Nº 2231 - 29 de Junio al 5 de Julio de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMuchos políticos caminan al borde del abismo cuando toman decisiones sin analizarlas ni medir las consecuencias. Deciden apurados, a veces, presionados por la competencia con sus rivales, otras, porque suponen que mediante acciones espectaculares ganarán adeptos o tal vez se consideran más lúcidos que el resto. Arrogantes, ingenuos o demagogos.
Un aserto de José Batlle y Ordóñez de hace casi 100 años vinculado a esta cuestión se convirtió en una verdad que trasciende lo partidario y que los políticos deberían tener en cuenta.
Héctor Grauert, varias veces ministro, relató hace años que en 1925 un grupo de dirigentes colorados, entre los que él se encontraba, se reunió con Batlle en el diario El Día. “Muchos muchachos estaban entusiasmados con Julio María Sosa (diputado, senador y miembro de la Asamblea Constituyente, escindido del batllismo), que era un gran orador y hombre con indudable carisma. Nosotros veíamos con simpatía su posible candidatura (a la presidencia). Y ahí surgió que don Pepe nos dijera que Sosa era un hombre con muchas dotes, que valía mucho y que trabajaba dentro del partido, pero que había que ir despacio porque “en política, el que se precipita, se precipita”.
Para ejemplificarlo, con los dedos índice y medio de una mano, Batlle imitó sobre una de sus piernas a una persona caminando rápido, que al llegar al final de la extremidad se precipitaba.
En los últimos meses el presidente Luis Lacalle Pou no evitó precipitarse. Todo lo contrario. Protagonizó dos hechos de gran repercusión pública con el objetivo de obtener réditos mediante decisiones irreflexivas, carentes de sentido común, sin meditación. Al precipitarse tuvo que dar marcha atrás
El viernes 16 anunció su decisión de transformar en una paloma de la paz la escultura de bronce de un águila con una esvástica en sus garras que integró la proa del acorazado alemán Graf Spee, hundido en 1939 por cruceros británicos. La nueva escultura con el mismo material sería realizada gratuitamente por el laureado escultor Pablo Atchugarry, quien acompañó a Lacalle Pou cuando hizo el anuncio. Una muestra clara de que lo daba por hecho.
Pero pocas veces una decisión presidencial —sin más respaldo que su voluntad— produjo tantas y tan enérgicas críticas desde todos los partidos y de varios académicos.
El presidente explicó que era una idea que tuvo “hace muchísimos años” para transformar un símbolo de guerra en un “símbolo de paz y de unión”.
Si como dice su idea se gestó “hace muchísimos años”, tuvo tiempo de comprobar personalmente o a través de sus asesores que en el mundo varios símbolos nazis no han sido destruidos ni modificados. El Código Penal alemán sanciona, entre otras cosas, el uso de la esvástica, el saludo hitleriano y el himno nazi. Pero los símbolos no están prohibidos si es que “sirven para la pedagogía ciudadana, la defensa de ataques contra la Constitución, el arte o la ciencia, la investigación o la enseñanza”. Constituyen parte de la historia.
En Alemania y Polonia se mantienen los principales campos de concentración sin que a nadie se le haya ocurrido eliminarlos o convertirlos en chacras. Sirven como ejemplo de los riesgos del totalitarismo y la barbarie, para horrorizar a quienes los visitan.
Alemania conservó los edificios en los que Rudolph Hess y Joseph Goebbels tuvieron sus despachos y sin alteraciones permanecen algunos museos fundados durante el nazismo, como el de arte moderno, inaugurado por Hitler y en el cual se observan relieves de esvásticas. La Fuente de Neptuno que Hitler inauguró en 1937 se mantiene en el mismo lugar.
Otro ejemplo son los restos del Muro de Berlín (oficialmente, Muro de Protección Antifascista) erigido en 1961 por los comunistas de la República Democrática Alemana para frenar la fuga de disidentes a la República Federal de Alemania. Cayó en 1989 junto con el régimen, pero como testimonio del sojuzgamiento se conservan 1,3 kilómetros de los 43 kilómetros originales.
En España el Estado conserva el Mercedes Benz todo terreno 540 que Hitler le regaló en 1940 al dictador español Francisco Franco. Durante la transición democrática que se inició en 1975 no se ordenó destruir el auto sino que hoy integra las colecciones reales.
Ante la avalancha de cuestionamientos a su propuesta sobre el águila, el presidente desistió tres días después de hacerla: “En estas pocas horas que han pasado hay una abrumadora mayoría que no comparte esta decisión. Si uno quiere generar paz, lo primero que tiene que hacer es generar unión”. Debió razonarlo antes de su precipitado anuncio.
A fines de marzo, el presidente respaldó al senador Gustavo Penadés, quien poco antes había negado acusaciones de abuso sexual denunciadas por Romina Celeste y ocurridas cuando tenía 13 años. Luego de un acto, en diálogo informal con periodistas, aseguró que Penadés tenía su “confianza y su respaldo” y manifestó: “Le creo a él”. No lo dijo pero quedó claro que no le creía a la denunciante. También expresó que había que esperar la decisión judicial. Bueno sería siendo él, además, abogado.
Similar respaldo recibió Penadés de otros gobernantes como, por ejemplo, el ministro del Interior Luis Alberto Heber. Pero el presidente es siempre el número uno.
Un tiempo después, cuando las denuncias ya eran cinco, Lacalle Pou trató de justificar ante periodistas sus expresiones iniciales sin un fundamento lógico: “Yo le pregunto a cualquiera de ustedes: viene un amigo, una persona que conocen hace 30 años, los mira a los ojos y dice ‘yo no fui, yo no hice nada, no es cierto’, ¿a quién le cree cualquiera? Sería un mal amigo si no le creo, no sería amigo, no tendría confianza”.
El ministro de Educación Pablo da Silveira lo justificó: “Es un tipo afectivo, es un tipo que deposita confianza en la gente y su primer reflejo va en esa línea hasta que le demuestren lo contrario”. Las declaraciones comedidas que desprestigian se han convertido en la vida política en un trastorno obsesivo compulsivo.
La única verdad es que Lacalle Pou admitió como válidas las excusas de Penadés no solo por su relación de amistad sino también —aunque no lo expresó— por razones políticas. Temió que la oposición utilizara la denuncia para golpear a quien se había convertido en el principal senador del oficialismo. Presumió que al golpearlo también se golpearía al gobierno. Nada de eso ocurrió.
Cuando ante más denuncias y un cúmulo de indicios la fiscal Alicia Ghione obtuvo el desafuero del senador, el presidente insistió en modificar su respaldo: “Las denuncias son muchas (y) por lo que he podido averiguar son graves”. Admitió entonces que, si Penadés termina sancionado penalmente, la relación personal que tuvieron tendrá consecuencias. Tarde piaste.
El presidente tiene, entre otras responsabilidades de relevancia, ser el jefe de Estado y del gobierno, preside el Consejo de Ministros y es comandante de las Fuerzas Armadas. Por sobre todo debe granjearse la confianza de los ciudadanos sin distinción partidaria. Ninguno de los hechos reseñados contribuyó a eso. Todo lo contrario.