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    Creador, rebelde, amigo

    N° 1851 - 21 al 27 de Enero de 2016

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    —Vecinos… ¡otra vez…! —la voz del comisario no disimuló su hartazgo.

    —¿Y qué quiere? Se escapó otra vez el pibe…

    Los vecinos eran los inmigrantes italianos Angelo Maffia y Luisa Spinelli, que solían denunciar a la Policía las sorpresivas escapadas de Pedro, uno de sus hijos. Finalmente, el chiquilín volvía, pero hasta que se independizó, aun en plena adolescencia, los tuvo “con el corazón en la boca”.

    Pedro Mario Maffia, bandoneonista, director, compositor y docente, nació en Buenos Aires el 28 de agosto de 1899 y murió en la misma ciudad el 16 de octubre de 1967, luego de una trayectoria llena de creatividad, rebeldías y un profundo y sólido sentido de la amistad.

    Desde los once años estudió piano y bandoneón con Pepín Piazza y a los quince, ya conocido como “el pibe de Flores”, el barrio donde había nacido, compuso su primer tango, Cornetín, y comenzó a tocar en cafetines de Villa Crespo, en el bar Iglesias de la calle Corrientes, en La Marina y hasta en sórdidos prostíbulos de la provincia de Buenos Aires, “a la gorra”, no siempre como solista: lo hizo, por ejemplo, con el cuarteto del violinista Emiliano Costa y en un trío con el mismo Costa y Sebastián Piana, padre del autor de Milonga del 900. Las frecuentes huidas de su casa tenían, casi siempre, un mismo destino: el puerto de Bahía Blanca, que le encantaba recorrer y donde tocaba, ahí sí, solo, para marineros y pescadores.

    Maffia inauguró una modalidad nueva de ejecución del bandoneón: lo dejaba casi cerrado para utilizar las distintas tonalidades de notas, abriendo o cerrando apenas el instrumento y utilizando su válvula para no forzar el sonido; así alcanzó una pureza inusual de estilo, llevándolo a uno de sus puntos más altos. El historiador Luis Alberto Sierra lo definió así: —Era aparentemente sencillo en cuanto a su expresiva sobriedad, sin efectismos, pero de fascinante atracción por la belleza de su elocuente lenguaje musical. (…) El accionar de la válvula de aire que articula la emisión del sonido, cuyo dominio constituye uno de los más difíciles secretos del instrumento, a partir de Maffia resultaría casi imperceptible, hasta llegar a dar la impresión de una posición estática, cerrados prácticamente los pliegues del fuelle entre los brazos casi inmóviles del ejecutante: ese nuevo método se tradujo en una más depurada, perfecta sonoridad, no lograda hasta entonces.

    No en balde, Pedro Maffia creó el primer método serio y progresivo de estudio del bandoneón.

    José Ricardo, guitarrista de Gardel, lo escuchó en un café de Punta Alta y lo presentó a Roberto Firpo, a cuya orquesta se integró. Pero su estilo no encajaba con el que Firpo quería para su grupo y Maffia no aguantó reproches y se fue, creando, junto a su amigo Julio De Caro, el Sexteto De Caro. Sin embargo, fue una aventura también de escasa duración. En 1923 creó su propia orquesta para acompañar a Ignacio Corsini en el Teatro Apolo y tres años después rearmó su agrupación, integrando como pianista nada menos que a Osvaldo Pugliese.

    Su inquietud creativa y su rebeldía lo llevaron a tocar, además, con Juan Carlos Cobián, en otro sexteto que, pese a la brevedad de su trayectoria, devino hito de la historia del tango.

    A fines de la década de 1930, junto a otro amigo, Pedro Láurenz, Ciriaco Ortiz, Carlos Marcucci y Sebastián Piana, con presentaciones del inmenso poeta Homero Manzi, formó Los Cinco Ases Pebeco, una verdadera rareza que, aun con corta vida, fue un impacto en la noche porteña y en emisiones radiales.

    Pedro Maffia fue autor de unos cuantos tangos célebres: Taconeando, La mariposa, No aflojés, Amurado (con Pedro Láurenz), Tiny, Triste y Te perdono (con Julio De Caro), Te aconsejo que me olvides, Abandono y Ventarrón. Participó en los filmes Tango (1933, primera película sonora con argumento del cine argentino), Canillita y Sombras porteñas (1936), La canción que tú cantabas (1939) y Sinfonía Argentina (1942), además de haber sido protagonista de un documental de Mauricio Barú que registra una de sus últimas actuaciones, un año antes de su muerte.

    Escribí acerca de su sentido de la amistad y su carácter. Nunca andaba solo. Una noche, con su hijo Julio, un niño entonces, y un amigo, quiso entrar a un restaurante de moda, generando esta anécdota:

    —Pero con el pibe… ¿qué hacemos? No lo van a dejar entrar…

    —Le pongo un sombrero y decimos que es un enano…

    Así ingresaron hasta que el plan fracasó cuando, de pronto, el niño exclamó:

    —¡Papá, papá! Está muy oscuro acá adentro…