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    Centros educativos y salud mental

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2233 - 13 al 19 de Julio de 2023

    Hace algunas semanas, y a raíz de numerosos episodios de violencia en distintos centros educativos del país, escribí sobre la salud mental de los adolescentes y los jóvenes uruguayos. Las pocas estadísticas que tiene el país muestran niveles de problemas comparativamente altos en una perspectiva internacional, con tasas de suicidio bien por encima del promedio, y una evolución de la sintomatología y de los problemas de funcionamiento en aumento. Por ejemplo, el porcentaje de jóvenes en la encuesta ENAJ que manifestó estar “tan triste que tuvo que dejar de hacer sus actividades habituales” pasó de 10% en 2013 a 14% en 2018. La semana pasada salió un nuevo informe del Ineed (Aristas 2022) con los resultados de una evaluación aplicada a estudiantes de tercer año de educación media. En el informe se constata una caída de las habilidades inter- e intrapersonales de los estudiantes entre 2018 y 2022 y un aumento de las conductas de riesgo (más pronunciadas en los contextos socioeconómicos más desfavorables).

    Estamos acostumbrados a pensar en la escuela, el liceo o el colegio como el lugar donde niños y adolescentes obtienen conocimientos en matemática, lenguaje y ciencia y desarrollan competencias cognitivas. Pero nos cuesta más pensar en el centro educativo como un forjador del desarrollo mental y emocional, y no solo académico, de nuestros jóvenes. ¿En qué medida producen los centros educativos salud mental? ¿Qué características de esos centros se asocian a un mejor desarrollo de la salud mental y el bienestar?

    Estas fueron algunas de las preguntas que intentamos contestar en una investigación que realizamos con estudiantes que ingresaron a distintos liceos privados gratuitos del país. Estos liceos ofrecen educación a jóvenes en situación de vulnerabilidad, son de tiempo extendido o completo, ofrecen tutorías y apoyo psicosocial y tienen una visión holística de la educación. Pero también imponen altas exigencias sobre los estudiantes y representan quiebres con los modelos culturales previos, lo que puede llegar a provocar estrés y dificultades de adaptación.

    Los alumnos que analizamos se inscribieron para ingresar a primer año de educación media básica en distintos liceos privados gratuitos. Tenían entre 12 y 14 años al momento de ingreso y vivían en barrios con niveles altos de pobreza y necesidades básicas insatisfechas. Debido a una demanda mayor a los cupos disponibles, el ingreso a estas instituciones se definió por sorteo. Para la investigación, comparamos estudiantes que salieron sorteados para ingresar con otros que no quedaron elegidos (que en su gran mayoría terminaron asistiendo a liceos públicos). Administramos escalas internacionales de tamizaje de salud mental y de bienestar en tres momentos: tres meses después de ingresar, al año y a los tres años.

    Los resultados fueron bien interesantes. A los pocos meses de haber ingresado, los estudiantes de estos centros educativos mostraban peores indicadores de salud mental y bienestar que sus pares que no habían salido sorteados: tenían más reportes de problemas somáticos y comportamiento antisocial y manifestaban menores niveles de satisfacción con la vida. Tres años después, sin embargo, no solo habían revertido este deterioro, sino que, en algunos de estos centros, se encontraban mejor que los que no habían ingresado: tenían menores niveles de ansiedad y depresión y menos problemas de agresividad y socialización.

    Nuestra interpretación es que, en el corto plazo, los cambios culturales bruscos en relación con el entorno, implícitos en las nuevas normas y expectativas a las que los estudiantes se sometieron cuando ingresaron a estos centros, causaron desajustes emocionales. Este no es el primer estudio para el que encontramos consecuencias de este tipo. Hemos visto efectos similares en programas de apoyo a padres en la crianza y en programas de acompañamiento a adolescentes. Cuando los programas cambian las expectativas en forma rápida, los participantes son más conscientes de sus vulnerabilidades y de los esfuerzos que implica el cambio.

    Lo importante es que tres años después la situación era mucho más favorable. Y, en particular, algunos centros se destacaron más que otros en esa evolución positiva del bienestar. Identificamos varios factores asociados con el clima educativo y el acompañamiento al estudiante que se correlacionaron con las mejoras en la salud mental. Menciono tres.

    a) Sentido de propósito y dispositivos de aprendizaje personalizado. Las expectativas de completar estudios universitarios aumentaron 15 puntos porcentuales en el grupo tratado en relación con el de comparación (52% frente a 37%). Un análisis cualitativo de estos centros muestra un trabajo permanente de los equipos educativos por generar expectativas de trayectorias educativas que superen los patrones del entorno, incluso trabajándolo en las familias. En paralelo, hay una búsqueda continua de dispositivos que contribuyan a que los alumnos aprendan y progresen académicamente y, en caso de dificultades, poder brindarles de manera diferencial los apoyos y las soluciones adecuadas. Esto contribuye a que el estudiante perciba que las metas están a su alcance.

    b) Ambiente anticipable, seguro y con espacios de escucha y acompañamiento. En los centros que alcanzaron los mejores niveles de salud mental y emocional, se observó que los estudiantes tenían mejores percepciones de confianza, disciplina y resolución de conflictos. En estos centros, un mayor porcentaje de estudiantes manifestó tener espacios de participación donde traer iniciativas y ser escuchado y espacios en los que se podía hablar sobre sus problemas personales. Escucha, exigencia, respeto y límites fueron términos frecuentes utilizados por docentes y directores al describir sus propuestas educativas. Estas pautas se observan en clases, recreos y espacios comunes a través de exigencias de respeto hacia otros estudiantes y adultos, en el control del aspecto físico, en el cuidado de las instalaciones o en las exigencias de puntualidad, así como también en espacios institucionales definidos para trasmitir estos principios y estas normas. También en estos centros se identificó una mayor cantidad de recursos destinados a equipos psicosociales.

    c) Involucramiento de las familias. Las familias tienen un lugar relevante en las propuestas educativas. Se busca involucrarlas y comprometerlas en el proceso educativo y mantener con ellas un trato personalizado y cálido. Si bien en todos los casos se observó una relación fluida con las familias, el centro educativo con mejores indicadores de salud mental mostró manejar dispositivos específicos de acompañamiento a las familias que no se observaban en otros centros.

    La violencia creciente que se observa en nuestros centros educativos ha vuelto más visible la vulnerabilidad de la salud mental de los adolescentes en Uruguay y la necesidad de desarrollar políticas activas de prevención y promoción. Si bien las causas son múltiples y en muchas ocasiones externas, los centros educativos son los lugares por excelencia para instalar herramientas que promocionen y prevengan la salud mental y contribuyan a detectar y a incluir a aquellos con situaciones problemáticas. Los centros que aportan un sentido de propósito ofrecen apoyos diferenciales para acompañar los ritmos de aprendizajes, brindan ámbitos de socialización seguros y espacios de escucha y acompañamiento y estimulan los vínculos positivos entre estudiantes y con las familias, construyen bienestar. Es hora de preguntarnos: ¿qué pasos deben dar nuestros centros educativos para construir una sociedad más saludable?