Nº 2220 - 13 al 19 de Abril de 2023
Nº 2220 - 13 al 19 de Abril de 2023
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSegún una tesis que ha hecho carrera en la ciencia política moderna, los sistemas presidencialistas incentivan la formación de dos bloques que compiten entre sí (el del presidente y sus apoyos, de un lado; el de la oposición, del otro).
Uruguay aporta evidencia para sustentarla. En los viejos tiempos, nuestra vida política se articulaba sobre todo como un pleito entre el Partido Colorado (casi siempre en el gobierno) y el Partido Nacional (casi siempre en la oposición). A partir de mediados de la década del 90, cuando colorados y blancos decidieron cooperar para estabilizar la macroeconomía y acelerar el giro hacia el mercado, la estructura de la política uruguaya se modificó radicalmente: de un lado, unidos por la historia, blancos y colorados; del otro, unidos en la resistencia al “neoliberalismo”, el Frente Amplio.
En los viejos tiempos, la competencia era entre dos formaciones similares, es decir, entre dos partidos políticos propiamente dichos, con identidades diferentes y tradiciones persistentes. Desde luego, ambos partidos se caracterizaban por tener fracciones muy potentes con preferencias en materia de políticas públicas distintas en temas relevantes. De todos modos, en general, la disputa entre las fracciones no llevaba a la división del partido ni generaba problemas demasiado graves de gobernabilidad. Los bloques políticos de hoy, desde este punto de vista, son distintos a los de antes. Ya no tenemos dos partidos con estructuras similares, uno en cada bloque. Ahora tenemos, de un lado, una coalición de partidos y, del otro, un partido de coalición (Jorge Lanzaro dixit). Esta diferencia crucial entre ambos bloques merece ser subrayada porque provoca consecuencias tanto desde el punto de vista de la competencia política como desde el ángulo de la producción de gobierno. Dicho en pocas palabras: la “coalición de gobierno” tiene menos recursos que el “partido de coalición” para conseguir un funcionamiento ordenado de sus integrantes; pero lo que pierde en esa dimensión puede ganarlo a la hora de la competencia electoral.
El Frente Amplio nació como una coalición de partidos, pero se convirtió con rapidez en un partido político propiamente dicho. Lo es desde el punto de vista institucional: tiene autoridades y militantes, estructuras y reglas. Lo es desde el punto de vista identitario: tiene su propia tradición (Jaime Yaffé alguna vez se refirió a la tradición frenteamplista como la “tercera divisa”, tan densa como la divisa blanca o la colorada) y un programa común que va reelaborando de manera constante. Desde luego, el FA conserva la marca del origen, es decir, el sello coalicional de los tiempos de formación. Pero las organizaciones que lo integran (por ejemplo, el Partido Comunista o el Socialista) funcionan, en verdad, como si fueran fracciones de un partido mayor. Ser un partido, pero, además, uno altamente institucionalizado, le permite disponer de mecanismos potentes para zanjar diferencias internas. No quiere decir que a la hora de adoptar posiciones en temas relevantes sea automático para el FA alcanzar acuerdos internos. Pero le resulta menos costoso que a sus adversarios del otro bloque, es decir, a la coalición de gobierno.
El larguísimo proceso de elaboración de la propuesta de reforma de las jubilaciones ayuda a ilustrar lo que quiero argumentar. La coalición de gobierno no es un partido. No tiene autoridades comunes ni estatutos para solucionar conflictos. No tiene, tampoco, una Comisión de Programa como la del FA, que dedica muchas horas, entre elección y elección, a negociar cada propuesta concreta. La coalición de gobierno tiene una hoja de ruta genérica (el documento titulado Compromiso por el país, firmado en noviembre de 2019) y una convicción profunda (que solo cooperando entre sí pueden vencer al FA). Por eso, elaborar la propuesta de reforma y negociarla en la interna ha consumido, y sigue consumiendo, tanto tiempo y energía. No faltaron, a lo largo de este proceso, las dudas respecto a si podría o no la coalición zurcir sus diferencias. No falta, todavía hoy, la incertidumbre respecto al desenlace. A pesar de lo anterior, y de ser una experiencia coalicional “inédita” (para usar los términos de Luis Lacalle Pou durante la campaña electoral), hasta ahora la coalición de gobierno ha tenido hasta cierto punto pocos problemas para construir mayorías parlamentarias.
Es evidente que un partido adopta decisiones más fácilmente que una coalición. Pero es menos obvio que la estructura de coalición tiene algunas ventajas a la hora de la competencia electoral. La primera ventaja competitiva es fácil de visualizar, en especial cuando se repasa la campaña del 2019. La fórmula presidencial frenteamplista (aunque representaba a cerca de la mitad del cuerpo electoral) debía discutir a la vez con cinco fórmulas presidenciales opositoras. Cinco contra uno. Por cada defensa del gobierno frenteamplista, la ciudadanía escuchaba cinco críticas. Esto fue así, sobre todo en el lapso julio-octubre. En el balotaje, por definición, quedaron uno contra uno. La segunda ventaja competitiva es que es más fácil para una coalición ofrecer cambio en la continuidad que para un partido. Rara vez una gestión de gobierno colma las expectativas. Por eso es tan importante para un elenco de gobierno que aspira a ser reelecto encontrar la forma de ofrecer novedad. Un partido puede prometer cambio y continuidad. No era lo mismo Mujica que Vázquez, el “giro a la izquierda” representado por Pepe que la apuesta a Danilo Astori como primer ministro de Tabaré. Pero mover la perilla del cambio es más sencillo para una coalición. Además de nuevas candidaturas y de inflexiones originales en la propuesta programática, la coalición puede presentar nuevos equilibrios internos entre los partidos que la componen.
Dicho sea de paso, sospecho que en el mundo de izquierda ya tomaron nota de esta desventaja. Richard Read viene organizando su propio partido. Tiene muchas razones para hacerlo (ya llegará el momento de analizarlo a fondo). En todo caso, no es un partido “bisagra”, que puede apoyar a cualquiera de los dos bloques. Es un partido que busca llevar agua para el molino de una nueva victoria del Frente Amplio. Si se concreta, durante la próxima campaña electoral no tendremos a una única fórmula presidencial criticando al gobierno y argumentando a favor de la alternancia. Serán dos.