N° 1968 - 10 al 16 de Mayo de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa incesante actividad reflexiva de Martin Heidegger lo ha llevado a reunir una obra vasta, diversa y sin embargo intervenida por un asombroso grado de homogeneidad y, si se puede decir, de coherencia. Es cierto que el pensador ha discurrido por varias fases o preferencias o énfasis, pero cuando se contempla, hasta donde se puede hoy, el conjunto de lo que va siendo publicado, se concluye sin esfuerzo que su obra se ha desplegado en sucesivos peldaños y saltos, sin que por ello podamos inferir discontinuidades o contradicciones.
Los muchos textos que he estudiado de Heidegger —desde sus juveniles apreciaciones fenomenológicas sobre Aristóteles, hasta los seminarios en Francia (Questions) y en Suiza (Zoilikon), las conferencias más o menos incidentales y los apuntes (entre varios: Serenidad, El arte y el espacio, Pobreza, que dicta enseguida de la derrota alemana, ¿Qué es metafísica, Historia del Ser, Hölderlin), los cursos (Introducción a la metafísica, Conceptos fundamentales, Qué significa pensar, Nietzsche, La fenomenología del espíritu de Hegel) y los libros concebidos como tales (Ser y tiempo, Sendas perdidas, Kant y el problema de la metafísica), la cartas y las conversaciones—informan de un discurso que más se parece a un paseo que a un deliberado plan de trabajo: en esas piezas tan distintas el pensador libera las enzimas de su intelección y sale a la búsqueda de lo que no tiene nombre, de lo inasible, de lo que está en acción y parece fugarse, de lo que no se deja reducir a las palabras, de lo que escapa a las definiciones. A esa aventura le llama filosofía y al escurridizo botín lo denomina “la diferencia del ser”, esto es, el reconocimiento de que es en la existencia, en tanto algo que está aconteciendo, que se puede plantear la única pregunta válida de toda la filosofía, a saber: ¿qué es el ser?
La respuesta creemos conocerla; pero no importa, no se trata de eso, porque ni siquiera es una respuesta en el sentido de la reunión de una serie de notas en torno a un concepto. Heidegger nos va a explicar que definir el ser del ente con otro ente es el error multisecular de la filosofía, que siempre ha preferido desviarse en favor de las definiciones como para cerrar satisfactoriamente el círculo de la pregunta y cesar así toda búsqueda. Entenderá que lo grave de la filosofía es que no ha pensado lo que se debe pensar, que se ha distraído, que se ha conformado o, en el mejor de los casos, se ha rendido, entregándose al consuelo de las generalizaciones o de los dogmatismos. De ahí la necesidad de empezar todo de nuevo, de refundar la filosofía sobre la base de su primera y esencial pregunta: ¿qué es ser?
Es en este contexto de reflexiones que viene a cuento mi entusiasmo por la aparición de los misteriosos Cuadernos negros (Editorial Trota, distribuye Gussi), una sección de las obras completas que todavía se están revisando y editando. Estas piezas son anotaciones que el filósofo realizó en distintos momentos de su vida y que de un modo extrañamente preciso acompañan los sucesivos o simultáneos derroteros que siguió su pensamiento en el curso de las décadas centrales de su existencia. Se sabía que estos Cuadernos estaban en los archivos del autor, pero también se sabía que expresamente pidió que solamente se publicaran un tiempo después de fallecer; eso, comprensiblemente, dotó a estos escritos de una sobrecarga de expectación, como si se tratara de la cifra última que permitiría descifrar un legendario arcano, y no los apuntes serenos y libres de un pensador que fue expandiendo sus especulaciones en distintos soportes, fijando conceptos, puliendo frases, ensayando discernimientos para eventualmente desarrollar en sus cursos o conferencias.
No puede incurrir el lector en el ademán fácil de esperar un diario personal o lo que en Francia se conoce como carnet; que son anotaciones subjetivas, sensaciones dispersas, confesiones. No hay nada de eso en estos Cuadernos (son dos libros autónomos, uno abarca de 1931 a 1938, el otro corresponde a los años 1938-1939), cuya intención inicial notoriamente no incluyó posibles lectores, porque tienen toda la traza de haber sido concebidos para fijar por escrito aperturas reflexivas, encuadrar temas, anticiparse a polémicas, practicar y ahondar en determinados argumentos.
En algunas de esas páginas contiene observaciones acerca del nacionalsocialismo.