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    Caudillos, políticos y machos

    N° 2044 - 31 de Octubre al 06 de Noviembre de 2019

    Las últimas dos semanas hubo pánico en el Partido Nacional ante la posibilidad de que los audios del intendente de Colonia, Carlos Moreira, perjudicaran la votación del domingo y pusieran en jaque la victoria. Al final, el resultado electoral y los inmediatos apoyos de otras filas a la candidatura de Lacalle Pou de cara al balotaje aplacaron el miedo. Hoy parecen un episodio menor aquellas conversaciones del jerarca blanco. Sin embargo, en ese suceso se resume una forma de entender la política de toda una generación de políticos.

    Aunque parezca extraño empiezo por José Mujica, quien encarnó el liderazgo caudillista como ningún otro político desde la muerte de Wilson Ferreira Aldunate hasta la fecha. Lo que define este tipo de conducción es la personalidad, el carisma, la ascendencia sobre toda la población, más allá de los votantes fieles. ¿Cómo gobernó Mujica? Por teléfono y conversando cara a cara en el Quincho de Varela, en la chacra o en el despacho presidencial. Este es el modo caudillesco de hacer política; no es un desprecio adrede por las instituciones, simplemente es el modo en que conciben la gestión: sostenida sobre su persona. Los intendentes blancos son mujiquiistas en este sentido o, para decirlo con mayor precisión histórica, Mujica entronca con esa tradición blanca del caudillo (como prueba basta recordar la excelente relación entre ellos durante la presidencia del líder del MPP).

    El oficialismo ha dicho reiteradas veces que buena parte de la segunda presidencia de Tabaré Vázquez se ha ocupado de ordenar lo que legó Mujica. Esto no significa otra cosa que darle formalidad a la informalidad: generar documentos donde antes había llamadas telefónicas; ordenar planillas donde antes había hojas sueltas; realizar protocolos de trabajo donde antes había inspiraciones del líder. No es hacer bien lo que se hacía mal, es hacerlo de otra manera.

    Vuelvo a las intendencias y su modo caudillesco de funcionamiento. El líder define desde las pasantías a los contratos millonarios de un modo semi formal. Ojo que esa informalidad no es ilegal. La delgada línea roja de la legalidad y la moralidad es delgada pero es línea también, y lo que hizo Moreira fue cruzarla. Pero se puede liderar por teléfono y “caudillezcamente” sin acoso y sin corrupción. La débil institucionalidad que tiene la conducción del caudillo no debe confundirse con la ilegalidad o la inmoralidad. Es un matiz importante.

    Aquí aparece una cuestión antropológica e histórica más profunda: hay algunos líderes que a medida que adquieren poder se sienten cada vez más allá del bien y del mal; van perdiendo la noción de servicio y va aumentando su omnipotencia. Súmese a eso un elemento histórico: toda una generación de políticos ven en el sexo un lugar de virilidad, hombría y orgullo. Eliminar esa combinación de omnipotencia y machismo rancio es uno de los grandes desafíos de la nueva generación de políticos de todos los partidos.

    Hay hombres de todas las filas ideológicas que cuentan orgullosos sus trofeos sexuales y sus botellas de whisky bebidas. Se horrorizan con la marihuana o con los gays pero vociferan encantados la cantidad de mujeres que les bajaron los pantalones. Y como tienen poder y son caudillos en sus comunidades, sienten que no les va a pasar nada. Hasta que les pasa. Y casi siempre les pasa como consecuencia de dos de los sentimientos humanos más primitivos: los celos y la envidia.

    Las personalidades carismáticas despiertan adhesión pero también rencor. Aquellos que sienten que el caudillo les quita algo que les pertenece (un cargo, una pareja, un reconocimiento, un título) están dispuestos a sacar lo peor de sí para bajar al líder de su pedestal. No tienen problemas en saltarse códigos porque están movidos por la negatividad de lo que sienten.

    Recapitulamos entonces las diferentes puntas de la madeja: 1. Hay un modo caudillesco de hacer política que tiene larga tradición en el Partido Nacional. 2. Mujica es hoy el mayor exponente de ese estilo informal de liderazgo. 3. Lo político queda concentrado más en el carisma del conductor que en la institucionalidad. 4. A medida que el caudillo adquiere poder corre un riesgo de omnipotencia. 5. Hay una generación de políticos que ven en el sexo un modo de reafirmación de su hombría. 6. El liderazgo caudillesco es caldo de cultivo de envidias y rencores. Hay infinitas maneras de mezclar y ponderar estos seis elementos y no todos los caudillos tienen todos ellos.

    La elección del domingo dejó en evidencia que el caudillismo con todas sus variantes, goza de buena salud. En primer lugar la avasallante votación del sector liderado por Mujica al interno del Frente Amplio. En segundo lugar, la abultada votación de Manini Ríos, sobre todo en ciertas localidades del interior donde antes se votaba por Mujica (ver columna de Andrés Danza en esta misma edición). En tercer lugar, la lista del intendente de Moreira fue la más votada de Colonia a pesar del escándalo de los audios difundidos. Por último, y sin poder entrar en detalle aquí, muchas victorias departamentales reafirman liderazgos de caudillos locales.

    Quedan en el aire cuatro interrogantes: la primera es si puede haber una versión femenina de ese caudillismo que incida en la agenda política nacional (¿Irene Moreira quizás?). La segunda es por qué la gente no castigó a Moreira en las urnas. La tercera es si hay un modo de minimizar la informalidad del liderazgo caudillista en la gestión del poder. Por último, si es posible erradicar esa costra machista y omnipotente que, a veces, está adosada al caudillo.

    Luis Lacalle Pou no es un líder caudillesco, pero tiene a varios de ellos en su partido. Cómo lograr institucionalizarlos sin que pierdan su condición será un desafío importante. Es algo parecido a lo que logró con la identificación partidaria. Nadie puede negar la condición blanca de Lacalle Pou aunque no es un “blanco como hueso de bagual”. Ha sido un trabajo de hormiga de él y su equipo cercano. Del mismo modo deberá intentar erradicar desde las bases esa versión machista y baguala de algunos caudillos. Si lo logra será artífice de un cambio radical de nuestra cultura política.

    ?? El piso de Daniel y el techo de Luis