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    Con los pies de barro

    Nº 2083 - 6 al 12 de Agosto de 2020

    Muchos suponen que la ética y la moral tienen el mismo significado. Según los especialistas en la ética no existen diferencias entre lo público y lo privado. Se limita a reflexionar sobre el comportamiento y las relaciones humanas. Lo moral, en cambio, establece lo que está bien o mal.

    Pese al riesgo que implica una muy apretada síntesis sobre un tema tan amplio me apoyo en el filósofo español José Luis López Aranguren (1909-1996). Fue catedrático universitario, escritor y es uno de los ensayistas más influyentes del siglo XX 1.

    Con el escudo de la libertad de pensamiento y de expresión algunos, con intereses espurios especialmente políticos, sostienen que las manifestaciones artísticas carecen de límites. No es así. Existen normas morales y éticas —además de las legales— que señalan qué es lo correcto y qué lo incorrecto. Determinan nuestro comportamiento y nos hacen responsables personales y sociales por su transgresión en cualquier ámbito. Es arbitrario juzgar a las personas según dónde se desempeñen.

    Esta cuestión cobró relieve en las últimas semanas debido a un intercambio de noticias y opiniones sobre Daniel Viglietti cuando se reiteró una denuncia que establece que en su juventud este ícono de la izquierda violó a una niña de 10 años.

    La denuncia la realizó en Facebook el periodista Nelson Díaz y la respaldó una sobrina del músico, Lucía Viglietti Forner. Aseguró que en 1966, cuando el artista tenía 27 años, “abusó sexualmente de una integrante de la familia (…). Ni mis padres, hermanos ni yo hemos sido jamás cómplices de tal aberración. Por esa razón no teníamos contacto con él”.

    Haber callado esa aberración por la razón que fuere constituye complicidad.

    En 2017 surgió la primera denuncia del medio hermano menor del artista, Cédar Viglietti. Escribió en Facebook: “Muchos uruguayos se sorprenderían de un secreto que ha protegido a un abusador en mi familia. Lamentablemente todos lo ocultan para salvar el apellido (hasta la víctima lo hace) y si lo denuncio me acusarían de mentiroso”. También ocultó el nombre del abusador.

    Ahora Cédar, en medio del nuevo debate, calificó al artista como violador. A partir de ahí surgiero algunas opiniones de apoyo a Viglietti con el fundamento perogrullesco de que por estar muerto no podía defenderse. Como dijo Lucía Viglietti: “Que no se pueda defender no quita que sea verdad”.

    Casi todas las defensas, explícita o implícitamente, se basaron en su condición de militante frenteamplista. La Fundación Mario Benedetti sostuvo que se trata de una “difamación”. Esta especie de comité de base artístico le atribuye una difamación a hechos de los que es ajena. Pura militancia.

    En cambio la directora de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo (IM), Fabiana Goyeneche, se expresó coherente con su discurso tradicional (“Qué decepción saber lo de Viglieti y qué tristeza saber que nadie, en ningún ámbito, escapa a esta posibilidad”). Se sumó la senadora y candidata a la IM Carolina Cosse. El 24 de julio homenajeó al cantante en las redes sociales porque habría cumplido 81 años. Pero cuando apareció la denuncia bajó rápidamente su mensaje.

    La semana pasada se plegó el cantante Tabaré Rivero. Reveló en Facebook que una íntima amiga lo llamó y le confesó haber vivido una experiencia similar con Viglietti: “Muy tristemente puedo decir que todo lo negativo que se dice de él en este momento es cierto”. Precisó que para él era “una inspiración y un referente musical” y que ahora lo coloca en su “lista negra”.

    Quien terminó de instalar la frutilla de la torta fue Silvia Viglietti, media hermana menor del artista por parte de padre. Envió una carta al diario El País —que confirmó su identidad— para referirse al tema. Sorprendentemente reveló ser aquella niña de 10 años cuando por escrito se identificó como “protagonista” del hecho.

    “Ante los hechos de público conocimiento, me veo en la obligación de hacer la siguiente declaración. La acusación que se ha difundido, que me tiene como protagonista y alude a mi familia, no se corresponde con la realidad. Dicho esto, pido que se guarde respeto por mi persona y mi familia. Es lo único que voy a expresar al respecto”, concluye.

    No desmiente la imputación a Viglietti. Pudo hacerlo, pero optó por una meditada y ambigua redacción: la acusación “no se corresponde con la realidad”. ¿Quiere decir que no fue objeto de una violación, sino de otro tipo de abuso?

    Esa no fue la única transgresión ética o moral de Viglietti. En 1971 el artista editó su quinto álbum solista: Canciones chuecas. Se trata de una apología sobre Nelson Julio Maciel Rodríguez, más conocido como el Chueco Maciel, un rapiñero que ese mismo año, a los 20 años, cayó abatido por la Policía luego de asaltar a un guarda de Cutcsa.

    Maciel, con su madre y cuatro hermanos, había llegado del interior y se estableció en un cantegril. La canción, un melodrama, lo convierte en un ejemplo para los oprimidos por el sistema, los alienta a luchar y lo viste como a un Robin Hood criollo filo tupa. Como casi todos los temas de Viglietti, tiene un alto contenido ideológico.

    Pero el artista no tomó como centro a un personaje de ficción, sino a una persona real: el Chueco Maciel. Falseó la realidad de su vida delictiva para convencer y emocionar con eficacia a los oyentes de una época política convulsionada. Apenas dos años después ocurrió el Golpe de Estado.

    Con esa canción, como en el caso de la niña, plantó sus pies de barro sobre la ética y la moral.

    (1) Ética, editorial Trotta, España, 1994.