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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSoy un ferviente defensor de la competencia, excepto en casos en que el mercado justifique una prestación monopólica de un bien o servicio (y hay muy pocos casos en que esto es así, por supuesto). Sin embargo, me parece un desacierto alentar la inversión en cables coaxiales para competir con la fibra óptica en Uruguay, o incluso promover el uso de una infraestructura ya instalada, como reporta Búsqueda en un reciente artículo (“Empresas de televisión por cable de Colonia y Canelones serán las primeras del sector en competir con Antel en banda ancha”, Búsqueda No 2.210).
Dicha medida implica apostar a una tecnología claramente inferior a la fibra óptica. Tal apuesta sería solamente justificable en un contexto donde las instalaciones de fibra óptica son precarias o inexistentes, lo cual no es el caso uruguayo. La velocidad de la fibra óptica es sustancialmente superior a la del cable, en ambas direcciones. El cable es también más vulnerable a problemas diversos que no afectan las instalaciones de fibra óptica en la misma medida. Es por eso que países que están a la vanguardia en materia de infraestructura de Internet, como Singapur o Corea del Sur, se han focalizado exclusivamente en extender y mejorar sus servicios de fibra óptica. El cableado coaxial en Singapur está en desuso desde hace ya varios años.
Si Uruguay quiere fomentar la competencia en servicios de Internet (lo cual es altamente recomendable, dado que no hay razones para que las prestaciones sean monopólicas), lo que debería hacerse es habilitar a operadores privados a utilizar la red de fibra óptica de Antel, pagando por ello un precio a la empresa propietaria de dicha red. Habilitar a operadores de cable a brindar servicios de Internet podrá postergar su inevitable desaparición, pero no es la mejor manera de fomentar la mejora de servicios en el país y promover el avance tecnologico. Lo correcto sería autorizarlos a enviar señales a través de la red de fibra óptica existente, potencialmente creándose una empresa de infraestructura que administrara dichos servicios y en la que los prestadores privados pudieran invertir al lado de la empresa estatal si así lo desean, como ocurre en muchos países que han separado el manejo de la infraestructura de telecomunicaciones de la prestación de servicios a los usuarios.
Soy consciente de que tal propuesta puede parecerle descabellada al uruguayo medio, pero es precisamente lo que se hace en muchos lugares del mundo, con excelentes resultados. Por ejemplo, la red de fibra óptica en Singapur fue instalada por una subsidiaria de Singtel, la principal empresa de telecomunicaciones del país (en la que el Estado controla el 55% de las acciones). Sin embargo, Singtel compite con StarHub (en la que el Estado también tiene un paquete accionario importante) en la prestación de servicios, con frecuentes promociones para que los usuarios cambien de proveedor. Singapur tiene un PBI per cápita más de tres veces superior al de Uruguay, pero su mercado interno es menos del doble del uruguayo. El argumento según el cual Uruguay es “muy chico” para que las empresas compitan por servicios simplemente no tiene asidero. Ha sido y seguirá siendo una manera de defender ineficiencias que cuestan caras al país, es decir, a sus empresas y a sus habitantes.
Prof. Martín Gargiulo
INSEAD (Asia Campus)