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    Columnista de Búsqueda

    N° 2060 - 20 al 26 de Febrero de 2020

    Esta semana leí una nota periodística que hablaba de que el gobierno de los Países Bajos, a través de la publicación de una investigación sobre la eutanasia, insta oficialmente a las familias a “hablar sobre cómo se quiere que sea el final de la vida”, antes de llegar a una situación límite que impida tomar las decisiones necesarias.

    Y me quedé pensando.

    Recordé.

    La sombra de mi padre agonizaba de una enfermedad terminal, su cuerpo vegetaba en una cama de hospital conectado a tubos por donde pasaba la medicación que, a esa altura, ya no era más que calmantes para los dolores del final. Hacía seis meses lo habían operado de cáncer de colon y el diagnóstico había sido contundente: seis meses de sobrevida, máximo. El deadline se había cumplido, pero mi padre seguía respirando.

    La palabra eutanasia viene del griego, efthanasía, formada de (ef) “bien” y (thanatos) “muerte”, sería “el buen morir”. Es un término inventado por Francis Bacon en el siglo XVI para definir el acto de abreviar la vida de la persona que padece de una enfermedad incurable con el fin de evitarle sufrimientos.

    Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la eutanasia es la “acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente”.

    El Diccionario de la RAE define la eutanasia como: “Intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura”.

    A pesar de las llamativas diferencias de fondo entre una y otra definición (que darían para otra columna), queda claro que para hablar de eutanasia debería haber un sujeto que tiene la intencionalidad de quitarle la vida a otro. Sin embargo, para la OMS ese sujeto debería ser un médico, y para la RAE no sería necesario o no menciona esa calidad como un elemento sustancial, sino que bastaría con que el paciente no tuviera perspectiva de cura para que el acto de su muerte configurara la eutanasia.

    A pesar de la omisión de la OMS en su definición, es claro que para que se pueda hablar de eutanasia debe haber un diagnóstico de enfermedad terminal.

    Y así estaba mi padre, justamente, con un diagnóstico de enfermedad terminal, y varios días en los que ya no abría los ojos, un horizonte de sufrimientos que cada vez estaba más cercano. Pero respiraba. Lo único que se escuchaba en el cuarto de hospital era su respiración, un sonido ronco y rasposo que no parecía posible en aquel cuerpo llevado a su mínima expresión. Debo de haberme dormido, debo de haber soñado que el médico entró y me invitó a salir al pasillo, debo de haber inventado el color blanco de su guardapolvos recortado sobre el verde de las paredes. Que habló de situaciones definitivas, que mencionó el dolor, que me pidió una decisión difícil, desesperada. Seguro que el médico de mi sueño utilizó alguna elipsis, y que jamás se mencionó las palabras claras y frías que hoy escribo.

    Holanda fue el primer país europeo en legalizar la eutanasia. La ley entró en vigor en abril de 2002 aunque esta práctica era tolerada desde 1993, luego Bélgica y más tarde Luxemburgo. La ley holandesa considera legal la intervención del médico para causar la muerte de un paciente, pero la lista de exigencias es larga: el paciente debe residir en Países Bajos, la petición de eutanasia o de ayuda al suicidio debe ser reiterada, voluntaria y producto de la reflexión, los sufrimientos deben ser intolerables y sin perspectivas de mejora, el paciente debe haber sido informado de la situación y del pronóstico, y el médico que vaya a aplicar la eutanasia está obligado a consultar el caso con un compañero (o dos en el caso de que el sufrimiento sea psicológico), que tiene que emitir el correspondiente informe.

    Suiza y Finlandia aprueban el suicidio asistido, que es la ayuda que se le proporciona a una persona para que pueda quitarse la vida por sí misma.

    La diferencia entre eutanasia y suicidio asistido está en la forma en que es suministrada la sustancia letal: si se la da un médico o si la persona puede acceder por sí misma a la sustancia.

    En Uruguay, el Código Penal asimila la eutanasia al homicidio, pero al enumerar las llamadas “causas de impunidad” menciona el “homicidio piadoso”, una situación fáctica que contempla buena parte de las hipótesis eutanásicas. El artículo 37 establece: “Los jueces tienen la facultad de exonerar de castigo al sujeto de antecedentes honorables, autor de un homicidio piadoso, efectuado por móviles de piedad, mediante súplicas reiteradas de la víctima”. Y aun si no se cumplieran todos los supuestos exigidos por la ley, el homicidio cometido por móvil de piedad sería atenuado de acuerdo a lo establecido en el numeral 10, que habla de “móviles jurídicos, sociales o altruistas”.

    La agonía de mi padre fue larga y difícil, seis meses de agonía y tormento para él, de tristeza y desesperación para nosotros. Hasta que esa tarde me dormí y tal vez soñé con el médico que me llevó al corredor, que me dijo palabras que no recuerdo, tal vez “dolor” y “sufrimiento”, y yo entendí o creí entender que me pedía permiso para aliviar a mi padre, para aliviarlo para siempre. Para ayudarlo a morir. Y nunca, nunca me arrepentí de haberle dicho que sí.