Nº 2258 - 4 al 10 de Enero de 2024
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLuce increíble, pero es rigurosamente verdadero: Kant creía que la eternidad es el modo de existencia de la materia, es decir, que esta es radicalmente indestructible. En efecto, profundizando en el problema de la eternidad en el libro Sobre la pregunta si la Tierra envejece desde un punto de vista físico, escrito en 1754, afirma: “El universo formará nuevos mundos para reponer los daños que se le han hecho en algún lugar”. No sabemos a qué orden de conocimientos pertenece esta divertida afirmación; el período “crítico” en la filosofía de Kant comienza con la caracterización del conocimiento. Veamos: a los conocimientos los distingue entre perfectos e imperfectos. Obtenemos conocimiento imperfecto basado en el conocimiento sensorial de la experiencia empírica. El conocimiento perfecto está más allá de la experiencia empírica, es decir, es a priori. No podemos conocer la base primera del a priori. El conocimiento a priori expresa no tanto la esencia de los objetos y procesos como un deber, un ideal al que uno debe esforzarse todo el tiempo. La materia entraría por la ventana en este último grupo.
En su teoría del conocimiento, argumentó Kant que primero se deben determinar las capacidades de una persona (qué técnicas, métodos y principios usa para el conocimiento) y luego aprender el mundo que lo rodea. El conocimiento de las capacidades humanas es el conocimiento de las capacidades de la mente. Kant distingue entre “razón pura” —pensamiento abstracto— y razón “práctica” —enseñanza ética, normas éticas del comportamiento humano en sociedad—. Por supuesto, nos enfocamos en la razón pura en la cognición. Kant se refiere al concepto de razón pura como cognición sensorial, conciencia cotidiana y razón en el sentido estricto de la palabra. El concepto kantiano de “crítica de la razón pura” significa el estudio de sus posibilidades potenciales en el conocimiento. Y aquí viene lo interesante: un rasgo característico de la cognición sensorial es “la cosa en sí”. Kant afirmó que hay una “cosa en sí” más allá de los límites del conocimiento sensorial, sobre la cual no podemos decir nada, sino solo afirmar que existe. “La cosa en sí” cumple las siguientes funciones: afecta nuestras sensaciones, pero las sensaciones recibidas no coinciden con las propiedades de la cosa misma; “la cosa en sí” existe objetivamente, independientemente del sujeto que la conozca; “la cosa en sí” está en el ámbito de lo trascendente (es decir, es un objeto de fe); después de todo, “la cosa en sí” es cierto ideal, inalcanzable para una persona, pero por el cual uno debe esforzarse.
Por lo tanto, es imposible conocer “la cosa en sí” en la etapa de cognición sensorial. Nuestro conocimiento de “la cosa en sí” no es conocimiento del contenido, sino de la forma de la cosa. El contenido es pasivo y la forma es activa. Como creía que en esta compleja trama de percepciones, conceptos, formas y contenidos era dramáticamente fácil perder las referencias del mundo y el modo en el que nos paramos ante sus dilemas, proclamó la necesidad de una razón práctica que nos habilite a no desencontrarnos con nuestros deberes supremos; pues una verdad es el conocimiento y otra, complementaria, lo es el bien. Esto lo impulsa a volverse al problema de las normas éticas como reglas inexcusables del comportamiento humano. La ética de Kant se basa en un imperativo categórico: vive en armonía con la naturaleza, actúa solo sobre la base de normas morales, “trátate a ti mismo y a los demás con respeto”. Nos explicó que para implementar el imperativo categórico en la actividad práctica, en la vida que dotamos o vaciamos de sentido cada día, se deben observar tres postulados. Uno es la libertad, cuya esencia consiste en que la actividad humana será libre solo cuando obedezca normas morales. El segundo remite a la inmortalidad del alma, que se logra a través del deseo de una persona por ideales morales; y como el ideal moral es Dios, el hombre solo puede acercarse a él y nunca alcanzarlo. El tercer postulado es la existencia de Dios como tal. Se sigue lógicamente de los dos anteriores: Dios es necesario para el libre albedrío y la inmortalidad del alma. Entonces existe. Sin fe en Dios, la fe en las normas morales resultaría imposible.