamos atravesados por estos tres paradigmas éticos y las tensiones que eso supone. En momentos de crisis, las tres visiones afloran constantemente en las discusiones. Leer sobre ellos ayuda a posicionarse mejor y a entender las otras posturas.

    Por último, una mención filosófica a la imaginación y el humor. Ambos nacen de esa fuente inagotable que es la creatividad humana. Seguro necesitamos ser creativos e ingeniosos para recomponernos de este sacudón, quizás para repensar cómo organizamos la vida en general. En lo que queda de 2020, será más importante la imaginación que el Excel. Y el humor, que en estos días por suerte aparece sin cesar, no solo logra que la cuarentena sea más llevadera para todos, sino que porta consigo una esperanza que rompe el silencio y anula el discurso con una carcajada.