Nº 2195 - 13 al 19 de Octubre de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáVarios indicadores muestran que el sistema educativo uruguayo (otrora orgullo nacional) está dando pésimos resultados. Para muestra este botón: solo el 18% de los alumnos del quintil socioeconómico más vulnerable terminan el liceo (uno de cada cinco). En cambio, en el primer quintil (las familias con mejor situación socioeconómica), el 80% de ellos lo terminan. Esta es la verdadera “brecha” social: de un lado, los que salen mejor preparados para enfrentar la vida y, del otro, los que quedan estancados en la partida.
Solo este dato debería hacer sonar todas las alarmas y ponernos a hacer cosas diferentes. Pero… ¿Cuáles? Lo más sensato sería copiar aquellos sistemas que han logrado captar más alumnos, retenerlos voluntariamente, formarlos adecuadamente y, sobre todo, ayudar a los jóvenes a descubrir sus talentos y ponerlos en acción. Pero con el actual sistema estatista y en exceso burocrático es imposible lograrlo.
Uruguay está entre los peores alumnos del barrio latino. Según el análisis de los datos de la Encuesta Continua de Hogares (citado recientemente por El Observador), “los adultos uruguayos de entre 20 y 35 años acumulan menos de 11 años de formación en promedio, el valor más bajo de toda la región”, cuando el mínimo deberían ser 14 años (dos de preescolar, seis de escuela y seis de liceo).
Pero la cantidad de años de estudio no asegura ni la calidad ni la utilidad de tal formación. De hecho, el sistema educativo actual (tanto en Uruguay como a escala global) está basado en formar trabajadores para realizar tareas más bien fabriles y repetitivas, trasmitiendo aprendizajes en bloque y basados fundamentalmente en la memorización. Pero esto ya no funciona desde hace décadas. Hoy vivimos en la “sociedad del conocimiento” y será el capital humano junto con el capital económico y el capital institucional los que crearán sociedades más libres y prósperas.
El ser humano tiene que “agregar valor” con su labor, y esto se logra de dos maneras: a) con el uso de la mente (resolviendo problemas), o b) a través de una actitud positiva que se traduce en ciertas conductas específicas, las que demuestran que la persona ha desarrollado cierta “competencia” (habilidad) para realizar una labor.
A mi modo de ver, este es el tema más importante de la reforma educativa, porque cambia radicalmente el paradigma en que se basa el actual sistema: de una formación generalista, impersonal y estandarizada a formar a cada alumno a su medida. ¿Pero cómo lo harán? No está claro. Y eso hace que el debate no llegue a calar en los hogares y se mantenga en el ámbito técnico-político. Por eso está todo bastante trabado.
El gobierno debe hacer un mejor esfuerzo para comunicar esta reforma de manera sencilla, con ejemplos prácticos, mostrando cómo se aplican estas ideas en otras partes del mundo y, sobre todo, entusiasmando a padres y a alumnos.
Los técnicos en educación suelen hablar “en difícil”, utilizando términos y frases edulcoradas que quieren decir mucho y no terminan diciendo nada para la inmensa mayoría. Por lo tanto, como padres y alumnos no terminan de entender cómo se beneficiarán con los cambios, la discusión queda en el ámbito político, donde los argumentos suelen escasear y los eslóganes abundar.
En esta reforma realmente nos va la vida. No solo porque con este hándicap no podremos competir como país, sino porque tampoco lograremos tener más personas realizadas, haciendo cosas útiles para sí mismos y para los demás.
Si padres y alumnos no visualizan las ventajas del cambio y lo apoyan, los sindicatos y la oposición se dedicarán a poner palos en la rueda y las personas tomarán posición siguiendo a sus dirigentes, en vez de pensar en qué es lo verdaderamente conveniente para el futuro de sus hijos. Será como pegarse un tiro en las piernas.