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    China, libre comercio y compromisos

    Nº 2189 - 1 al 7 de Setiembre de 2022

    La evolución del mundo ha sido vertiginosa en los últimos años. Desde lo geopolítico un elemento destaca por sobre todo lo demás: el ascenso de China como un poder mundial. Pero no es solo la trayectoria de China sino también el declive del poder occidental, tanto de Europa como de Estados Unidos. China es un país particular, con un régimen político que tiene una larga trayectoria y sus logros no son menores. Es el segundo país más poblado del planeta y hace apenas unas pocas décadas el nivel de vida de su población era claramente inferior a lo que se veía en occidente. Hoy una parte enorme de nuestro comercio, especialmente de alimentos, depende cada vez más de China. Desde esa perspectiva y con un Uruguay que pasó muchos años con una inserción internacional muy débil, producto de su anclaje al Mercosur, los cambios de la actual conducción política hacia una mayor apertura comercial por fuera del bloque son notables. El presidente de la República, Luis Lacalle Pou, no se cansa de decir que los países no tienen amigos o enemigos permanentes sino intereses permanentes.

    Todo lo que nos abra al mundo y nos dé posibilidades de comerciar más es bienvenido, porque abre puertas a que nuestros productos accedan con menos aranceles y eso mejora la distribución del valor en la cadena agroindustrial. Hasta ahí todos contentos con los beneficios del comercio. No todos los sectores ganan con un tratado de libre comercio, de hecho, hay algunos que pierden. El trabajo de la clase política es balancear esos intereses y tratar que los efectos negativos sean los menores posibles y negociar un régimen de adecuación que permita a los que estarán más complicados una posible salida o adaptación razonable. Los efectos durarán décadas y son negociaciones que el país tiene que tomarse con mucha seriedad.

    Hay que separar dos mundos: el técnico, donde los estamentos del Estado trabajan denodadamente para abrir mercados y marcar presencia, y el político. Hemos visto excelentes campañas de organismos como el Instituto Nacional de Carnes que nos ponen en la cima del mundo, haciendo gala de un compromiso como país que siempre merece destacarse por su calidad, su visión estratégica y la integración de la cadena cárnica en toda su extensión. Otro tanto hace el Ministerio de Ganadería, buscando siempre mejorar nuestro acceso a mercados desde lo fitosanitario. Pero es la visión política a la que le falta consistencia. Vivimos muchos años abajo del real politik, donde los intereses ideológicos primaban sobre cualquier oportunidad comercial.

    Uruguay al ser un país chico no tiene otro camino que abrirse al mundo y buscar la posibilidad de abrir la mayor cantidad de puertas que sean posibles para comerciar fuera de la comarca. Y abrir puertas no es solo hacer tratados de libre comercio (que es una de las tantas herramientas), es también ponernos en un modo más proactivo de encarar el progreso mirando los riesgos estratégicos del futuro. Mal que nos pese, el mundo empieza a mirar el costado ambiental de la producción de alimentos y deberíamos ir mucho más rápido en prepararnos para defender nuestra posición con argumentos, políticas y medios adecuados para el desafío que se nos viene.

    ¿Me interesa un acuerdo de libre comercio con China? La respuesta es sí, pero no solo con esa nación asiática. Ya que le avisamos al Mercosur que vamos por nuestro lado, sería algo más agresivo en posicionarme con otros bloques comerciales lo antes posible. El mundo hace rato que está armando un conflicto con una China cada vez más beligerante y autoritaria que busca proyectar sus intereses de forma mas agresiva. ¿Quiero salir en esa foto?

    Los alineamientos no son neutros en términos de relaciones internacionales. China es una oportunidad de oro, pero también es a veces un cliente difícil, no todo es rosa cuando las cosas se complican. Sin dudas que China no tiene en cuenta a Uruguay por su importancia como mercado (somos un barrio de Beijing), pero el mensaje al mundo es claro: nosotros no paramos de mirar por los intereses comerciales pase lo que pase en el mundo. El gigante asiático incomoda por otras cosas que nuestra pequeña democracia valora.

    (*) El autor es ingeniero agrónomo (Dr.) y asesor privado.