Nº 2210 - 26 de Enero al 1 de Febrero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDesde hace más de 30 años el Carnaval dejó de ser una fiesta familiar para transformarse en un acto político del Frente Amplio. Esto ha llevado a que prácticamente la mitad de la población no pise un tablado porque el espectáculo ni los divierte ni los entretiene, además de sentirse agredidos o discriminados por una militancia cada vez más fanatizada.
“Carnavales eran los de antes”, decían las abuelas, y tenían razón. Recuerdo mis reuniones familiares con tíos, primos y amigos donde nunca faltaba el canto de una alegre murga que amenizaba la reunión. Las letras del burlesque, cantándole a la familia, al barrio y a una sana sátira política unían a mi parentela en un abrazo fraternal entre blancos, colorados y frenteamplistas. Hoy eso es casi imposible.
Salvo honradas excepciones (cada vez menos) la murga no hace reír a nadie. Los pretendidos chistes son muy simplotes, lineales y previsibles. Aquel mensaje político subliminal, gracioso y picaresco ha dejado lugar al eslogan de barricada. Lo mejor que muestra el Carnaval es su cáscara: el vestuario, los maquillajes, la escenografía y algún cantante que se destaca por su voz. Pero los contenidos… cada vez dejan más que desear.
Esto no es solo parte de lo que Vargas Llosa denomina “la civilización del espectáculo”, donde las masas cada vez más embrutecidas se ríen de las cosas más brutas, sino que se trata de una verdadera, meticulosa y diseñada batalla cultural que procura invadir todos los espacios donde se junte alguna muchedumbre, y ya sabemos que a las masas se las seduce más con la emoción que con la razón.
Así, las bonitas y huecas palabras de justicia social, igualdad, solidaridad, compañero, explotador, oligarca y otras de igual tenor buscan esconder el verdadero rostro de su propósito: controlar al ciudadano y someterlo a los pareceres del partido, el sindicato o el Estado. Todo detrás de un rostro bien maquillado, trajes multicolores y saltimbanquis. Un verdadero espectáculo.
Sin dudas que el Carnaval mueve miles de personas, por lo que podemos calificarlo de un espectáculo popular, pero, lamentablemente, lo popular se asocia cada vez más con lo feo, lo ordinario, lo grotesco. No es una buena visión que se tiene del “pueblo”.
Creo que todas estas estrategias que la izquierda global viene realizando (siguiendo a Gramsci) de ir copando la cultura, el canto popular o el Carnaval están quedando en evidencia. Al igual que a un mal mago, el público le va descubriendo los trucos. Y con el tiempo, tendrán que mejorar cada vez más sus maquillajes, sus caretas y sus cabriolas porque sus contenidos y sus siempre malos resultados, esos, no los podrán disfrazar jamás.